El escritor colombiano ajusta cuentas con el presente en ‘¡Llegaron!’, un texto sobre su historia. Con humor, con saña y con voz propia, lanza dardos a Dios y a su país
Hay libros que se escriben para morir en el punto final. Otros forman un interrogante. Y sólo unos pocos se elevan entre exclamaciones. Este es el caso de ¡Llegaron!, la última y exuberante obra de Fernando Vallejo (Medellín, 1942), que ahora publica la editorial Alfaguara. Su historia es la de su autor, su familia y, sobre todo, los recuerdos de infancia en la colombiana finca de Santa Anita, junto a sus abuelos. Pero lejos de quedarse en un paseo por un tiempo perdido, el texto sirve para un ajuste de cuentas con el presente. Ese universo amorfo e inagotable al que el narrador pasa a cuchillo página tras página. Desde Colombia hasta Dios. A veces lo hace con humor, otras con saña, pero siempre con voz propia. Una primera persona (el autor detesta el uso del narrador omnisciente) que, sentada en un avión con destino desconocido, rememora la vida y muerte de los suyos, se muestra a sí mismo sin pudor y hace estallar con su torrencial estilo todo lo que toca.
—Hablo como pienso y escribo como hablo.
Vallejo vive en la Ciudad de México. Allí, en la frondosa avenida de Ámsterdam, pasea cada día a su perra, Brusca. Es un hombre elegante, de talante bondadoso, pero que, en su conversación, guarda siempre una navaja bien afilada. Preguntarle es verla brillar. Salvaje y tropical.
PREGUNTA. El libro se abre y cierra con exclamaciones. ¿Hay algo así como un ritmo exclamativo?
RESPUESTA. Exacto. Con exclamaciones. Solo que antitéticas. La de entrada es “¡Llegaron!”. Y la de salida “¡Se fueron!”. Claro que llegamos, claro que nos fuimos, como llegamos todos y nos habremos de ir todos. La literatura se escribe en prosa y la prosa antes que nada es ritmo. Pero del bueno. No los octosílabos asonantes y sonsonetudos de García Lorca. Esto que le digo es uno de los grandes descubrimientos míos, hecho después del agua tibia, que se lo debo a México, ya cumplidos mis 27 años, pues en Medellín nos bañábamos siempre con agua fría.
P. Su estilo es enormemente fluido. ¿Cómo trabaja un texto?
R. Lavando platos y paseando a mi perra, Brusca, por el camellón de la avenida de Ámsterdam de la Ciudad de México para que haga en público sus necesidades porque en privado, en la casa, no le gusta a la maldita. O mejor dicho bendita, porque la amo.
P. ¿Se identifica con la voz central del libro?
R. Mil por mil. Cien por cien. Ciento por ciento.
P. ¿Es un viaje por sus recuerdos?
R. Sí. Un viaje en avión tratando de ganarle la carrera a mi médico, el doctor Alzhéimer.
P. ¿Le gusta viajar en avión?
R. Mucho. Ahí o cuando lavo platos se me ocurren los libros. Viajo en clase turista y lavo platos más que por falta de dinero por humildad. A mí que no me venga el papa Francisco a dárselas de humilde, que él no lava platos y viaja en jet privado. Ah, no, perdón, calumnio, miento. Lava patas.
P. El libro tiene mucho humor. ¿Cómo se consigue?
R. Esa es una interpretación errada. Yo nunca escribo en burla: siempre en serio.
P. A la Iglesia le dedica constantes dardos. Por ejemplo: “Dios, como Pablo Escobar, no mata por mano propia, Él no se ensucia: para eso tiene sus sicarios”. ¿Le falta humor a la religión?
R. Según Marx, la religión es el opio del pueblo. ¡Qué va! Ojalá. Me la fumaría enterita. La religión es una plaga. Todas, empezando por el cristianismo y el mahometismo, a las que hoy pertenece la mitad del género humano. El cristianismo no es una civilización, es una empresa criminal, y lo mismo eso que llaman pomposamente el islam: mahometanos asesinos y rezanderos. No hay Dios, Bergoglio, y nunca ha habido un Cristo de carne y hueso, sacado de una costilla de Adán o de un chorro de luz de las entrañas de la Virgen fecundada luminosamente por el Espíritu Santo. A la religión no le falta humor, lo que le falta es castigo.
P. Cuando ataca, lo hace con nombre y apellidos. Putin, Sarkozy y hasta Santos (“más estúpido que una película de avión”)… ¿Le gusta la polémica?
R. Yo con nadie polemizo. No soporto que me contradigan.
P. Dice usted de los colombianos que son “chusma carnívora y paridora, cristiana y futbolera”. ¿Existe posibilidad de que usted se reconcilie con Colombia?
R. Nunca me he peleado con esa mala patria. Simplemente, le ajusto cuentas cada vez que puedo.
P. ¿Es Santa Anita su infancia, la otra Colombia?
R. Así es. La más hermosa.
P. Dice su protagonista sobre Colombia: “Ya sé que por maldición eterna habré de volver a morir a ese moridero”. ¿Lo cree usted?
R. Estoy seguro, porque como yo soy el que voy a decidir mi muerte… A mí no me va a matar Diosito con un cáncer de páncreas o mandándome un sicario. No le pienso dar gusto a ese Viejo.
P. “El Homo sapiens es una fábrica de mierda”. ¿No le gusta el género humano?
R. Me gusta que haya dicho “género humano” y no “raza humana” como muchos ignorantes traduciendo del inglés the human race; o “especie humana” como dicen los escrupulosos aduciendo que la delHomo sapiens es una especie y no un género. Sí, reparones, pero en términos biológicos, no de lenguaje. Las lenguas son caprichosas. Y la española ni se diga. Este es un idioma loco.
P. ¿De dónde le viene el interés por la gramática?
R. De Colombia, que está loca. Durante 50 años la gobernaron presidentes gramáticos del partido conservador, que creían en Dios y vivían en guerra permanente contra el que y los gerundios galicados. Y que no se le podía quitar la preposición a a las ciudades ni a los países cuando eran complemento directo. “Mas independizó Cataluña”. ¡Qué horror! Eso es incorrectísimo. Debe ser: “Mas independizó a Cataluña”. Cuando se consume esta separación vuelvo a España. Antes ni muerto.
P. No se fía de los políticos, o eso parece. ¿Pero se puede vivir sin ellos?
R. Los políticos son corruptos; los dictadores, corruptos; los tiranos, corruptos; los reyes, zánganos y corruptos; los curas, maricas y corruptos; el Papa, farsante y corrupto; los ayatolás, asesinos y corruptos; Castro, traidor y corrupto; Berlusconi, pederasta y corrupto; Putin, asesino y corrupto… Y así. Y todos ellos carnívoros.¡Hideputas!, les habría dicho don Quijote.
P. Colombia, la Iglesia, la podredumbre política, la muerte… ¿Se puede decir que forman parte de sus obsesiones?
R. La Iglesia y los políticos son roñas incurables. Y Colombia, una mala patria. Esta es la hora en que no acabo de ajustarle las cuentas.
P. ¿Cómo ve Colombia ahora? ¿Y México?
R. Igual de jodidos. Casi como España. En ese par de paisuchitos la gente se reproduce como animales, y se come a los animales. “¡No se reproduzcan como conejos!”, dijo Bergoglio. ¡Ah, sí! ¿Y la encíclicaHumanae vitae de su predecesor Pablo VI en que este Papa prohibía el sexo no solo por fuera del matrimonio sino también dentro de él cuando no estaba destinado a la reproducción? Así que si usted quiere tener 20 coitos en su vida tiene que tener 20 hijos. Mi papá y mi mamá fabricaron 24. En la portada de¡Llegaron! puede ver usted unos cuantos de ellos. Ahí estoy yo con gafitas. Mi papá, manejando. Mi mamá, con su benjamincito en brazos.
P. Dentro del libro hay otro libro: ‘La libreta de los muertos’. ¿Los cuenta y recuerda usted?
R. Voy en el 858, que se dicen rápido pero que me costaron una vida y años de esfuerzos de la memoria. Son los que vi por lo menos una vez, pero en persona (no en el periódico o por televisión), y que sé con certeza que se murieron. Me dicen que Buñuel llevaba una libreta así. La llevaría, pero no como la mía, ni de lejos: en la mía hay putas, gigolós, travestis, políticos, atracadores, ladrones, sicarios. Y dos papas: Giovanni Battista Montini, aliasPablo VI, y Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II. A uno lo vi con la capa al viento, a 20 metros, en la plaza de Bolívar de Bogotá; y al otro pasando en papamóvil por la avenida de los Insurgentes de la Ciudad de México, también a tiro de piedra. No sabe la alegría con que los anoté.
P. La muerte es una constante en su texto. ¿Le produce miedo? ¿Angustia? ¿Sensación de absurdo? ¿Soledad?
R. Terror, porque dejaría a mi perra, Brusca, huérfana.
P. ¿Es usted un hombre familiar? En el libro le da mucha importancia a la familia.
R. Toda mi familia tiene cuentas pendientes conmigo que no acaban de saldar. De libro en libro se las voy cobrando.
P. “Vivo para contener el caos”, dice su protagonista. ¿Es la literatura una forma de poner orden en las cosas?
R. No. Por el contrario. Nada de orden. Que se acabe la humanidad y volvamos al caos, que el orden cuesta mucho, inmenso esfuerzo, no paga el sacrificio.
P. ¿Cuándo sabe que ha terminado un libro? ¿Cuándo lo supo de este?
R. Cuando llego a la página 180. Más es mucho y menos poco.