Leí en El Espectador sobre el malestar que hay en Vaupés porque la Gobernación contrató la educación pública con la Iglesia católica y no con las organizaciones indígenas de la región que venían ofreciendo etnoeducación.
No conozco el Vaupés (aunque me encantaría), no tengo conocidos en esa zona y mi hija estudia en un colegio privado católico. Sin embargo la noticia me interesó, porque se relaciona con el principal debate aplazado de este país. Acá se discute todo, desde si los gais tienen derecho a casarse, o si las mujeres podemos decidir sobre nuestros cuerpos, hasta la alineación de la selección Colombia. Por eso me sorprende el silencio frente a un debate crucial: la educación pública pagada con nuestros impuestos y administrada por comunidades religiosas.
Hagamos un poco de historia, condensando cinco siglos en dos párrafos (y perdón por el atrevimiento): la evangelización fue uno de los grandes fines de la Conquista y por eso desde su llegada al Nuevo Mundo los religiosos administraron la educación. El siglo XIX comenzó con la Independencia de España y luego vinieron sucesivas guerras civiles. En una de ellas los liberales asumieron el poder y promulgaron en 1863 la Constitución de Rionegro, que llevó al papel lo que ya vivían “los territorios”, como dicen ahora: el Estado había expropiado los bienes de la iglesia, se rompieron las relaciones Iglesia-Estado y la República Liberal sacó a los religiosos de los asuntos educativos.
La reacción fue drástica: La Regeneración de Rafael Núñez (un político que empezó siendo liberal y después se volvió godo, como también pasa hoy), promulgó la Constitución de 1886 que “en nombre de Dios, fuente suprema de toda autoridad”, declaró que “la Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación”. La hegemonía conservadora duró 44 años, pero la muy conservadora Constitución del 86 moldeó nuestra nación durante más de un siglo.
El próximo año la Constitución de 1991 cumple 30 años. Esta carta política innovó en derechos y en mecanismos expeditos para garantizarlos, como la tutela. Sin embargo hay temas en los que aún falta desarrollo, como el tránsito de un Estado confesional a uno laico: aunque en Colombia hay libertad de cultos las iglesias tienen exenciones tributarias y parte significativa de la educación pública sigue administrada por comunidades religiosas católicas.
Hace más de 20 años entrevisté al filósofo español Fernando Savater, cuando vino a Manizales invitado por las Jornadas Juveniles Latinoamericanas. Al preguntarle sobre la educación básica me dijo: “Todavía gran parte de la educación está en manos de religiosos. Debe existir una enseñanza religiosa para los papás que así lo deseen, pero debe haber alternativas laicas: el gobierno debe preocuparse porque haya una enseñanza pública, sólida y al alcance de todos, que responda a los ideales de escuela abierta y universalizable. La ética busca tener una vida mejor y la religión busca algo mejor que la vida, cosas que son radicalmente distintas. Las nuevas religiones son una variedad de lo mismo: en vez de intentar desarrollar un poco más la reflexión y la autonomía, se cambia de ropaje místico irracional. Las gentes buscan autoridades que las dirijan porque no son capaces de soportar su propia libertad. La actitud del vasallo de una divinidad es contraria a la autonomía de la ética. Una persona que es ética pero considera que debe cumplir unos mandamientos para poder ir al cielo como premio o para no llegar al infierno como castigo, no es moral en absoluto, porque una persona moral no actúa esperando recompensas sino porque está convencida de que lo que hace es lo mejor para su vida. Por eso a estas alturas que un país todavía tenga educación pública con visión clerical mayoritaria hay que verlo como un retroceso y una desdicha”.
En el Vaupés habitan 27 pueblos indígenas que hablan 23 lenguas. Que su educación regrese a la curia católica me parece, como dice Savater, un retroceso y una desdicha. Pero también lo es que esa sea la opción única o mayoritaria para tantas familias colombianas. Veo ahí la razón por la cual debates recurrentes como el del aborto o el de los derechos de los gais sigan girando en remolino.
Adriana Villegas Botero