Cuando llega un feriado, nadie se va a quejar por disponer de un día libre, y solo nos enfocamos en la perspectiva de holgazanear en casa, organizar un asado con los amigos o salir en bicicleta, lejos del bullicio, de las exigencias de “la pega” (¡modismo más claro que el agua!) y del gentío que corre angustiado contra un reloj cada vez más loco. En los años 50-60 empezó a circular en Francia la expresión “métro, boulot, dodo” (“metro, curro, catre”), para definir esa carrera idiotizante que llevan los parisinos, y de manera más amplia los habitantes de cualquier ciudad grande, frase del poeta Louis-Gabriel Besnard quien seguramente supo practicar lo que profesaba ya que murió a los 102 años.
En Chile, basta con escuchar los noticieros de televisión, o simplemente las conversaciones en el metro a las horas de alto tráfico (u horas “peak” como se dice en nuestro dialecto), para sentirse preocupados: las enfermedades y el estrés asociados con el trabajo van aumentando, y vivimos en un país donde las condiciones laborales son muy dispares y agotadoras. Lógicamente, un día de descanso adicional no puede hacer daño a nadie, sea cual sea su naturaleza, y si se trata de romper el ritmo cotidiano, recibimos con la misma alegría un feriado civil o religioso.
Y tenemos mucha suerte, porque comparando Chile con otros países del mundo, el número de días no laborables en la “copia feliz del Edén” deja a los demás bien atrás: 18 feriados en total, la mitad de ésos siendo religiosos (Viernes y Sábado Santos, San Pedro y San Pablo, Día de la Virgen del Carmen, Asunción de la Virgen, Día de las iglesias evangélicas y protestantes, Día de todos los Santos, Inmaculada Concepción y Navidad).
Aunque se confundan comúnmente las palabras “feriado” y “festivo” y se usen como sinónimos, tienen acepciones distintas, ya que originalmente el día “feriado” era un día de feria, y por lo tanto representaba para la iglesia cualquier día de la semana salvo el sábado o domingo. Además, un día feriado no era laborable ni hábil ya que los tribunales estaban cerrados. Por extensión, designa en la lengua contemporánea un día festivo, y especialmente el que no cae un domingo.
En cuanto al día festivo (de fiesta), corresponde en general a una fecha fija en el calendario y celebra una fiesta religiosa u oficial: aunque sea un día técnicamente laborable, no lo es por motivo de una celebración.
Ya que estamos jugando con la terminología, aclaremos también que mientras un estado aconfesional no reconoce ninguna religión oficial – a diferencia del estado confesional que adhiere a una iglesia específica -, el estado laico es independiente de cualquier confesión y practica la separación iglesia-estado. Esto supone que la legislación y, en particular, la Constitución del país permanezcan independientes de cualquier organización o confesión religiosa y, además, que ningún culto o creencia tenga influencia directa o indirecta en la política nacional, debiendo esta mantenerse completamente neutral en materia de religión.
Sin embargo, si consideramos la presión constante ejercida, en Europa por ejemplo, por grupos religiosos fanáticos, el estado laico está cada vez más amenazado y tiende a encaminarse hacia una condición de estado “aconfesional”.
Volviendo al origen de la polémica: ¿Por qué tantos países laicos observan días festivos religiosos? Y, como corolario de esa pregunta: ¿Por qué observan casi exclusivamente festivos cristianos?
Si queremos respetar la igualdad entre todos los ciudadanos, condición básica de un estado laico que deja a sus integrantes la libertad de tener la religión que quiera o ninguna, o damos un espacio a todas las celebraciones religiosas sin que se conviertan en feriados, o las borramos todas del calendario. Obviamente, no se trata de una decisión fácil, al punto que se consideró en Francia, para aliviar la tensión social, añadir al calendario de feriados “tradicionales” (es decir católicos) un par de fiestas judías y musulmanas para fomentar la tolerancia y la libertad de conciencia.
Por otro lado, y con el mismo propósito, el economista y escritor francés Jacques Attali publicó en febrero 2013 una declaración titulada Laicizar el estado ¡por fin!, recordando que hace más de un siglo que las iglesias ya no están a cargo del derecho sino de la moral, y eso solamente para sus fieles: “el derecho es laico; sólo la moral es religiosa, para los que lo desean”.
Añade Attali que los feriados deberían ser sólo laicos, pero la única solución que logra proponer es de cambiar los nombres de festivos con connotaciones religiosas y darles nombres laicos: por ejemplo remplazar Navidad por “fiesta de los niños” y Pascua por “fiesta de la libertad”. Otra sugerencia mucho más sensata, pero igualmente difícil de aplicar, es que todos esos feriados sean considerados como celebraciones cristianas y, por lo tanto, no feriados obligatorios, lo que permitiría a los ciudadanos que lo deseen remplazarlos por celebraciones de otra observancia.
¿Qué pasa en Chile? Mientras el Reglamento Constitucional de 1812 declaraba en su primer artículo que “la religión católica apostólica es y será siempre la de Chile”, la Constitución de 1925 aprobó la separación oficial del estado y la iglesia, garantizando:
La manifestación de todas las creencias, la libertad de conciencia y el ejercicio libre de todos los cultos que no se opongan a la moral, a las buenas costumbres o al orden público, pudiendo por lo tanto las respectivas confesiones religiosas erigir y conservar templos y sus dependencias con las condiciones de seguridad e higiene fijadas por las leyes y ordenanzas.
Las iglesias, las confesiones e instituciones religiosas de cualquier culto, tendrán los derechos que otorgan y reconocen, con respecto a los bienes, las leyes actualmente en vigor; pero quedarán sometidas, dentro de las garantías de esta constitución, al derecho común para el ejercicio del dominio de sus bienes futuros. Los templos y sus dependencias, destinados al servicio de un culto, estarán exentos de contribuciones. (Artículo 10)
Contra toda sospecha, el gobierno militar ratificó esa separación, aunque se haya constantemente declarado de ideología cristiana y católica, y sin preocuparse demasiado de los choques reiterados con gran parte de la iglesia por sus violaciones a los derechos humanos.
Sin embargo, recordemos como anécdota que fue solamente en enero 2012 que el Senado aprobó una modificación del Reglamento de la Corporación para que sus sesiones se iniciaran “en nombre de Dios y de la Patria” y no solamente “en nombre de Dios.
Pero parece que la dificultad de mantener un estado realmente, profundamente laico, no en los textos oficiales sino en la práctica cotidiana, está vinculada con algunas religiones más que otras. Y los más laicos no son necesariamente lo que uno pueda imaginar: ¿cómo imaginar que un estado que tiene como lema “In God weTrust” (Confiamos en Dios) puede ser tan laico como el que profesa “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, o quizás más?
En una entrevista a la revista Le Point, el politólogo Denis Lacorne recuerda que los primeros fundadores de lo que conocemos hoy como Estados Unidos eran laicos, muchos de ellos ateos, que el famoso lema fue inventado durante la Guerra de Secesión, y que la constitución redactada en 1787 no menciona ni Dios ni la Biblia.
Lacorne añade que el juramento del presidente electo sobre la Biblia es una costumbre inglesa adoptada por George Washington y no aparece en la constitución, la cual, de hecho, prohíbe cualquier juramento de tipo religioso en términos laborales.
Ese juramento del presidente electo es una costumbre, no una ley, y los textos históricos indican, por ejemplo, que el presidente John Quincy Adams juró sobre una recopilación de leyes, mientras el representante demócrata de Minnesota, Keith Ellison, juró en 2007 sobre el Corán. Además, la primera enmienda de la constitución contempla “un muro de separación entre iglesia y estado” (www.lepoint.fr 12/03/2012).
Sin embargo, Lacorne reconoce que en este momento esa laicidad está amenazada por el aumento de la población latina, compuesta esencialmente de católicos y pentecostales. En cuanto a los “sin-religión”, siguen aumentando, representando más de la cuarta parte del grupo de los 20-30 años, y votan masivamente por los candidatos demócratas.
Mientras tanto, funciona cada vez menos la laicidad en Francia. ¿Por qué? Porque los límites se ponen cada vez más tenues y frágiles, y el estado, en vez de mantener las fronteras claras, se involucra en situaciones escabrosas.
Erwan Le Noan, abogado y profesor de derecho y economía, considera que la diferencia entre Estados Unidos y Francia descansa en dos puntos esenciales: primero, que el estado americano respeta de manera más escrupulosa el principio de separación y no interviene en el sector religioso (al contrario del estado francés que financia escuelas privadas religiosas e interviene en la organización de algunos cultos); y, segundo, que el principio de libertad de culto y su expresión es más respetado en Estados Unidos que en Francia (el tema polémico del uso de signos religiosos, por ejemplo). Concluye diciendo que en Francia “la laicidad ya no es un régimen de apaciguamiento social sino un programa político” (www.atlantico.fr 31/03/2011).
¿Y qué decir de Chile? ¿Dónde se ubica entre tantas posiciones contradictorias? ¿Será un país tan laico como lo pretende? La letra del himno nacional, la celebración del Te Deum para la fiesta nacional, las palabras de apertura del Senado, las largas e intricadas controversias, primero sobre el divorcio, luego sobre el aborto y el matrimonio homosexual, y los nueve feriados religiosos son sólo unos de los síntomas demostrando que Chile, si es un país laico en la teoría, no lo es en la práctica.
Las “confusiones” que destaca Humberto Lagos Schuffeneger en su conocido ensayo “Chile y el mito del estado laico”, simplemente demuestran que las cosas no son claras, porque se sigue otorgando espacios religiosos y confesionales en el sector público, y porque esa confusión provoca presiones, conflictos, y a la larga, intolerancia mutua. Lo que puede partir de una buena intención termina jugando en contra de la laicidad.