Dicho de otro modo, Rouco Varela lo que demanda –como lo hacen muchos de sus colegas eclesiásticos y, por supuesto, el Papa Benedicto XVI- es que la ley que se atribuye a Dios se sitúe por encima de las leyes que surgen de los partidos y son aprobadas por los parlamentos democráticos. Eso es renunciar, en el fondo, al renacimiento, al siglo de la luces y a la libertad e igualdad de los seres humanos y de sus derechos.
La nostalgia del poder político
Por cierto, la festividad de la Inmaculada Concepción es un dogma de fe, relativamente reciente desde el año 1854. Fue proclamado por el pontífice Pío IX, uno de los papas más retrógrados o reaccionarios, quien condenó durante su mandato el liberalismo, el socialismo, el comunismo y hasta unas ochenta doctrinas de todo género. En la cúpula oficial de la Iglesia católica continúa flotando constantemente la nostalgia del poder político; perdido aunque no del todo.
La Cruzada de liberación nacional
El obispo Cantero Cuadrado llegó a formar parte del Consejo del Reino y Consejo de Regencia, además de ser procurador a Cortes en la Dictadura. La mezcla entre la religión católica y la política ultraderechista fue uno de los ejes que vertebraron la España del general Franco. Poco después de que se implantara la II República, la jerarquía católica boicoteó la República. Más tarde, tras el golpe militar y comenzada la cruel contienda, los obispos, salvo dos, suscribieron un manifiesto bautizando a la guerra civil como si fuera una Cruzada de Liberación Nacional.
El Primado de España odiaba la República
Miguel Maura, que promovió claramente el nuevo régimen desde posiciones de derecha civilizada, dejó escrito: “Quien más se distinguía en su odio al régimen republicano era el cardenal arzobispo de Toledo, Primado de España, don Pedro Segura. No perdonaba ocasión, en sus predicaciones (…) de lanzar anatemas (…) contra la República y servidores. Le atribuían una frase lanzada (…) desde el púlpito de la catedral toledana, según la cual “debería caer la maldición de Dios sobre España, si la República se consolidaba.” El laicismo era y sigue siendo tabú para los jefes del catolicismo.
Las leyes divinas, sí, las humanas, no.
Los monseñores que pretenden ahora leyes divinas tutelando las leyes humanas sueñan con regresar a la época del cardenal Cisneros, principal inquisidor de Castilla, confesor de la reina y, de hecho, primer ministro del Gobierno de los reyes católicos. El cardenal Richelieu y luego el cardenal Mozarino ejercieron de hombres fuertes o presidentes, como diríamos ahora, del rey Luis XIII.
El segundo mandamiento
A Rouco Varela le gusta la política ultramontana más que nada. Hay pruebas inequívocas de que su ideología es la conservadora. Sería feliz legislando no en nombre de los ciudadanos, sino en nombre de Dios. Probablemente, se olvida del segundo mandamiento, que dice: “No pronunciarás el nombre de Dios en vano”.
Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM