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En línea con Alá

La ‘iftaa», nombre en árabe del centro de fatua en el que se encuentra el teléfono, es el único en Oriente Próximo que cuenta con un equipo de mujeres con formación específica contratadas por el Gobierno para emitir pronunciamientos legales. Trabajan al otro lado del pasillo donde lo hacen sus homólogos hombres, 47 muftís con la misma función.

Seikha Naeema coge su vaso para darle un sorbo, pero una luz que se enciende -de nuevo- roja e insistente en el teléfono gris de su mesa se lo impide. Son apenas las nueve de la mañana y ya ha atendido 11 llamadas. La mujer a la que escucha ahora parece angustiada.

«Que la paz sea contigo, y todas las bendiciones», dice Sheikha Naeema con voz tranquilizadora. La mujer le explica que ha dado a luz dos veces y que en ambos casos los bebés nacieron muertos. Ahora está embarazada de nuevo. El doctor le ha dicho que el feto muestra síntomas de complicaciones severas y que probablemente morirá. La mujer quiere saber si el Islam le permitiría abortar. Tras aclarar con ella algunos detalles, Sheikha Naeema emite una ‘fatua’ (pronunciamiento legal religioso no vinculante). «Si el feto está gravemente enfermo y no tiene posibilidades de sobrevivir, puedes abortar», le dice, «tienes que seguir el consejo de tu médico, él te guiará. La religión no está en conflicto con la medicina».

También le explica que el aborto está permitido en determinadas circunstancias: durante los 120 primeros días o 17 semanas después de la concepción si los médicos creen que el feto tiene problemas que ponen en peligro su vida. La fatua emitida se basa en un ‘hadiz’, un pensamiento atribuido al profeta Mohammed, que afirma que el feto recibe su alma o espíritu a los 120 días. Cuando Sheikha Naeema finaliza la llamada, se gira en su silla y anota algo. «Normalmente los jueves por la mañana son bastante tranquilos», señala.

Estamos en la pequeña y atestada oficina del teléfono de asistencia de la ‘fatua’ en el octavo piso de la Autoridad General de Asuntos Islámicos y Donaciones en Abu Dabi, más conocido por su acrónimo en árabe, Awqaf. También llamada ‘Marca-Una-Fatua’, esta línea se gestiona desde un anodino edificio del Gobierno, cerca de un supermercado y junto a una carretera que lleva a las aguas turquesa pálido del Golfo Pérsico. Más allá del detector de metales, los amables recepcionistas dan indicaciones a los visitantes. Un empleado bangladesí con un chaleco de raya diplomática sirve café de una delicada jarra a los visitantes que esperan en el ‘hall’ de entrada. Un retrato de Sheikh Zayed bin Sultan Al Nahyan, el difunto presidente y fundador de los Emiratos Árabes Unidos (UAE), cuelga de una pared en el recibidor de la primera planta. Está arrodillado rezando y lleva unas enormes gafas de sol estilo aviador. Estudiosos del Islam vestidos con largas túnicas blancas y ‘kufiyyas’ [el clásico pañuelo palestino que se usa en la cabeza] entran y salen de oficinas acristaladas con papeles y libros. El aroma a incienso de rosa se mezcla con el aire acondicionado, programado a la temperatura glacial del Ártico.

Durante ocho horas diarias y cinco días a la semana, Sheikha Naeema y otras dos compañeras responden a las preguntas de mujeres, y a veces hombres, de todo tipo de perfil social: ricos y pobres, jóvenes y ancianos, más o menos devotos. Aquí les ayudan a interpretar las reglas morales y éticas, así como las restricciones que rigen la vida de un musulmán practicante.

La ‘iftaa», nombre en árabe del centro de fatua en el que se encuentra el teléfono, es el único en Oriente Próximo que cuenta con un equipo de mujeres con formación específica contratadas por el Gobierno para emitir pronunciamientos legales. Trabajan al otro lado del pasillo donde lo hacen sus homólogos hombres, 47 muftís con la misma función. Un gran cartel blanco en el recibidor señala que la misión del Awqaf es «promover el progreso y la conciencia social de acuerdo con las enseñanzas tolerantes del Islam que reconoce la realidad actual y entiende los retos futuros». La palabra tolerante es la clave.

Esta mañana en particular las consultas van desde un «¿pueden trabajar juntos hombres y mujeres en una misma habitación?» (sí) a «¿puedo ayunar durante el Ramadán si tengo el periodo?» (no). El tono de Sheikha es directo y profesional. La siguiente persona que llama pregunta: «Si mi vagina hace ruido mientras rezo, ¿anula el valor de la oración?».

«No son flatulencias, así que no pasa nada, tu oración es válida», responde Sheikha Naeema con delicadeza. Cuelga y se recoloca la ‘shayla’ que le cubre la cabeza y que enmarca una mirada directa de expresión algo irónica. «Este problema es habitual en muchas mujeres que han dado a luz», explica. Su colega, Sheikha Radia, le pasa una taza de café. «Ya no hay pregunta que nos sorprenda, lo hemos oído todo», dice. Sonríen y se encogen de hombros.

Marroquí, Sheikha Naeema es una eminencia en temas legales dentro del Islam. Acaba de rebasar los 40 y lleva ocho años trabajando en el centro de fatuas. Contratando a mujeres como Naeema y sus compañeras, el Gobierno intenta compensar un desequilibrio de género en la esfera religiosa en los Emiratos Árabes Unidos que, como en el resto de Oriente Próximo, está dominada por hombres. A las mujeres se las anima únicamente a rezar en casa. Y adiós. «Sabemos que es poco habitual hablar de ‘muftíyas’ o ‘sheikhas’ en femenino, porque normalmente este trabajo lo realizan hombres, pero es importante que las mujeres tengan alguien a quien dirigirse cuando buscan ayuda», explica Sheikha Radia, «cuando hablamos con otra mujer, entendemos cómo piensa».

Sheikha Radia y Sheikha Naeema se las ven y se las desean para atender las hasta 200 llamadas, más los mensajes e ‘emails’, que reciben cada día. La línea telefónica ha tenido tal éxito que seis jóvenes emiratíes fueron enviadas a la Universidad Mohammed V en Agdal (Marruecos) con becas del Gobierno para formarse como muftíyas. También las buscan que hablen inglés, pero esto resulta más difícil.

«Intentamos enseñar a la gente el verdadero Islam», comenta Mariam al Zaidi, de 26 años, una de las licenciadas, que añade que el Estado se toma la educación religiosa de las mujeres muy en serio. Afirma que lo que está haciendo el Gobierno es simplemente retomar una antigua tradición: «Todas las mujeres en la vida del profeta Mohammed explicaban la fe», asegura.

La línea telefónica trata las preocupaciones más íntimas de las musulmanas, sin trabajadores o clérigos hombres de por medio, y bajo el más absoluto anonimato. Es parte de una estrategia a largo plazo del Gobierno para fomentar un Islam moderado y femenino en un momento en el que el fanatismo y el sectarismo religioso están al alza en todo Oriente Próximo. Grupos yihadistas como el ISIS y los talibanes consideran que hay que apartar a la mujer de la vida pública, un punto fundamental de su concepción de Estado según su interpretación de la sharia (conjunto de leyes basado en los preceptos de Alá).

Cuando en 1989 en algunos países islámicos se llamó a quemar la novela Los versos satánicos, de Salman Rushdie, y su traductor al japonés fue asesinado en Tokio, en Occidente el término fatua quedó asociado con sentencias de muerte sumarias. En realidad una fatua es una opinión legal que ayuda a un musulmán practicante a llevar una vida ética; no es obligatorio seguirla. No se puede exigir legalmente su cumplimiento y si no te gustan las emitidas por un muftí, puedes acudir a otro para que te dé un punto de vista diferente. Aun así, es algo más que una simple opinión. Tiene que estar basada en los versos del Corán, en el Hadiz (dichos y acciones de Mahoma) o en las opiniones que han dejado los sabios musulmanes en los 1.400 años de historia del Islam.

Sheikha Naeema ofrece una conferencia en una mezquita situada en un barrio pudiente. La mayor parte de su público tiene entre 30 y 40 años. Muchos son emiratíes, algunos palestinos, sirios o marroquíes. Tras una hora de ponencia explicando por qué es pecado hacer circular rumores sobre otras personas, se le acerca una joven palestina con un hijab naranja. «¿Puedo hacerle una consulta sobre el hijab? ¿Es obligatorio?», inquiere. Su pregunta es desconcertante. Pocas mujeres en la región dejan su pelo a la vista, y menos aún se plantean su necesidad. «Es obligatorio», le responde Sheikha Naeema amablemente, y hace referencia a un capítulo y verso específicos del Corán.

Pero la joven no está satisfecha. Le explica que lleva hijab desde que era una adolescente pero que se lo está pensando. Tiene 30 años, está soltera y le preocupa ser percibida como una mujer anticuada. Le pregunta a Sheikha Naeema qué hay del niqab, en referencia al velo que cubre la cara y solo deja los ojos a la vista. «Es una opción cultural de algunas mujeres de los países del Golfo, pero no hace falta que lo lleves», responde la experta. La joven palestina da educadamente las gracias. Para ella, la opinión de Sheikha Naeema zanja la cuestión. «Tiene muchos conocimientos, así que seguiré su consejo. Aunque preferiría no llevar el hijab, me gusta mostrar mi pelo».

Por qué aquí

Los Emiratos Árabes Unidos se asientan sobre la séptima mayor reserva de petróleo del mundo. La riqueza que esto genera se ha utilizado para transformar una sociedad dependiente de la pesca y el comercio en una economía basada en las finanzas, el mercado inmobiliario y el turismo, que se pretende sea viable cuando las reservas de petróleo y gas se acaben. Pero los emiratos siguen sin ser una democracia. Aun así, sus gobernantes animan a las mujeres a participar en la vida pública -en febrero, cinco fueron elegidas para el Gabinete, un organismo gubernamental de consulta-. En 1980 solo el 2,8% de las emiratíes accedía a la enseñanza superior, hoy en día representan el 70% de los universitarios. Es una sociedad relativamente abierta, sobre todo si se compara con otros estados del Golfo como Arabia Saudí. Las mujeres pueden conducir, estudiar y trabajar fuera de casa. La ley no las obliga a cubrirse la cabeza, aunque la mayor parte de ellas lo hace. Casar religión, tradición y nuevos roles y modos resulta para muchas una preocupación.

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