El 11 de enero de 1923 quedó grabado en la historia: el Delegado Apostólico Mons. Ernesto Filippi colocó la primera piedra de la basílica de Cristo Rey en el Cerro del Cubilete, centro geográfico de México, y fue expulsado por el gobierno de Álvaro Obregón, lo que se tomó el inicio de la persecución religiosa.
En nombre de los 15 millones de los mexicanos de entonces, se desbordó el fervor de miles de compatriotas, llegados de todos los rincones del país para proclamar a Cristo Rey de la nación, como la ACJM había pregonado la “Realeza Temporal de Cristo” 9 años antes, inspirada por su fundador el P. Bernardo Bergoend, y en 1925 Pío XI promulgó a Cristo Rey Universal.
Tras la expulsión de Mons. Filippi vino el alzamiento cristero y Calles, al verse perdido, escuchó al embajador Dwigth Morrow, a quien Washington ordenó mediar, pues la Jerarquía Católica de EU lo solicitó al presidente Calvin Coolidge, con la aprobación de la Santa sede.
Jóvenes de la ACJM y muchos mexicanos humildes, sobre todo de Jalisco, Michoacán, Colima, Guanajuato, Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí recibieron parque y otros auxilios de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, mediante las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco, y por desgracia fueron saboteados por organizaciones secretas, católicas en apariencia.
Pionera de éstas fue la “U”, fundada por el entonces obispo auxiliar de Morelia, Luis Ma. Martínez, después arzobispo primado, quien implantó un “modus vivendi” con el gobierno para disuadir toda acción cívico-política de los católicos.
Heroísmo y martirio resumen la hazaña de los cristeros, y una vez consumados los arreglos entre Portes Gil y los arzobispos Ruiz y Flores y Pascual Díaz, de Morelia y México, fueron traicionados por el gobierno y sacrificados muchos de ellos.
Ruiz y Flores y Díaz ganaron la batalla ante El Vaticano a Mons. Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara, quien andaba a salto de mata para no abandonar a su grey, y a José Ma. González y Valencia, arzobispo de Durango, nombrado por la mayoría de los prelados expositor en Roma de la situación real de la Cristiada.
Grande y agradable sorpresa me llevé cuando identifiqué a Fernando Bernal (autor de “Los Católicos y la Política en México”, tesis con que se doctoró en Historia por la UNAM con mención honorífica, que relata estos avatares y se enfoca a los orígenes del PAN) como contertulio, cuando yo acababa de leer su libro con fruición.
Eje final del libro es el grupo de los 7 Sabios de la Universidad o la Generación de 1915 (Rafael Moreno Baca, Alberto Vázquez del Mercado, Antonio Castro Leal, Teófilo Olea y Leyva, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso y Manuel Gómez Morín) nacida con el nombre de Sociedad de Conferencias y Conciertos, para propagar la cultura, heredera del Ateneo de la Juventud, donde sobresalieron Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Vasconcelos y Antonio Caso.
Los dos últimos (ex rectores de la Universidad Nacional) sobre todo Caso, influyeron en los 7 Sabios, lo anota Gómez Morín en su libro definitorio “1915”, y Luis Fernando Bernal delinea muy bien la influencia bergsoniana, de otros filósofos y Caso en el pensamiento de D. Manuel, quien con el prestigio del primer rector que puso en marcha y defendió la autonomía universitaria a capa y espada, atrajo a prestigiados catedráticos, intelectuales y profesionistas para fundar Acción Nacional.
Igualmente a los jóvenes de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC) como Armando Chávez Camacho, Daniel Kuri Breña, Luis Calderón Vega, Juan Sánchez Navarro, Jesús Hernández Díaz, Manuel Ulloa y Armando Ávila Sotomayor, que se habían distinguido en la lid por la autonomía universitaria.
Con el abogado tapatío Efraín González Luna, Gómez Morín dio cima y lanzó a la lucha al PAN, que originalmente pensó que sólo prepararía a sus miembros en las tesis del humanismo, bien común y el pensamiento neoescolástico, y luego los enviaría a dar la batalla política.
- Efraín fue el primer candidato presidencial del PAN en 1952, contra Ruiz Cortines; D. Manuel figuró entre los primeros candidatos a diputados federales en 1946, e increpado en el Colegio Electoral al defender su caso, por su oponente priista por ser hijo de español, le replicó: Agradezco a mi contrincante el recordatorio de mi origen, porque hay quienes para su desgracia no pueden presumir de lo mismo, pues no conocieron a su progenitora.
Con gran prestigio de abogado católico, González Luna se convirtió en un auténtico líder de opinión: en la cátedra, discursos y ejercicio profesional defendía las causas justas y criticaba los perjuicios que los gobiernos revolucionarios infligían a los mexicanos.
Por eso el régimen, secundado por “los tecos” de la Universidad Autónoma de Guadalajara, lo acusaron del despojo de acciones y bienes que un cliente dejó en garantía de un crédito en el Banco Refaccionario de Jalisco, del que D. Efraín era consejero.
Como no había elementos para emprender la acción penal en su contra, sólo lo difamaron con informaciones dolosas, y cuando él exigió que lo denunciaran para poder probar su inocencia, no pasaron de ahí, y dejaron abierto el caso, como amenazante espada de Damocles.
El mismo molde que el régimen de Peña Nieto empleó contra Ricardo Anaya al acusarlo de vender con sobreprecio una nave industrial mediante lavado de dinero, para afectar su candidatura presidencial con uso faccioso de las instituciones penales, como la PGR.
Se advierte que los priistas son tramposos irredentos; por fortuna ya les llegó la hora definitiva de dejar el poder.
Valga precisar que los Tecos y otras organizaciones secretas, dizque católicas, son una especie de “masonería blanca”, dedicados a sabotear a los propios grupos católicos. Son herederos de la “U”, la Base, las Legiones, los Conejos, el Muro y el Yunque actual.
“Los Católicos y la Política en México” es un libro para leer sin sectarismos, por los mexicanos a quienes interese el futuro del país y el avance de la democracia.
Salvador Flores Llamas