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La máxima autoridad suní declara la guerra al acoso sexual

Ha transcurrido un año pero Rania lo recuerda como si fuera ayer. Un vecino de su ciudad, en el sur de Egipto, la persiguió a plena luz del día hasta darle caza y manosearla. Su reacción, captada por la cámara de vigilancia de un negocio cercano, la elevó a heroína. En la misma callejuela donde había cometido su fechoría el acosador recibió una tunda de porrazos propinados por la veinteañera con ayuda de su bolso. Rania consiguió, además, frustrar su huida y llevarlo ante los agentes.

«No me arrepiento de lo que hice. Cuando algunas chicas me preguntan, les animo a que actúen igual. Y eso a pesar de que al agresor le cayeron tres años de cárcel y sigue fugado», comenta a EL MUNDO Rania con la misma determinación con la que plantó cara a su agresor y sorteó las presiones y amenazas de sus familiares en una zona rural donde a menudo la culpa sepulta a la víctima y su honor.

Esta semana, en medio de una nueva oleada de sucesos similares, Al Azhar -la institución más prestigiosa del islam suní con sede en El Cairo- ha hecho pública por primera vez una condena sin excusas del acoso sexual que, como una epidemia imparable, sojuzga a la población femenina. «Al Azhar quiere subrayar que el acoso es ‘haram’ [ilícito] y una conducta desviada. Quien lo perpetra es culpable de cometer un pecado. Es, además, un acto repugnante para cualquier persona normal y está rechazado por todas las leyes y las religiones», apunta el organismo en un comunicado divulgado a través de sus cuentas de Facebook y Twitter. Un gesto de repulsa que Rania, sin embargo, considera tardío. «Es una buena declaración pero llega tarde», replica la joven, curtida en la pesadilla que inauguró su hazaña.

En 2014 el régimen del ex jefe del ejército Abdelfatah al Sisi reconoció la gravedad de un acoso ubicuo -manifestado en roces, gestos e insultos- al promulgar una ley contra el acoso que incluye penas de hasta cinco años de prisión y multas que alcanzan los 5.000 euros. La realidad, no obstante, sigue resultando más tozuda. «La legislación es adecuada y podría ser incluso suficiente pero el problema es que no se aplica. Las mujeres que padecen el acoso no lo denuncian por miedo y, en muchos casos, los acosadores huyen al amparo de unas autoridades que no cumplen las normas», denuncia Rania, transfigurada en un rostro de la lucha contra el acoso que -según un estudio de ONU Mujeres publicado en 2017- ha sufrido alrededor del 60% de las egipcias.

El progreso legislativo aún se enfrenta a los estragos de una sociedad rota por los abismos sociales y la falta de acceso a la educación, donde la discriminación y la violencia de género siguen desfilando por todas las clases. En 2014 el rector de la Universidad de El Cairo Gaber Naser cuestionó la vestimenta que lucía una alumna que había sido víctima del acoso en el campus. Hace dos años, la presentadora de televisión Riham Said fue condenada a seis meses de cárcel tras argumentar que una chica fue acosada por vestir «de un modo indecente». En el citado informe de ONU Mujeres, el 75% de los hombres y el 84% de las mujeres opinaba que las mujeres «que se visten de manera provocativa merecían ser acosadas».

En su circular, los clérigos de Al Azhar responden a quienes justifican aún el asalto. «Algunos sostienen que la vestimenta de la mujer o su comportamiento son una excusa para disculpar el terrible crimen del acosador, como si la mujer fuera responsable del pecado. (…) La criminalización del acoso debe ser total independientemente del contexto o las condiciones», reza la nota. A su juicio, cualquier tentativa de acoso «vulnera la intimidad, la libertad y la dignidad humana de las mujeres».

Los acontecimientos festivos que salpican el calendario como el ‘Eid al Adha’ (La Fiesta del Sacrificio), que se celebró a finales de la semana pasada, disparan los incidentes de acoso en las zonas más concurridas de las ciudades egipcias. El viernes un hombre de 40 años fue asesinado a puñaladas en una playa de la mediterránea Alejandría tras tratar de defender a su esposa de un acosador. En la cercana Damanhur un vídeo levantó acta del intento de un motorista de rescatar a tres mujeres asaltadas por una turba en una calle de la villa. Y en el acomodado distrito de Tagamo al Jamis, en la árida periferia de El Cairo, una joven denunció el acoso de un hombre mientras aguardaba al autobús. Las imágenes, difundidas por las redes sociales, terminaron encumbrando al atacante, que ha recibido incluso ofertas para rodar anuncios publicitarios. «El comportamiento de la sociedad es muy negativo. Debería haber más educación para saber tratar a las mujeres y reaccionar ante estos casos. Es, por encima de todo, un problema social inimaginable hace cincuenta años», censura Rania.

En su recién inaugurada cruzada contra el acoso, Al Azhar -partidaria de endurecer los castigos- ha lanzado una campaña de sensibilización en centros juveniles, cafés, comisarías y mezquitas para advertir de que el acoso «solo provoca conflicto y viola los valores más sagrados». «Es un primer paso pero hay que trabajar para cambiar la percepción hacia las mujeres en nuestra sociedad. Son consideradas objetos sexuales y sus cuerpos están vinculados aún al honor», comenta a este diario Suad Abu Dayyeh, investigadora de la organización Equality Now. El primer aldabonazo de Al Azhar despierta recelos entre la castigada sociedad civil egipcia, víctima de una represión gubernamental que no cesa. En julio una turista libanesa fue condenada a ocho años de cárcel por quejarse en Facebook del acoso sexual y a principios de este mes la activista egipcia Amal Fathi inició un juicio por un vídeo en el que -entre otros males- denuncia la plaga que atormenta a sus compatriotas. «El régimen castiga a las mujeres que denuncian el acoso y hace poco o nada para sancionar a los acosadores», asevera la activista Mona Eltahawi.

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