La relación entre la religión y la política sigue siendo tan estrecha que en los últimos años algunos funcionarios han desatado una serie de críticas por exhibirse como fieles católicos en eventos oficiales.
El caso más reciente es el del gobernador de Guanajuato, Miguel Márquez Márquez, quien “consagró el futuro del estado a Dios y a la Virgen de Fátima”, ante cientos de personas reunidas en el Domo de la Feria de León.
Aunque no se trataba de un evento oficial, al gobernador se le olvidó aquello del Estado Laico, pues decidió que la mejor estrategia para combatir a la violencia y los criminales era dejarle esa tarea a Dios.
Lo mismo pasó en 2013, en Nuevo León, cuando la alcaldesa de Monterrey, Margarita Arellanes, pronunció un polémico discurso: “Yo entrego la ciudad de Monterrey a nuestro señor Jesucristo para que su reino de paz sea establecido, abro las puertas de este municipio a dios como la máxima autoridad. Reconozco que sin su ayuda no podemos tener éxito”.
En México, la religión es el estandarte para cualquier político que busque adeptos, solo basta con recordar la controversia que causaron los gobernadores de Chiapas, Manuel Velasco; y de Sonora, Claudia Pavlovich, debido a los besos en la mano que dieron al papa Francisco, durante su visita a Palacio Nacional en febrero del año pasado.
Los usuarios de las redes sociales cuestionaron que en plena ceremonia oficial, a la que asistió el papa Francisco en calidad de jefe del Estado Vaticano, Velasco Coello y Pavlovich Arellano se mostraran como devotos católicos.
Un pasaje similar ocurrió en julio de 2002, cuando el entonces presidente Vicente Fox besó el anillo del papa Juan Pablo II, durante un acto oficial, se comportó como católico y no como un jefe de Estado.
En México, la Constitución ordena la separación entre Iglesia y Estado, desde 1857 en la presidencia de Benito Juárez.