La habilitación que el gobierno dijo que dará para el debate de la legalización del aborto en el Congreso hizo olas en la oposición y el propio oficialismo. La marea llegó también a la Iglesia Católica.
El jueves 22, en la primera reunión para preparar la agenda parlamentaria de Cambiemos, el presidente Mauricio Macri dio luz verde al debate sobre el aborto legal en el Congreso.
El anuncio, un día después de la marcha del 21F, sorprendió a propios y ajenos, cuando se siente la presión de la calle para debatir un derecho fundamental negado a las mujeres. El pañuelazo del 19 de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto confirmó la vigencia del reclamo y fue una pequeña muestra de la importancia que podría adquirir esta demanda en la agenda de la movilización del #8M y el Paro Internacional de Mujeres.
Lobos vestidos de corderos
Lo llamativo en esta coyuntura, es la declaración de la Conferencia Episcopal encabezada por el obispo de San Isidro, monseñor Oscar Ojea, que busca un tono conciliador, para abordar este debate, como no tuvo nunca. En su comunicado del viernes 23, la comisión directiva de la Conferencia Episcopal insólitamente, pide un “debate integral” en el que se “establezcan como prioritaria la educación sexual integral de la ciudadanía”. Quizás lo más desopilante sea el pedido de un diálogo “sincero y profundo que pueda responder a este drama, escuchar las distintas voces y las legítimas preocupaciones que atraviesan quienes no saben cómo actuar, sin descalificaciones, violencia o agresión”.
Sin embargo, la Iglesia que ahora pide hablar de “educación sexual”, es la misma que obstaculizó desde su promulgación la Ley de Educación Sexual Integral (amenazada también por falta de presupuesto y capacitación). Esa Iglesia que hoy pide que no haya violencia en el debate sobre el derecho al aborto, es la misma que, en 2010, llamaba a una “guerra de Dios” contra el matrimonio igualitario, mientras se trataba la ley en el Congreso.
No es cuestión de fe sino de política
¿Por qué, entonces, este repentino cambio de tono? Es que La Iglesia debe reubicarse frente a la crisis que quedó evidenciada en la última gira del papa Bergoglio por América Latina. En su “propio continente”, la popularidad de Francisco bajó notablemente a causa de su reiterado apoyo a sacerdotes y obispos denunciados por abusos sexuales y encubrimiento.
Aunque el Papa mantiene roces con Mauricio Macri, no es porque difiera sustancialmente en temas como el del derecho al aborto, ya que, como manifestó el Presidente y buena parte de su gabinete, los liberales del PRO también están en contra de su legalización.
Lo que parece enfrentarlos es que el Vaticano tiene un claro objetivo político en el país que es apuntar a fortalecer la influencia de la Iglesia entre los trabajadores y el pueblo pobre, con el propósito de contener las tensiones sociales que se profundizan al calor del ajuste. Su propósito es canalizar los reclamos de los movimientos sociales para evitar que las luchas se radicalicen. Por eso, el diálogo que mantiene con organizaciones de trabajadores desocupados, de la economía popular y también, incluso, el nuevo tono “amigable” hacia el movimiento de mujeres en su reclamo por la legalización del aborto.
Por eso, entre los seguidores de Bergoglio también se encuentran organizaciones sociales con las que el hoy Papa mantiene un fluido diálogo, y que también se pronunciaron, por acción u omisión, sobre el debate. Juan Grabois, dirigente de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) también afirmó, en estos días, que apoyaba el llamado del obispo Ojea para que no haya agresiones en el debate. Dejó clara su posición contra la legalización del aborto y, aunque aclaró que una parte importante de la militancia de la CTEP apoya ese derecho, eligió sugerentemente aclarar que en las “barriadas populares y en las villas hay muchas compañeras que no están para nada de acuerdo”.
Y mientras tanto, la Iglesia deja correr las declaraciones más reaccionarias del arzobispo de La Plata,Héctor Aguer, que respondió duramente a la iniciativa del gobierno, acusándolo de no tener principios morales. Aguer afirmó que, “la doctrina de la Iglesia siempre ha ubicado al aborto dentro del mandamiento ‘No matarás’”.
La Iglesia católica no tiene credenciales democráticas para presumir en Argentina. Desde su complicidad y bendición a los genocidas en la última dictadura militar hasta su defensa de los fallos del 2×1, repudiados por la población, la Iglesia siempre actuó alineada con la clase dominante sin que le importe demasiado el color de sus políticos. Y sobre el derecho al aborto, sigue sosteniendo que hay que “defender la vida desde la concepción”, aunque eso signifique afectar gravemente la salud o directamente, que haya riesgo de muerte para la mujer gestante.
El Vaticano no legisla: separación de la Iglesia del Estado
El diálogo que hoy pide la Iglesia nada tiene que ver con su verdadera política. La “guerra de Dios” dirigida por el propio Bergoglio en 2010 contra el matrimonio igualitario; los obstáculos para implementar la educación sexual en sus escuelas y para que no se distribuyan anticonceptivos en hospitales, como las presiones para modificar el Código Civil al gusto del clero, son solo muestras de lo que ya están haciendo con el debate sobre el derecho al aborto, visitando diputados y lanzando campañas furibundas contra las mujeres que luchan por este derecho, con organizaciones autodenominadas Pro-Vida o como la de “El Bebito”.
Por eso es necesario acompañar este debate, exigiendo la separación de la Iglesia del Estado. El respeto por las creencias personales no puede contraponerse a la legislación en un tema que es de salud pública. La movilización independiente del gobierno y la Iglesia sigue siendo el pilar de nuestra fuerza. El aborto legal se votará en el Congreso, pero la pelea se gana en las calles porque ningún gobierno nos regaló ni nos regalará nada.