En su columna de esta semana, titulada La paz es ética, Juan Manuel Ospina hace una desapasionada y reflexiva defensa del laicismo, señalando lo que yo vengo diciendo hace rato — que sin laicismo, no hay paz:
La política y la religión, como pensamiento y como acción, deben estar totalmente separadas para bien de ambas y salud de la sociedad. Cuando se mezclan, se entroniza el fundamentalismo, que ahoga el talante propio de personas civilizadas y de sociedades que sean democráticas en “cuerpo y alma”.
Las raíces, los fundamentos de la paz y de la política son éticos. Confundir la ética ciudadana con prescripciones morales cuando no simplemente moralizantes, es un error garrafal que compromete a ambas, pues abre las puertas a su invasión por las hordas salvajes y primitivas del fundamentalismo de raíces son religiosas, y reaccionario.
[…]Lo que sí es pecado, y mortal, es confundir la ética ciudadana con la moral de la vida privada, y pretender elevar a principios éticos de la sociedad lo que son simples prejuicios personales sobre el comportamiento individual. Es nada menos que confundir los principios éticos del respeto a la vida, a la diferencia, a la igualdad y a la libertad, con unos principios morales sobre los comportamientos individuales privados, centrados en la familia como una estructura cuya naturaleza no sería social sino moral, pétrea e inmutable; y en una sexualidad cargada de culpa. En vez de principios éticos para ordenar y darle la necesaria dignidad al comportamiento ciudadano en comunidad, ofrecen y buscan imponer una moral que ni comprende ni respeta, que simplemente sanciona “a los malos”, con la vana pretensión de que lo que podría tener cabida en el ámbito familiar e individual, se convierta en norma social con tufillo a inquisición, en una guerra a muerte, con sabor a cruzada, de “los creyentes” contra “los infieles”.
[…]De ganar esa posición no solo no se lograría la reconciliación, fundamento de la convivencia democrática, sino que la política se volvería fundamentalista y por lo tanto confrontacionista y en el límite violenta; lo contrario de lo que Colombia necesita y busca con la construcción de una sociedad fundamentada en una ética ciudadana del respeto y la dignidad de todos, donde no hay ni buenos ni malos, sino simples ciudadanos con derechos y obligaciones.
La columna es para enmarcar y recomiendo que la lean en su totalidad, pues aunque aquí he tomado extractos que son aplicables en cualquier momento, Ospina está hablando de la situación actual del país y cómo la ofensiva evangélica con su promoción de la homofobia, no sólo ayudó a ganar al NO, sino que atenta contra la escasa democracia colombiana.