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Vil aniversario

Ayer se estrenó en Barcelona La nostra classe, un montaje que nunca debió producirse fuera de los escenarios. El suceso -si el fuego, el terror y la muerte no hubieran sido reales- parecería la impactante obra de un dramaturgo que juega a remover conciencias. Pero fue real. De una escalofriante e hiriente realidad. El 10 de julio de 1941, los habitantes católicos de un mísero pueblo de Polonia asesinaron a todos sus vecinos judíos, los mismos con los que habían compartido escuela, juegos y vida. Hombres, mujeres y niños fueron conducidos a un granero y quemados vivos. Los nazis ocupantes fueron testigos, pero no ejecutores.

Los asesinos -qué contradictorio utilizar este término para un pueblo víctima de la historia- trataron de reducir la barbarie a las cenizas de sus conciencias. El secreto fue guardado durante décadas. Quizá pasó de padres e hijos, quizá aullaba en las pesadillas, quizá más de uno bajaba la vista cuando pasaba por el lugar en el que todos se envilecieron, pero siguió callado hasta que el historiador Jan Gross denunció los hechos en su libro Vecinos. Hoy, el amigo Fonalleras recuerda los más de 8.000 muertos de Srebrenica. Esta vez, las víctimas fueron bosnios musulmanes. Murieron 54 años y un día más tarde que los judíos de Jedwabne. Un macabro aniversario. El doliente recuerdo de la capacidad humana para concebir el odio. Incluso hacia los más próximos.

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