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Vicente y Francisco, elegancia hasta el martirio

Tal día como hoy, en la Valencia de 1826, al bueno de Cayetano Ripoll le dio muerte la Inquisición española. Cayetano era un maestro, culto y por ende, librepensador. El delito que le hizo merecedor de la horca fue no descubrir su cabeza al paso del viático. (El viático, queridos ignorantes, se administra en el sacramento de la extremaunción a fin de que el alma del moribundo llegue limpita y almidonada al cielo de los justos). También, decían las amables lenguas de doble filo, que don Cayetano no llevaba a sus alumnos y alumnas a misa.

Un horror. Su destino, como comprenderéis estaba escrito. Y aunque murió en la horca, como una ejecución inquisitorial resulta extremadamente fría sin una bonita hoguera, se hizo subir al reo sobre un tonel graciosamente decorado con artísticos dibujos que imitaban llamas. El reo agradeció el detalle y, por un momento, volvióse loco de contento. Lágrimas de felicidad surcaban sus mejillas y el hipo hizo irreconocibles las palabras de gratitud hacia el entonces arzobispo de Valencia, Simón López García, que, a buen seguro, salieron de su boca, referidas dicen unos que a la madre de Dios, mientras otros se decantan por la madre del arzobispo e incluso la de Fernando VII de Borbón, apodado el Rey Felón que promovió la llamada Década Ominosa. Las crónicas son confusas al respecto.

Eso sí, una vez ajusticiado, tras un gracioso balanceo de media hora pendiendo de su quebrado cuello y enseñando un palmo de lengua, como ejemplo edificante de lo que enfada al Señor y no debe hacerse, se le descolgó, se le introdujo en el barril y llevándolo al Cremador de la Inquisición, se le dio fuego. Ya se sabe lo aficionados que son los valencianos a la pirotecnia. Y para la curia valenciana, a falta de ninot, bueno es un hereje y mejor si son dos.

Por todo ello me extrañó que Juan Gabriel Cotino, un ejemplar del Opus Dei, soltero, empresario, Director General de la Policía con Mayor Oreja y actual Presidente de las Cortes Valencianas con crucifijo incorporado, hiciese un paralelismo entre la persecución a Galileo y el trajeado Francisco Camps, teniendo mucho más cercano en tiempo y espacio al maestro Caye- tano. Juan Gabriel, aunque obvia en sus declaraciones a los responsables de la condena del astrónomo, lo sabemos conocedor de que en ambos casos fue la Santa Madre Iglesia quien de manera misericordiosa los juzgó y condenó. Claro que Camps resulta inconmensurable con el resto de los efímeros mortales.

Un tipo tan elegante que se sacrifica por Valencia, España y Rajoy bien mereciera una peana en los altares de la catedral junto a San Vicente Mártir, patrón de Valencia a la vez que patrón de los sastres y las modistas ¡Que coincidencia pensarán las mentes de los descreídos! En modo alguno. En cuestión de trajes y de sastres Nuestro Señor no da puntada sin hilo. Los dos mártires, los dos pertenecientes al mundo del textil. Como Victorio & Lucchino.

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