Es muy curioso que sigamos financiando con una inmensa fortuna a una organización que dice amar al prójimo mientras le subyuga y le somete
La literatura suele ser una gran fuente de información, de conocimiento y de sabiduría, aunque también es verdad que no todo vale. Decía René Descartes que “la lectura es una conversación con los hombres más insignes del pasado”, lo cual es uno de los grandes atractivos de los libros. “Leer a un buen autor es también mantener un diálogo con su prosa y proseguir, luego, la conversación, íntima, con uno mismo”, decía la periodista y maravillosa escritora Asumpta Roura, aludiendo a la importancia de la lectura a la hora de mantener una actitud analítica y crítica respecto de la realidad que nos contiene y nos circunda.
Hay un autor clásico de la literatura francesa que me suele venir a la mente con relativa frecuencia. Es curioso cómo reflexiones y análisis de la realidad de un hombre del pasado puede ayudarnos a descifrar la realidad del presente, con cuatro siglos por medio. Me refiero en este caso a Jean Baptiste Poquelin, Moliére, un dramaturgo y poeta francés del siglo XVII cuya obra iba encaminada a mostrar su concepción justa del mundo y su sentido natural de la moral, siempre en tono crítico respecto de las falsedades de su época, que son básicamente, aunque con formas diferentes, las mismas falsedades de la nuestra.
Su obra teatral se articula en torno a unos personajes-tipo que Moliére creó para mostrar con su pluma los defectos más dañinos de las personas, de la sociedad y de las instituciones tradicionales; siempre muy alejado de la moral oficial (la religiosa), a la que consideraba la gran falsedad y la gran responsable de los males del mundo. Atacaba con descaro a los charlatanes, esos falsos santones, “curanderos”, gurús, o supuestos “sabios” que se enriquecen, con su mezquina oratoria, aprovechándose de la indefensión ajena, a los burgueses mediocres y pretenciosos, a los devotos, que hablan de devoción aun cuando su único objetivo sea el dinero, a los malos médicos que juegan con la vida y la muerte de las personas, a los falsos filántropos y a los “tartufos”, gente hipócrita que utiliza la falsa moral y los asuntos divinos para esconder su narcisismo y su ansia de riquezas y de control sobre los demás.
Es curioso constatar que esos arquetipos de Molière son universales y se encuentran perfectamente, y con sorprendente facilidad, en el mundo de hoy. No hace falta mucha imaginación para encontrar tartufos, misántropos, filántropos, avaros, “preciosas ridículas”, médicos “a palos”, en las sociedad española actual, y mucho más desde que esta nuestra sociedad es una sociedad neocon o neoliberal, aplastada por la corrupción y por una visión mercantilista, zafia, mediocre y muy superficial de las cosas.
Molière atacaba sin clemencia a personas o instituciones que, amparándose en una falsa moral y una engañosa filantropía, medran en proporción directa al sufrimiento o a la estupidez ajenos. Criticaba al que engaña, pero también al que se deja engañar. Poco han cambiado, en realidad, las cosas desde su tiempo. En el siglo XVII los charlatanes y los tartufos sangraban a las familias ricas haciéndose pasar por intermediarios de los dioses. En el siglo XXI los charlatanes y los tartufos explotan curanderismos, constelaciones familiares, viajes iniciáticos y terapias alternativas de todo tipo para llenarse los bolsillos mientras se creen semidioses y manejan a su antojo, y sin un ápice de decencia ni humanidad, el desamparo humano.
Leía hace unos días que el miércoles pasado, nueve de mayo, convocada por la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro, se convocó una concentración en Pamplona para protestar por el deshaucio de una familia por parte del arzobispado navarro. Se trata de una familia de tres mujeres, Pilar, su madre y su hija de doce años, quienes habitan una casa propiedad del arzobispado en Yesa, sin contrato, a cambio de limpiar y atender la Iglesia y varios terrenos. Una familia vulnerable a la que el arzobispado ha decidido poner en la calle.
Es muy curioso que en España sigamos financiando con una inmensa fortuna, a cambio de su supuesta moral, a una organización que dice amar al prójimo mientras le subyuga y le somete, y mientras inmatricula a su nombre miles de propiedades de titularidad pública. Es muy curioso constatar que los que hablan de piedad y de caridad no sienten un atisbo de compasión ante el prójimo indefenso y desvalido. Es por eso que me vino a la mente una reflexión de Molière en su Tartufo: “Tartufo conoce a quien engaña, se aprovecha ofuscándole con cien apariencias, y con su falsedad le saca réditos a todas horas, mientras se toma la potestad de controlar y censurar a todo y a todos”.
Tartufo, el impostor (Le tartuffe ou l,imposteur) fue estrenada en Paris el 12 de mayo de 1664. Antes de su estreno fue prohibida por una orden del rey, a petición de sectores religiosos, quienes consideraban un ataque a la religión la obra maestra de uno de los más grandes dramaturgos de la literatura de todos los tiempos. En España nos colocan la Ley Mordaza que, más o menos y salvando las distancias literarias, es el mismo veto a la libertad de expresión, o parecido.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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