Está a punto de decirlo. Seguro. La próxima de Trump va a ser que su poder procede de Dios, que se habría servido de la gente de bien de los Estados Unidos, a quienes habría inspirado para que tomaran la decisión correcta. De momento no ha dicho nada porque seguro que desconoce la vieja tradición del derecho divino de los monarcas absolutistas, pero en cuanto alguien le cuente algo, lo suelta. La voluntad de Dios en un mundo imperfecto es lo único que explicaría –también a sus ojos– su sorprendente posición actual de presidente de los Estados Unidos de América.
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