El presidente Erdogan ha aumentando año tras año el presupuesto a un organismo cuya función principal es fomentar el islam en el exterior y el estilo de vida islámico conservador.
A finales de 1980, el politólogo Joseph Nye acuñó el término soft power (poder blando) como la habilidad de un país para persuadir a otros sin utilizar la fuerza extrema. En Turquía, el islam se ha convertido en esta herramienta, especialmente en lo referente a su política exterior.
Bajo el liderazgo del presidente Recep Tayyip Erdogan y su partido islamista, el AKP, Turquía construye mezquitas y financia educación religiosa en países europeos, latinos y de África. Así, promueve la cultura turca y pretende ser un ejemplo del islam menos radical.
La historia de Turquía indica que antes del primer año de la fundación de la República, en 1923, Mustafá Kemal Ataturk, primer presidente de la República de Turquía, abolió el califato que imperaba hasta entonces y creó el Directorio de Asuntos Religiosos, el Diyanet, cuyo el objetivo era controlar a los sectores más religiosos de la nueva República laica.
Mientras algunos criticaron la creación de tal órgano por considerarlo un obstáculo para la completa secularización del país, otros se contentaban con que el Estado mantuviese el control sobre los asuntos religiosos, aunque fuese a expensas (en cierto grado) del laicismo.
Sobre este aspecto, Ahmed Hamdi Basar, uno de los asesores financieros de Ataturk, recuerda en sus memorias una conversación con el padre de la República en la que le advirtió que la religión no debía ser repudiada, sino que debía mantenerla viva y subordinada a la revolución. «Nunca conseguiremos nuestro objetivo destruyendo mezquitas«, escribió. En su lugar, Basar recomendaba convertir las mezquitas en centros sociales modernos a través de los que llegar a la gente.
Hoy, el Diyanet ha dado un giro de 180 grados. Desde la llegada del AKP al poder en el año 2002, uno de los objetivos principales del organismo es promocionar un estilo de vida conservador islámico dentro y fuera de las fronteras turcas.
Para Ankara, la importancia de la labor del Diyanet se refleja en sus presupuestos económicos, los que han aumentado de manera exponencial en los últimos años provocando la indignación de muchos ciudadanos turcos forma proporcional.
Los presupuestos de 2019 reflejan un alza del 35% para el órgano religioso, superando los 1.900 millones de dólares, cinco veces más que el presupuesto de la agencia de Inteligencia o el Ministerio de Energía. Mientras tanto, Ankara anunció una reducción del 56% en el presupuesto del Ministerio de Ciencia, Industria y Tecnología.
La mayor mayor parte de los fondos del organismo están reservados a la contratación de nuevo personal para cubrir nuevos servicios de guías en las mezquitas, que ayudan a los locales y a turistas extranjeros a entender la historia y cultura del Islam. También hay presupuesto para nuevos cursos sobre el Corán y la producción de películas animadas en 3D para niños.
El Directorio de Asuntos Religiosos controla cerca de nueve mil mezquitas dentro de Turquía y más de dos mil en el extranjero, para las que escribe los sermones de los viernes. Además, en 2012, el Diyanet inauguró un canal de televisión por satélite con emisión las 24 horas del día, abrió un canal de YouTube, una emisora de radio y dispone de más de 760 mil seguidores entre sus cuentas de Facebook y Twitter en turco (también tuitean en inglés, árabe y alemán).
En 2011, el Diyanet también había comenzado a emitir certificados de alimentos halal permitidos por la religión musulmana. Y sus publicaciones de los últimos años ponen en evidencia un matiz cada vez más extremo y conservador.
A través de su tarea, los imanes turcos podrían compararse con diplomáticos, y algunos incluso han sido acusados de espionaje. Entre las últimas salidas de tono del ente se encuentran comentarios sobre la celebración del Año Nuevo, la Navidad y el ataque a los juegos de azar. Todo ello, supuestamente incompatible con los principios del islam.
Pese a quien le pese, las cosas no parecen que vayan a cambiar, ya que el Diyanet está blindado por la constitución de 1982, en la que se refleja que es ilegal que algún partido político haga siquiera un llamamiento a la abolición del organismo.
Turquía no es el único país que pretende utilizar el Islam como un arma de poder hegemónico. Irán y Arabia Saudita también intentan difundir sus propias versiones del Islam a través de fundaciones, organizaciones de caridad y la construcción de mezquitas. De hecho, durante una visita a Cuba en 2015, Erdogan se encontró con que Riad se le había adelantado en prometer una mezquita para La Habana y tuvo que conformarse con planificar la suya en otro lado.
Sin embargo, en términos generales, Turquía va a la cabeza en la carrera por la islamización del mundo occidental. Y corre con la ventaja de ofrecer -a primera vista- un Islam más flexible y menos radicalizado que Irán y Arabia Saudita. Otra virtud turca es estar ubicada en una situación geopolítica estratégica, justo en la intersección de Europa, Asia y Oriente Medio.
Además de los mencionados servicios religiosos, uno de los papeles estratégicos –y cada vez más importantes– del Diyanet: son sus servicios en el extranjero. La labor del ente fuera de las fronteras turcas fue introducida por los militares tras el golpe de estado de 1980, y está siendo explotada más que nunca por Erdogan en la última década.
Ahmet Davutoglu, primer ministro turco entre 2014 y 2016, declaró que «Turquía podría convertirse en una potencia mundial en el contexto actual si sigue una política exterior basada en la ideología islamista».
En 1984 el Diyanet inauguró su departamento de asuntos extranjeros en Alemania, al que siguieron nuevas aperturas en Francia y Holanda. El objetivo era enviar imanes a Europa, los Balcanes y Oriente Medio para hacer frente a la influencia de otros grupos y comunidades musulmanas sobre los inmigrantes turcos, y que aquellos mantengan su lealtad a Turquía.
Hoy, el Diyanet ha tomado nuevos roles como el de restaurar el patrimonio Otomano y apoyar la construcción de mezquitas por todo el mundo. Entre los proyectos más destacados se encuentra la inauguración de una mezquita en Estados Unidos en 2015, cuya construcción costó más de 90 millones de dólares.
Aunque actualmente Europa y EEUU sospechan de las intenciones de Turquía, no siempre ha sido así. En un primer momento, ante la llegada de los primeros inmigrantes, muchos países -principalmente europeos- celebraron el «apoyo» de Turquía en la oferta de servicios y su visión más «moderada» del islam.
Sin embargo, desde que Erdogan comenzó a extender su influencia con la diáspora turca en Europa a través del Diyanet, varios representantes europeos han mostrado su disconformidad con que Turquía interfiera en la vida religiosa de los inmigrantes, por considerar que dificulta su integración al país de acogida y genera malestar entre los ciudadanos nativos.
Durante el periodo actual, el Diyanet se ha transformado claramente en una herramienta de política exterior utilizada para potenciar la identidad turca, la conexión con el estado turco y la unidad religiosa aún fuera de sus fronteras.
Según el académico Ahmet Erdo Öztürk, actualmente hay cerca de 475 mezquitas en Holanda, de las que el Diyanet controla más de 140 a través del envío de imanes y la escritura de los sermones de los viernes.
Los imanes turcos podrían compararse con funcionarios diplomáticos ya que Ankara les ofrece beneficios, trato y consideración similares, no sólo en la cuestión económica. También actúan como representantes del Estado, lo que en algunos casos no ha salido del todo bien.
Tras el intento de golpe de Estado de julio de 2016, varias mezquitas controladas por el Diyanet han sido acusadas de espionaje contra seguidores del clérigo Fetullah Gülen y opositores del AKP.
Uno de los casos más emblemáticos fue el del agregado religioso de la embajada turca en La Haya, Yusuf Acar. Acar se vio obligado a dejar su puesto en diciembre de 2016 después de que se filtrara correspondencia suya con el gobierno turco que lo acusaba de solicitar a otros imanes para que llevasen a cabo tareas de inteligencia identificando y delatando a simpatizantes de Gülen. Antes de dejar el país, Acar confesó públicamente en la televisión holandesa que él mismo había realizado tales actividades, aunque negó que hubiese pedido a otros que lo hiciesen. Actualmente, la contrainteligencia alemana también mantiene a varias mezquitas turcas bajo sospecha por esas actividades.
Durante cerca de un siglo, el Diyanet ha caminado sobre una delgada línea que divide un país que es, al mismo tiempo, laico y musulmán, pero su propósito original se ha perdido.
Dentro del país, los ya se están dando cuenta. Según una encuesta publicada a principios de este año por la compañía demoscópica Konda, en la última década el número de no creyentes ha pasado del 2% al 5%, mientras que el número de los que se consideran religiosos o devotos ha caído un 4% y un 3% respectivamente.
Puede que los cambios parezcan insignificantes, pero son prueba de que la sociedad turca se está distanciando poco a poco de la religión en lo que algunos analistas han calificado como una resistencia silenciosa y de rechazo contra el proyecto de Erdogan.