Los políticos de UPN, Geroa Bai y PSN que asistieron a la función religiosa de las Cinco Llagas lo hicieron porque “Pamplona sabe ser agradecida”. Y por esta causa de gratitud se ven obligados a celebrar la renovación del voto con un acto institucional que el regimiento de la ciudad instauró por acuerdo municipal el ¡¡¡30 de mayo del año 1601!!! Y ello para dar gracias a Dios por el cese de la epidemia de la peste negra o bubónica que amenazó la ciudad y que la intercesión divina, representada en un lienzo con la imagen de las Cinco Llagas de Cristo, la mantuvo a raya. Así que no se sabe bien si estos políticos actuales celebran la renovación de ese voto o la creencia en un fetiche religioso utilizado para espantar pestes negras, bubónicas o pulmonares.
Visto lo visto, nos preguntamos si no hubiese bastado con que los ediles recordasen a sus antiguos homólogos en una sesión del Ayuntamiento, dejando a los párrocos y feligresía dar gracias a la providencia por su intervención para repeler epidemias.
Lejos de nuestra intención reprochar a los ediles de 1601 su providencialismo teológico para explicar el origen de una peste y su forma de enfrentarse a ella, pero que los actuales se escuden en ello, después del descubrimiento del bacilo de Koch, la penicilina, la aspirina y la viagra, suena estrambótico.
Porque conviene decir que, después de 417 años del evento, los corporativos de UPN, Geroa Bai y PSN renuevan dicho voto de agradecimiento en una iglesia, ante un símbolo del poder religioso, es decir, de Dios, un ser sin garantía existencial alguna, quien libró a la ciudad de la amenaza de dejar la demografía de Pamplona en números rojos. Lástima que los documentos de la época no describieran cómo se llevó a cabo dicho milagro para patentar su modus operandiy que los actuales ediles celebran como si fueran las bodas de Caná, donde aseguran que Cristo convirtió el agua en vino, suponemos que clarete con denominación de origen navarro.
Idéntico afán supersticioso mostrarían las autoridades forales en 1885 con la epidemia del cólera. En esta ocasión la causa de que Navarra no la sufriera se debió a Francisco de Javier, que intercedió en los altos ministerios para que la peste no entrara en las casas de los pamploneses, motivo por el cual la Diputación Foral de Navarra organizaría una peregrinación el 4 de marzo de 1886 al castillo del santo para agradecerle semejante merced.
Con estos antecedentes teogónicos, no extrañaría que los carlistas de principios del siglo XX dijeran aquello de que “Navarra fue cristiana antes de Cristo”. En serio. ¿No existe ninguna posibilidad gracias a la cual el Ayuntamiento se desprenda de una vez por todas de semejantes alopecias supersticiosas? ¡Que estamos en el siglo XXI! A quienes ponemos en solfa estos comportamientos que remiendan y aplauden actitudes del siglo XVII, cuando no de siglos anteriores, nos reprochan que mantenemos posturas decimonónicas.
En esta ocasión, ni siquiera apelaremos a la aconfesionalidad de la Constitución que debe marcar el comportamiento de la actividad política, porque a estos políticos dicho carácter, como la pluralidad confesional de la sociedad, les importa un carajo. Por eso, estaría bien que dejaran de apelar a su supuesta representación institucional de la ciudadanía, porque es palabrería y mentira.
¿No existe ninguna posibilidad gracias a la cual el Ayuntamiento se desprenda de una vez por todas de semejantes alopecias supersticiosas?
El Código Penal debería expulsar de su articulado todas las puniciones que en él existen contra los sentimientos religiosos.
Cuando asisten a estas performances religiosas, donde aparecen como por arte de ensalmo tibias, brazos, rótulas, reliquias y llagas de supuestos seres religiosos, y ante las que doblan el espinazo civil, ¿cómo pueden tener la desfachatez de decir que están representando a la ciudadanía? Sería de locos permitir que lo hicieran.
Algunos se quejan de que el sentimiento religioso se vea denigrado, ultrajado, injuriado y agraviado por actos y hechos calificados de blasfemos y tipificados en el Código Penal como delitos cuando deberían ser solo pecados y perdonados por el cura correspondiente, y no por el poder civil. Si una blasfemia atenta contra una entidad religiosa, ¿por qué tiene que castigarla un juez? ¿Qué pinta el poder civil mezclándose de esa manera con las supersticiones religiosas que ha impuesto la Iglesia con el consentimiento de los políticos? El Código Penal debería expulsar de su articulado todas las puniciones que en él existen contra los supuestos atentados religiosos. Y debería ser la Iglesia quien tomase cartas en el asunto solo con los creyentes que se toman con tan poca seriedad el nombre del Dios en quien dicen creer.
Que el Código Penal castigue a quienes atentan contra el llamado sentimiento religioso, cuya ubicuidad está en el cerebro, como ya señaló Hipócrates, y no en el corazón, atenta contra la más elemental racionalidad.
¿Qué hacen los políticos de Geroa Bai y del PSN (y de Bildu, por delegación), justificando con su asistencia un acto que exalta y glorifica la irracionalidad más burda, esa que atribuye a una superstición el origen de un milagro, sabiendo que este tiene una explicación científica ajena a creencias irracionales?
Recordemos el hecho histórico de la peste bubónica de 1601 que, felizmente, no estragó la ciudad. Pero, más allá de este marco, nuestras efusiones líricas no deberían salirse de los estrictos límites de la racionalidad de los acontecimientos. ¿Qué hizo posible que la ciudad no se viera aturdida por la peste negra? ¿Una imagen de las Cinco Llagas de Jesucristo? ¡Ojalá fuera así de sencillo! En todo caso, el agradecimiento debería ser con las gentes de Pamplona que lograron que la peste se alejara gracias a las condiciones de higiene y de salubridad que aconsejaron crear los galenos de la época. El resto es pura fabulación, superstición y manipulación fideísta actual.
Si ciertos ediles del Ayuntamiento desean mostrarse agradecidos hacia quienes consideran ser benefactores de la ciudad, extiendan esa misma gratitud a individuos que tanto hicieron por la especie humana. Establezcan el día de Isaac Newton, a quien, desde 1687, le debemos la gravitación universal. O la efeméride de Alexander Fleming, descubridor de la penicilina. O la de Albert Einstein, quien, en 1905, cambió la manera de concebir el espacio, la energía y el tiempo. O al inventor de la anestesia, la atorvastatina o la vacuna contra la malaria…
¿Por qué la mayoría de las festividades en que se enroca el Ayuntamiento, aconfesional por naturaleza constitucional, tienen que ver con tradiciones religiosas? Ya es hora de que considere la existencia de una tradición científica y racional que ha hecho por la ciudad mucho más que las destilaciones supersticiosas de la teología católica. El bien que ha hecho el bicarbonato y la aspirina en la ciudadanía da sopas con sapos al imaginario placebo que haya podido producir el aleteo del Espíritu Santo o el lignum crucis del Ángel de Aralar.
Firman este artículo: Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, Carlos Martínez, José Ramón Urtasun, Clemente Bernad, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort