Aunque el sistema del “mercenariato” data de tiempos inmemoriales ha sido en el último siglo, en particular a partir de la aparición del yihadismo, cuando el beneficio, fundamentalmente económico, que recibían los luchadores que participaban en los conflictos bélicos, ha cambiado radicalmente de sentido.
Ese tradicional sistema cuya existencia ya habían puesto en práctica los persas unos 500 años A.C. cuando Jerjes, rey de Persia invadió Grecia o cuando poco tiempo más tarde Ciro el Joven contrataba mercenarios griegos (los “diez mil” del Anabasis) para derrocar del trono de aquel mismo país a su hermano, para seguir luego a través de toda la historia, con los “condottieri” en las ciudades-estado, con los caballeros cristianos como el Cid Campeador en el Andaluz que ponían sus armas al servicio de los gobernantes de turno no siempre por motivos ideológicos o religiosos sino como forma de subsistencia y de ascenso social. Hasta el mismo Santo Tomás Moro abogaba en su tiempo por el uso preferencial de mercenarios en las contingencias bélicas en el lugar de los simples ciudadanos.
Ya en nuestro tiempo la contratación de mercenarios a través de empresas especializadas como Black Water, fundada en 1997 con alrededor de 20.000 efectivos inicialmente y transformada luego en Academy ha constituido una parte importante de la intervención de los EE.UU. en Irak en donde, por otra parte, ha sido una organización reiteradamente denunciada por los enormes excesos cometidos en aquel país. Hoy es este un sistema que se ha generalizado y se teme que la contratación de combatientes privados derive en la pérdida del monopolio de la fuerza legal por parte de los estados y se entre en una espiral en la que se incentive la perpetuación de las guerras alentadas por el lucro empresarial.
El yihadismo, sin embargo, (del árabe yihad que significa “esfuerzo”), se basa en una forma de incentivación totalmente diferente en la que los réditos de los participantes en la llamada guerra santa, (en el nombre de Alá), cuya prioridad es combatir a los infieles de Occidente y extender el islam a todo el mundo, no son inmediatos ni económicos. Su proselitismo es fundamentalmente religioso y se basa en la predicación del Corán en mezquitas y madrazas en las que se incentiva, sobre todo en los jóvenes, el martirio personal como una forma de alcanzar la mayor recompensa jamás imaginada: reunirse con Alá junto a quien finalmente se encontrará un lugar seguro en que disfrutar las delicias del Paraíso, jardines y fuentes, vestidos de brocado y satén, deliciosos manjares y huríes de grandes ojos por esposas. De este modo se persuade a los militantes de que no están luchando por intereses ajenos sino por sus propia y esperanzada ilusión de alcanzar una felicidad que no les promete su entorno ni sus perspectivas de futuro. En síntesis, el Corán ofrece bienaventuranzas a quienes combaten “en la senda de Dios” y especialmente a quienes mueren en dichos combates, un convencimiento que a todas luces exacerba el ánimo y el valor de los terroristas suicidas o los que podríamos llamar los mercenarios espirituales del islam.
Si ya ha sido humanamente repudiable incentivar los enfrentamientos bélicos cuyo objetivos han sido y siguen siendo a través de los siglos la obtención de incalculables y concentrados réditos económicos cuanto más lo es incentivar tales conflictos enmascarándolos y fundamentándolos en los nobles anhelos de felicidad y al natural bienestar a que aspiramos los seres humanos y aún más cuando están dirigidos a los más jóvenes a quienes la sociedad retacea, cada vez más, las posibilidades de un futuro mejor.
En síntesis, hasta ahora los mercenarios cobraban al contado o a lo sumo mensualmente mientras que en la actualidad los líderes yihadistas han descubierto que es menos oneroso convencerlos de que serán remunerados y hasta mucho más generosamente al final de su misión, ocultándoles tal vez prolijamente que serán otros los que se verán beneficiados con su inmolación y en este mismo planeta .