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Iniciativa Laicista, la revista chilena que cumple 6 años con su número 37 del mes de mayo

SUMARIO

Editorial Gonzalo Herrera
Entrevista a Sebastián Jans
Saludos con ocasión de nuestro sexto aniversario
Decreto 924 I 25 años de discriminación y proselitismo por Eduardo Quiroz
Decreto 924 II Educación Laica por Alessia Injoque
La libertad académica por Francico Villaroel
Acerca de la Nora de Ibsen por Errol Dennis M
Estados laicos, acceso al aborto legal por Adriana Gómez M.
Egon Schiele, el feminismo y la quema de libros por  Gonzalo Loyola Silva
Librepensamiento en el mundo contemporáneo por Guillermo Fuchslocher
Documento I Iniciativa Laicista: cumple 6 años
Documento II A 50 años de Mayo de 1968

Iniciativa Laicista, 37

PDF Iniciativa Laicista, 37

EDITORIAL

Chile vive momentos complejos. El segundo gobierno de Michelle Bachelet tuvo una oportunidad preciosa —única en varios decenios— para haber llevado a cabo cambios trascendentales en el país, que permitieran avanzar hacia el desarrollo, no según la concepción neoliberal, sino en la lógica de mayor igualdad, mejores oportunidades para todos, más laicidad, democracia más eficiente y abierta a los anhelos ciudadanos, no constreñida por tanto a los intereses  de la oligarquía (en un sentido aristotélico, es decir injustos porque defienden sólo el interés particular de los que tienen el poder).

Lamentablemente, pese a la importancia de las reformas que alcanzaron a convertirse en leyes —educación, relaciones laborales, pacto de unión civil, derechos reproductivos, sustitución del sistema electoral binominal, equidad tarifaria en la electricidad y protección medioambiental— queda en el país una sensación de frustración, de oportunidad malograda. El país sigue siendo el mismo, y aun así, sin que mediara ninguna transformación revolucionaria, la actual administración de Sebastián Piñera escudriña cada resquicio que les permita amortiguar los efectos de las leyes promulgadas en el periodo anterior.

Todo esto contando con la más que probable aquiescencia del Tribunal Constitucional, carente de legitimidad democrática —su legitimidad proviene no de una ley sino de una Constitución de origen no democrático— y autoerigido en tercera cámara legislativa, que en no pocas ocasiones termina desvirtuando las decisiones de quienes son los genuinos representantes del pueblo. Más aún, los fallos de este Tribunal en materia de “asuntos valóricos” han demostrado la falta de equilibrio ideológico en su composición, habiéndose revelado incapaces de separar la moral —en específico la moral cristiana— del derecho, un principio básico en un país que proclama “la libertad de conciencia” en su Constitución.

En momentos como los actuales, en que muchas de las decisiones que afectan a la gran mayoría del país se encuentran en manos de un sector tecnócrata-conservador-confesional, intentando frustrar los anhelos de amplios sectores ciudadanos, cabe abrirse a la imaginación, que como alguna vez señalara Einstein, puede ser más importante que el conocimiento. ¿Qué es más certero en el mundo de la vida, la apreciación del ministro Varela respecto a que la educación no es sino un bien económico, “sujeto a la creación y asignación de recursos”, o la imaginación del movimiento estudiantil que en el 2011, primer gobierno de Piñera, lograra instalar la educación como un tema central en la agenda pública, haciendo comprender al país que más y mejor educación es una garantía básica para profundizar nuestra democracia, y que el desarrollo tiene  que ver más con el aumento en la calidad de vida de la población que con el mero crecimiento económico?

Cuanto más se insista en elaborar políticas basadas en los cánones ideológicos del neoliberalismo, más necesaria se hace la fuerza creadora de la imaginación, sobre todo cuando esta surge de la reflexión en el seno de la sociedad civil, que de partida contribuye con ideas renovadoras, con la explosión del impulso de cambio, pero además con otro elemento fundamental: la plena consideración por el ser humano y, al mismo tiempo, el respeto por los derechos sociales y ciudadanos.

Las utopías basadas en la lucha de clases —o en cualquier tipo de antagonismos— no resultaron positivas para la humanidad. Tampoco prosperaron las doctrinas liberales basadas en la sola razón o en el anhelo del progreso sin límites. Hoy, sabemos que no existe “el camino” para la realización de las aspiraciones de una sociedad, sino que este surgirá en la medida que se mantenga el  dialogo en torno a las esperanzas colectivas, que haya una ciudadanía consciente de sus derechos y deberes participando en el debate público. El peor enemigo para el desarrollo de las  potencialidades de un pueblo es la apatía política, la autoexclusión, la convicción de que “la política no hace nada por mí”.

La utopía como expresión creadora de la comunidad, tal vez con el riesgo de la desmesura pero siempre en el ámbito de la razón, desarrolla la potencia imaginativa para encontrar respuestas
más humanas que las que pueden dar el docto burócrata o el manual de economía neoliberal. Para empezar logrará mantener a un pueblo alerta, consciente de lo público, y extenderá los valores
democráticos, fundamentales para la construcción de una sociedad mejor.

En nuestro sexto aniversario incluimos dos Documentos. El primero recoge una visión sinóptica del país en los pasados seis años, extraída de las 36 páginas editoriales publicadas en este periodo. El segundo expone un episodio ocurrido exactamente hace 50 años, probablemente desconocido para la mayoría de los jóvenes, lo que se conoce como Mayo del 68, una utopía de cambio de la vieja sociedad francesa protagonizada por estudiantes y obreros, y cuyas ideas revolucionarias se extendieron por todo el mundo a través de ingeniosas frases estampadas en los muros de París. “La imaginación al poder”, uno de los eslóganes más conocidos de esa revuelta, con un enorme significado simbólico, que clamaba por una sociedad más ocupada de “ser” que de “tener”, sería luego instrumentalizado y banalizado por la publicidad consumista. Experiencias de la historia que no deberíamos desaprovechar.

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