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Educación: o frente a los curas o frente a los antidisturbios

A la mayor parte de los ciudadanos nos cuesta entender las grandes cifras, pero quienes las estudian (el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas en colaboración con la Fundación BBVA, en este caso) afirman que «el gasto por habitante en educación y sanidad se recorta el 20% en la crisis», comparando cifras de 2009 con las de 2013. Más recorte aún a día de hoy, porque ni en 2014 ni en el 2015 a punto de acabar ha cambiado la tendencia.

Pero es que la educación y la sanidad públicas no son servicios universales a los que todo el mundo pueda acceder. Veamos qué viene ocurriendo con otras partidas del gasto público. La Administración destina unos 11.000 millones de euros cada año a la Iglesia católica. Algo más del 1% del PIB en un país que declara en su Constitución ser aconfesional. Y eso después de que se publicara el 22/09/2006 que: «La Iglesia se financiará exclusivamente con las aportaciones voluntarias del IRPF. […] Se suprime la dotación directa del Estado a la Iglesia. Estará sujeta al pago del IVA en la adquisición de bienes e inmuebles. La Conferencia Episcopal ha ratificado el acuerdo. La Iglesia se ha mostrado satisfecha con el acuerdo y anima a los católicos a contribuir».

De los 11.000 millones, unos 500 son para pagar a los profesores de Religión. Profesores que contrata y despide la jerarquía eclesiástica, pero que pagamos todos. Ahora van a ser más necesarios, porque las notas de la asignatura de Religión (católica, por supuesto) van a formar parte del cómputo con que se evalúa el rendimiento de los alumnos, lo que ha provocado un aumento del número de los que se apuntan a ella.

Por otra parte, el gasto en material antidisturbios subió de 173.670 euros de 2012 a 3,26 millones en 2013 (no es un error de escritura, es una subida del 1.873 %). El gasto total en orden público supone el 2,1 % del PIB.

¿Por qué estas dos partidas presupuestarias crecen cuando casi todas las demás, notablemente la educación y la sanidad, que todos consideramos fundamentales, se ven recortadas? Pues porque, como hemos dicho, la educación y la sanidad públicas no son servicios universales a los que todo el mundo pueda acceder. El reparto de hostias, sin embargo, sí que lo es. Y nuestros gobiernos no han escatimado un solo euro en mantener, e incluso aumentar, la eficacia de los organismos encargados de atenderlo: la Iglesia, para los creyentes, y los antidisturbios, para quienes no se creen nada de lo que nos cuentan.

Cualquier ciudadano puede acercarse a cualquiera de estas dos instituciones para recibir su ración, sin que nadie le pregunte si ha nacido aquí o allá, si tiene papeles o no. Ni siquiera existe un control para evitar que el mismo ciudadano sea atendido por ambas, y reciba sucesivamente en un sitio y en otro.

El servicio no tiene siquiera designación oficial, y normalmente no se relaciona a una institución con la otra. Pero ahora tenemos a un personaje extraordinario, Jorge Fernández Díaz, actual ministro del Interior, que no tiene inconveniente en mostrar la proximidad de ambos mecanismos, imponiéndole a la Virgen de Nuestra Señora María Santísima del Amor la Medalla de Oro al Mérito Policial  (imposición denunciada en su día por Europa Laica, denuncia sobre la que se pronuncian los jueces estos días).

Y es que este santo varón seguramente entiende que la devoción mariana ahorra mucho trabajo a la policía. Aumentar la importancia de la religión en el currículo escolar probablemente elevaría el número de quienes buscan en las iglesias su necesaria ración de hostias.

Mientras que una educación laica, que enseñe a pensar, que enseñe ciencia, y que solo hable de la religión en el apartado de sociología e historia, capacita a un alumno normal que culmine la eso a comprender la diferencia entre «crisis» y «saqueo». Y esa comprensión le hará más proclive a buscar su ración de hostias en la parte antidisturbios del reparto.

¿Puede haber otra educación que evite esta disyuntiva? Seguramente sí, a los ciudadanos se les puede enseñar que no necesitan hostias para nada y no tengan que acudir a ninguna institución. Pero el actual bosque de sotanas y uniformes hace difícil vislumbrar un futuro luminoso.

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