La Iglesia católica lleva a sus espaldas una larga trayectoria de abusos clericales que ha ido paliando progresivamente con silencio y, en ocasiones, con olvido. Los cimientos de la institución temblaron cuando salieron a la luz polémicos casos de abusos como los de la Iglesia alemana, donde se registraron 3.677 casos de abusos a niños por sacerdotes entre 1946 y 2014; o el informe de la Corte Suprema de Pensilvania, que denunció a más de 300 curas por agresiones de la misma índole.
Los casos de pederastia clerical se cuentan por miles. En concreto, la organización de supervivientes de abusos de la Iglesia, ECA Global, cifró en 100.000 las víctimas, teniendo en cuenta únicamente los casos investigados por organismos independientes.
Ahora, cuando la borrasca de los abusos a menores empezaba a escampar, el Vaticano se enfrenta a una nueva polémica: las religiosas de todo el mundo se han atrevido a levantar la voz y denunciar no solo el acoso y las violaciones sufridas en silencio durante años, sino a cargar contra el machismo y los abusos de poder que se producen de puertas para adentro.
Con el reconocimiento público de esta lacra hace una semana por parte del Papa Francisco y la celebración de una cumbre sin precedentes para tratar el problema, la Iglesia comienza a vislumbrar una revolución con tintes feministas aún en ciernes, pero que ya plantea una serie de interrogantes.
Primeros abusos a monjas: África
Los primeros reportes oficiales que llegaron al Vaticano sobre agresiones sexuales a religiosas se produjeron en la década de los 90, pero entonces, como hasta hace relativamente poco, cayeron en saco roto.
En concreto, en 1994 la coordinadora del programa sobre el sida de Cáritas Internacional y del Fondo Católico de Ayuda al Desarrollo (Cafod) presentó un extenso informe donde se evidenciaban estos casos al presidente de los Institutos de la Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, el español Eduardo Martínez Somalo. El informe recogía denuncias de 23 países, como Colombia, Irlanda, Italia o Estados Unidos. Pero el grueso de abusos se ubicaba en África, donde la cultura machista era aún más férrea. Allí, como recogía el informe, “es imposible para una mujer rechazar a un hombre, en especial si es un sacerdote”.
De poco o de nada sirvió la sobrecogedora lista de abusos, entre ellos testimonios de médicos que asistieron a monjas para abortar, asediados por sacerdotes; el caso concreto de un cura que obligó a abortar a una novicia, la cual muere durante la intervención y es él mismo quien oficia la misa por la joven; o las 29 novicias que quedaron embarazadas en una comunidad religiosa -no se especifica la ciudad-, una situación denunciada entonces por la superiora, que perdió su puesto por atreverse a hablar.
Toda esta información fue avalada en 1998 por otro informe presentado por la hermana superiora de las Misioneras de Nuestra Señora de África, Marie McDonald. En sus documentos, McDonald se centró en las diferentes estrategias que seguían los depredadores sexuales, reflejando que a veces se producían por contraprestación a cambio de recibir confesión; y otras a partir de la propia “dependencia financiera de las monjas”.
Casos actuales: India, Italia y Chile
Pese a tratarse de una polémica con décadas de recorrido, las investigaciones reales y la trascendencia del tema se ha producido hace relativamente poco. El hilo que une las primeras denuncias oficiales con las más recientes ha logrado conectar prácticamente todos los puntos del globo, por lo que se pone de manifiesto que no se trata de congregaciones o casos aislados.
En concreto, en 2018 se revelaron abusos -y no solo de carácter sexual- cometidos contra monjas en India, África, Europa y Sudamérica, en todos los casos con un denominador común: el miedo a hablar en un primer momento y la carrera de obstáculos a la que se enfrentan cuando se deciden a hacerlo.
Así, en diciembre comenzaron a investigarse los casos denunciados por seis Hermanas del Buen Samaritano en Chile que fueron expulsadas tras denunciar los abusos de los sacerdotes; en India, una misionera denunció los abusos del obispo Franco Mulakkal de Jalandhar, quien la habría violado hasta en 13 ocasiones; el acoso continuado e intento de violación a una religiosa en la universidad de Bolonia (Italia) por su sacerdote confesor; o las diversas agresiones sexuales que sufrió Claire Maxinova en Chesney (Francia) cuando aún era Carmelita.
La víctima se convierte en verdugo
Una de las voces más críticas y revolucionarias del movimiento dentro de la Iglesia es la directora del suplemento mensual femenino de la revista L’Osservatore Romano, que no ha dudado no solo en denunciar las violaciones y abusos, sino también en reivindicar el papel de la mujer en la institución.
Scaraffia defiende que el origen del problema radica en la histórica presentación de la mujer en la Iglesia como “peligrosas y seductoras”, lo que impide a la jerarquía eclesiástica dar crédito a las víctimas de abusos sexuales. Como defendía a este diario la víctima de abusos en la comunidad del Sodalicio de Perú, Rocío Figueroa, la mujer adquiere “un papel de sumisa” respecto al hombre en las congregaciones, por lo que son las propias víctimas quienes se culpan a ellas mismas y son cómplices de ese pacto de silencio.
Como denuncian diversas asociaciones, entre ellas la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), que representa a 500.000 religiosas alrededor del mundo, el machismo y la convicción de “proteger a la institución” por encima de las víctimas se encuadran como marco del problema.
La justicia canónica tiene también mucho que ver con que no se traten los crímenes como se debería. La Iglesia se ha caracterizado durante décadas por dar una tímida respuesta ante estos problemas y, como mucho, se juzgaba a los acosadores y violadores por medio de tribunales eclesiásticos que, en ningún caso, pueden emitir penas de cárcel. Lo máximo a lo que eran -y son- condenados eran a meses de retiro fuera de su comunidad.
Francisco, centro de todas las miradas
El pasado 6 de febrero tuvo lugar un hecho histórico en la Iglesia católica: por primera vez, un Papa reconocía públicamente este tipo de violencia en el clero cuando durante años ha estado condenada al encubrimiento, al descrédito y al olvido. “Ha habido sacerdotes y también obispos que han hecho esto antes, y yo creo que todavía se hace”, admitió el Pontífice.
Así, frente a unos delitos que vulneran todos y cada uno de los principios centrales del catolicismo, Francisco se erige como una puerta a la esperanza para las denunciantes al liderar, también por primera vez en la historia, una cumbre entre el 21 y el 24 de febrero para actualizar los protocolos eclesiásticos de los que las asociaciones esperan “líneas de acción efectivas” que eviten que vuelva a primar el silencio ante nuevos casos de abusos.