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La Hermandad de las sombras (los Hermanos Musulmanes)

Un vehículo de la policía egipcia monta guardia en el cementerio en el que fue enterrado el ex presidente Mohamed Mursi. Khaled Desouki AFP

Los Hermanos Musulmanes, baluarte del islam político, se hallan noqueados por la ilegalización del grupo. Trump ha intentado sin éxito declarar al movimiento como «grupo terrorista»

El ascenso de Mohamed Mursi al trono que un año antes Hosni Mubarak se había resistido a abandonar fue el hito más feliz de los Hermanos Musulmanes, el movimiento que Hasan al Banna, un maestro escuela, fundó en 1928 para islamizar a un pueblo que vivía entonces bajo el colonialismo británico. El triunfo de Mursi, aupado en las primeras y únicas elecciones presidenciales libres celebradas en Egipto, fue -sin embargo- el principio de la pesadilla de la organización, faro del islam político.

El golpe militar de julio de 2013 reconcilió a la cofradía, con una amplia y disciplinada base social y una tupida red de asociaciones de caridad, con décadas de clandestinidad y persecución. «Son tiempos duros. El fallecimiento de Mursi era previsible. Sabíamos que estaba muriéndose lentamente. En realidad, mucho de lo que él representaba se había quebrado hace tiempo», reconoce a EL MUNDO Wafaa Hefni, nieta del fundador de la Hermandad y una de las pocas voces del exilio interior del grupo que aún acepta hablar.

Un denso mutismo ha alcanzado a quienes todavía militan en la Hermandad intramuros del país más poblado del mundo árabe. Sus dirigentes, cuadros medios e incluso partidarios rasos han sido encarcelados; sometidos a desapariciones forzadas; ejecutados en virtud de polémicas sentencias judiciales; y asesinados en presuntas redadas policiales huérfanas del más leve escrutinio público. El patrimonio de la organización y de sus principales responsables ha sido confiscado por el régimen. Su estructura, la más organizada y multitudinaria hasta el verano de 2013, ha sido desmantelada a golpe de represión. «Nos gustaría hacer algo, reunirnos y despedir a Mursi pero nos resulta imposible. Todo el mundo sabe que no hay posibilidad alguna. El régimen lo controla todo», confiesa Hefni.

En 2014 el régimen de Al Sisi la declaró «organización terrorista» sin hacer públicas pruebas de su vinculación con los ataques que sufre el país. La catalogación fue secundada por Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, donde la cofradía es un enemigo para la continuidad de sus respectivas monarquías absolutas, pero no cosechó eco alguno en Occidente, donde la Hermandad continua operando legalmente. Desde la asonada, el ex jefe del ejército no ha cejado en su tentativa de revertir este humillante fracaso internacional.

Poco después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, trascendió el borrador de una orden ejecutiva que ilegalizaba la cofradía y sus tentáculos en Oriente Próximo y EEUU. La resolución jamás llegó a ser rubricada pero fue resucitada el pasado abril, en un renovado intento de Trump de contentar a su aliado egipcio.

La ambición del republicano volvió a toparse con la negativa del Pentágono y el Departamento de Estado, que alegaron que la Hermandad no cumple los requisitos para ser declarada «grupo terrorista» y advirtieron de que tal decisión podría provocar problemas con otros países aliados en los que la actividad del movimiento es completamente legal. «Sería un error estratégico no sólo porque la cofradía no se adapta a los criterios legales y políticos de esa designación sino también por sus consecuencias», arguye Jalil al Anani, un reputado experto en el grupo y autor de «Dentro de la Hermandad». «Supondría alienar a un gran número de musulmanes que apoyan el movimiento y que han adoptado medios pacíficos y graduales de participación y activismo; aumentar el sentimiento antiamericano entre los musulmanes piadosos que verán su medida como parte de la guerra de Trump contra los musulmanes, una cruzada que no diferencia entre moderados e islamistas, y alentará la narrativa de movimientos radicales como el IS y su apuesta violenta como única vía de tratar con él», desliza el politólogo.

Demonizados en los medios de comunicación y apartados de la vida pública, los Hermanos -que han sufrido rifirrafes y divisiones entre su veterana cúpula y su rama juvenil, al igual que los padecieron en el pasado entre los sectores más moderados y los más recalcitrantes- han sobrevivido en las cárceles y sus redes de apoyo y en el exilio, especialmente activo en Londres y Estambul. Con una telaraña de sucursales repartida por todo el mundo árabe, la organización que creó Al Banna promete resistir como ya hiciera desde 1954, tras la ilegalización de la cofradía ordenada por Gamal Abdel Naser.

Décadas después, bajo la dictadura de Mubarak, la cofradía fue semitolerada y disfrutó de un renacimiento que ahora añoran sus simpatizantes. «No fue reconocida legalmente y fue hostigada y reprimida pero tuvo una fuerte presencia pública. Sus miembros podían competir a veces en los comicios. Sus oficinas podían reclutar a nuevos miembros en las universidades, las mezquitas y otros espacios. Todo aquello les permitió formar con éxito un partido político en 2011 cuando Mubarak cayó», recuerda a este diario Nathan J. Brown, profesor de la universidad estadounidense de George Washington.

Con el tiempo, algunos militantes han comenzado a admitir en voz baja que fueron el surgimiento del partido Libertad y Justicia y la decisión de concurrir en las presidenciales, impugnando un compromiso previo de abstenerse de presentar candidato, los que extraviaron su ruta. «En el Egipto de hoy el grupo no posee nada de eso y sobrevive como una red en la sombra», concluye Brown.

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