No es fácil encontrar muchos salones de clase equipados con tanques, simuladores de cazas y lanzagranadas. Pero la Escuela Revolucionaria para chicos de Mangyongdae, cerca de Pyongyang, no es un establecimiento cualquiera.
Inicialmente fue creada por el fundador de Corea del Norte, Kim Il Sung, para educar a los huérfanos de padres caídos en la resistencia contra el colonizador japonés. En la actualidad, es la mejor escuela del país, una institución que teje los sólidos vínculos entre la elite del país.
Una estatua de bronce de Kim Il Sung y de su hijo y sucesor Kim Jong Il vigila el terreno deportivo. Y carteles que identifican los tipos de armas decoran los pasillos.
Hay una sala repleta de armas cortas y otra con un tanque. El tiro es disciplina esencial, y existe un puesto con blancos electrónicos.
En el establecimiento hay un millar de alumnos para una formación de nueve años que suelen concluir a los 18.
Los niños llevan la cabeza rapada y un uniforme de tipo militar conocido por haber sido concebido por la esposa del primer Kim, Kang Pan Sok. La línea roja a lo largo del pantalón simboliza su devoción revolucionaria.
Al salir de la escuela entrarán a las fuerzas armadas, una institución fundamental en este país dotado de la bomba atómica.
Kim Jong Il llevaba a cabo una política de «el ejército primero». El actual dirigente, Kim Jong Un, tercero de la dinastía reinante, aparece regularmente flanqueado por oficiales del ejército, de un lado, y dirigentes civiles, en el otro.
Los alumnos tienen cada día seis clases de 45 minutos. La mitad del programa está dedicado a la política y la ideología, casi un cuarto a cuestiones militares y el resto a disciplinas clásicas.
Las tardes están reservadas a las actividades físicas. La sala de musculación retumba con los gritos de ánimo de los alumnos mientras otros ejecutan impresionantes figuras de taekwondo.
Los niños también están encargados del mantenimiento de la casa en la que nació Kim Il Sung, muy cerca del establecimiento.
También se construyó una escuela para niñas en la periferia de Pyongyang, que lleva el nombre de Kang Pan Sok.
Estas escuelas son el bebé de la familia Kim. El fundador del Norte las visitó 118 veces; su esposa, 62; su hijo, 94; y el actual líder norcoreano lleva de momento seis visitas.
«El dirigente supremo, el camarada Kim Jong Un, es el verdadero padre de todos nuestros alumnos revolucionarios», explica la teniente Choe Su Gyong, guia en el museo de la escuela.
También está expuesto un fusil que esgrimió Kim Il Sung durante un viaje. «Los hijos e hijas de los revolucionarios deben convertirse en flores de la revolución, siguiendo los pasos de sus padres», le hace decir la teniente Choe.
La ocupación japonesa concluyó en 1945 y desde entonces el acceso a esta escuela se extendió a quienes tienen al menos un padre o un abuelo considerado un fiel servidor del Estado.
«Elegimos a los hijos y las hijas de los patriotas que combatieron por el partido, el gobierno, el país, la madre patria y el pueblo», declara el coronel Kim Yong Ho, director adjunto del departamento de Educación de la escuela.
Los niños aquí construyen una red de amistades e influencias que puede durar toda su vida. Entre los antiguos alumnos se encuentra, además de Kim Jong Il, Yon Hyong Muk, primer ministro entre 1988 y 1992.
«La elite norcoreana es sorprendentemente cerrada a las personas exteriores. Es hereditaria hasta un nivel inimaginable en otro país comunista», subraya Andrei Lankov, especialista del Korea Risk Group.
El Norte proclama que todos los ciudadanos son iguales pero, en realidad, la gente está clasificada en función de sus orígenes socio-políticos, según un sistema preciso y hereditario llamado «songbun». La fidelidad absoluta a las autoridades es un factor crucial y esas personas cuyos antepasados colaboraron con el enemigo japonés o fueron capitalistas figuran en lo más bajo de la escala.
Solo quienes tienen un «songbun» positivo pueden esperar una plaza en una universidad de elite o vivir en Pyongyang. La llegada de una cierta forma de economía de mercado comienza, no obstante, a abrirle las puertas a los demás.
Cuando se abrió la Escuela Revolucionaria en los primeros tiempos de la República Popular Democrática, tomó como modelo las escuelas militares Suvorov de la antigua Unión Soviética, destinadas a los hijos de los veteranos fallecidos.
Entonces había cuatro facciones principales en el seno del Partido de los Trabajadores en el poder: los partidarios que había combatido junto a Kim Il Sung, los comunistas coreanos, quienes habían estado exiliados en China y los coreanos soviéticos.
A base de purgas, los fieles compañeros de armas de Kim Il Sung se convirtieron en la flor y nata.
«Entonces la función de la escuela cambió», añadió Lankov. Debe su importancia a «la militarización de la sociedad norcoreana en los años 1960 y la emergencia de un culto casi religioso por los guerrilleros, presentados como los apóstoles de Kim el Grande».
Pero puede que no sea tan atractiva para las jóvenes generaciones: «Los bisnietos de los tenaces combatientes han sido malcriados y ya no conocen los valores de la simplicidad y la resistencia de sus antepasados».
«Preferirían estudiar lenguas extranjeras y programación informática más que las armas y la manera de matar a alguien con un pequeño cuchillo».