Las imágenes de las atrocidades cometidas por los grupos y Estados fundamentalistas islámicos inundan la prensa sirviendo de pedagogía del terror para sus promotores, mientras que para otros son la prueba que justifica las guerras de conquistas contra los bárbaros. “¡Ellos no representan el Islam verdadero!”, aclaman quienes ven nula la relación entre la religión y la violencia sin piedad, y en otro extremo se afirma que “el terror es parte inherente del Islam, o del hecho religioso en general”; quizás viendo cómo en la India o en Myanmar los fieles de un credo como el budismo son capaces de destrozar la vida de miles de musulmanes. ¿Existe, entonces, la violencia religiosa o se trata de intereses viles y mundanos de unos cuantos en nombre de los dioses que representan?
Las cámaras de televisión que hablan continuamente de la seudodoctrina de “Choque de Civilizaciones” suelen estar muy ocupadas acudiendo a actos provocativos como la quema del Corán por un tal Terry Jonse, pastor de cuatro feligreses, y preparadas para mostrar la reacción previamente organizada de otro pequeño grupo fanático en el “Sur”, en vez de mostrar el sufrimiento de naciones enteras y los cientos de miles de cadáveres, y millones de heridos y mutilados que ha dejado la OTAN en su “lucha contra el terrorismo islámico”.
Separar la verdad de la propaganda
1. El primer gran grupo terrorista “islámico”, los Muyahedines afganos, lejos de ser hijos de la evolución “natural” de una sociedad “musulmana”, fueron creados en 1978 por el presidente de EEUU Jimmy Carter con el fin de derrocar al gobierno marxista de Kabul y arrastrar a la URSS en el pantano afgano; el mismo año, cuando un cardenal de derechas ultraconservador llamado Karol Wojtyła, nacido en Polonia –otro país vecino de la URSS-, se convierte en el Papa del Vaticano se vislumbra la nueva estrategia lanzada por EEUU: financiar la religión política organizada contra las fuerzas anticapitalistas en todo el mundo. Los magníficos resultados de esta estrategia han prevalecido sobre sus “fallos morales”, como cuando empleó a cientos de espías nazis durante y después de la Segunda Guerra Mundial, e incluso la supuesta muerte de Bin Laden, no consiguió poner fin al negocio de “bomberos pirómanos”. En esta misma línea, se puede analizar la falsa lucha contra los piratas somalíes, el respaldo de KALOTAN y los cascos azules a los narco-muyahidines bosnios, y a los terroristas chechenos, la génesis del Estado Islámico y de Buko Haram en Nigeria, el timo de la lucha contra “terrorismo islámico” en Mali, entre otros.
2. Ahora bien, las organizaciones como el MI6 o la CIA no podrían crear un movimiento tan amplio desde la nada, y mantenerlo durante tanto tiempo en el vacío, sin un contexto social apto y unas ideologías capaces de justificar actos de crudeza extrema por quienes los llevan a cabo.
En este proceso de la reaparición del terror religioso, actúan dos factores: los integrados en las religiones y los elementos externos que las rodea.
Terror divino
3. Del mismo modo que es de miopía política poner el adjetivo “religioso” a una revolución de millones de trabajadores —como la de Irán del 1979—, lo es también hablar de “violencia religiosa”, salvo que se trate de grupos apocalípticos como el Templo del Pueblo, Los Davidianos o de La Verdad Suprema, que mataron y murieron con el objetivo de destruir “este” mundo y adelantar la llegada del “otro” donde estar felices para la eternidad.
4. La violencia física, psicológica, económica, de género, etc. presentes en los textos sagrados de todas las grandes religiones –que a menudo hasta exigen a los adeptos a ejercerla para mostrar su lealtad hacia Dios-, se debe a diversos factores “antropológicos”. En el caso de las religiones abrahámicas (Judaísmo, cristianismo y el Islam) se destacan los siguientes:
5. La cruente lucha por la supervivencia del individuo y del grupo en un medio hostil como los desiertos de Oriente Próximo, y la batalla por los escasos recursos, marcaron la cosmovisión de sus gentes ganaderas y comerciantes. Credos radicalmente diferentes a los de quienes se dedicaban a la agricultura como el mazdeísmo del vecino persa (hedónico y culto a la vida) o el budismo indio. Una realidad que desmiente de forma categórica que las divinidades violentas crean pueblos violentos, pues, la representación siempre es posterior a la realidad.
6. El ansia de preservar la propiedad privada sobre las personas (mujeres, esclavos y niños) y los objetos. Las normas que garantizan la seguridad de esta propiedad y los castigos a los infractores son brutalmente ejemplares: primero se les cortarán las manos y las piernas y luego serán decapitados.
7. La pena de muerte por delitos sexuales, en los desiertos donde abundaban piedras, no podía tener otra forma más común que la lapidación, mientras en las proximidades de Éufrates y Tigris, a los adúlteros se les lanzaban al río. Lo perverso será el plus a la crueldad cuando se legisla el tamaño de la piedra —ni muy grande ni muy pequeña— para que causa el mayor dolor posible antes de matar. En las zonas arboladas se les quemaba sobre un lecho de leña.
8. Pretensiones expansionistas y universalistas de unos credos elaborados por y para determinadas tribus y espacios geográficos. Presentarse como atemporales, sus dioses los únicos verdaderos y sus doctrinas las únicas válidas para salvar a toda la humanidad.
9. Una divinidad todopoderosa, omnipresente, omnisciente, perfecta, que además de gestionar el castigo en la otra vida, delega su autoridad a sus fieles el derecho de castigar en la tierra a los desviados y los “antisistema”.
10. El concepto central del “sacrificio”, y dioses que exigen sangre al creyente (animal o humana) a cambio de un favor. La autoflagelación hasta sangrar en el rito de Ashura de los chiitas o en la Semana Santa de los cristianos devotos, son la forma “suavizada” de ofrecer sangre a la deidad. Práctica que contrasta con el zoroastrismo, por ejemplo, que prohíbe los sacrificios, el culto a la muerte, a la sangre y a la tristeza: creen que su profeta fue el único niño que al nacer reía en vez de llorar.
11. La violencia contra la mujer y su discriminación en dichas religiones, no sólo consolidó el sistema patriarcal basada en la superioridad jurídica del hombre, sino lo santificó (Corán, 4:34; y Corintios, Biblia 11.2–16). El argumento de los fundamentalistas que excluyen a la mujer del poder político y religioso es aquel versículo (Corán 17-40) que niega la existencia de ángeles del sexo femenino “Dios nunca envió a una profeta”, y eso a pesar de que el cielo de la misma Arabia preislámica y de las civilizaciones persa, india o egipcia abundaban las diosas.
12. El fundamento de sus doctrinas es el control, el poder, la coerción y la recompensa para los obedientes. La fe hace que el terror se banalice (Deuteronomio, 2 :34), y que uno sea capaz de cometer injusticias, mutilar, torturar, violar a otras personas (minorías étnicas, sexuales, o religiosas –infieles, apostatas, blasfemos, paganos, ateos) sin remordimiento; erosiona la empatía y la compasión innata en el ser humano, y en muchos otros animales.
13. La estructura clasista de las religiones: el dominio de una elite sobre el resto del grupo, en un “sistema político” y la forma de transmisión del poder, en la que la voluntad de los “ciudadanos”, ni siquiera la los fieles, cuenta.
14. Al ver que el reparto de limosna y la caridad no podían paliar las hondas desigualdades sociales, buscaron en otras medidas como las guerras formas de reajustar los desequilibrios en la población: se exportará desempleados y se les permitirá quedarse con parte del botín de las familias y clanes derrotados (1 Samuel 17.45). Guerreros “desheredados” que no tenían nada que perder salvo su miseria cuando se apuntaban a batallas por los incentivos materiales en éste y en la otra vida.
Frente al terror de las creencias, hay que…
15. Acabar con el “Dialogo de civilizaciones”, por ser inútiles reuniones de la burguesía religiosa (patrocinadora de generar miedo, desconfianza, y odio hacia “el otro”) en los hoteles de cuatro estrellas, y cuya misión consiste en proteger el sistema del dominio de unos sobre otros, y de paso renovar su pacto anti-secular .
16. Promover el pensamiento crítico por parte de los propios intelectuales religiosos sobre pasajes que incitan a la violencia contra los seres más vulnerables: por ejemplo, del relato del intento de asesinato con agravante de parentesco de Agar y su hijo pequeño Ismael, por su esposo, nadie menos que el profeta Abraham, o aquel en el que Dios castiga la desobediencia de la esposa de Lot, convirtiéndole en una estatua de sal por solo mirar el desolador paisaje de destrucción de su hogar. Pero, atención, la pregunta común en internet, fruto de tan “normalizado maltrato contra la mujer” es otra “¿Por qué ella se convirtió en estatua de sal y no de piedra, barro o madera?”. Negar, ignorar o justificar la existencia de parecidos textos, sólo retrasa la reforma que necesitan las religiones antiguas.
17. Respaldar las “teologías progresistas” que en vez de predicar una moral hipócrita y peligrosa, abogan por la ética y por una justicia social aquí y ahora.
18. Que el ropaje religioso de algunos conflictos no impidan ver las reivindicaciones económico-sociales de sus abanderados.
19. Dejar de poner la etiqueta religiosa a las minorías étnicas: llamando “comunidad musulmana” a los ciudadanos marroquíes y paquistaníes, no sólo incrementa la presencia de la religión en la vida social-política, sino que atenta contra el derecho de privacidad del credo del ciudadano. La religión debe ser un asunto personal en todas partes y para todas las personas.
20. Que el terror religioso de unos grupos ruidosos no oculte la actitud de decenas de millones de creyentes —que con fervor apoyaron a líderes laicos como Jamal Abdel Nasser, Mohammad Mosadeq, Yaser Arafat, entre otros—, y que son las principales víctimas de los fundamentalistas de sus religiones. Para ellos, Dios es misericordia, es este amigo invisible que siempre está para echarte una mano.
21. Que los sistemas educativos dejen de ser fábrica de crear “ciudadanos con fe en el sistema”. Debatir y razonar —incluso los dogmas de fe—, deberían ser el centro de todas las materias impartidas.
22. Que se respeten los “límites de la libertad religiosa”, no confundiendo el derecho a la integridad de la persona creyente con proteger a los lideres religiosos y cumplir con sus exigencias. Éstos pretenden reconciliar, en una “comunidad religiosa” imaginada y libre de antagonismos, la familia desahuciada con su banquero desahuciador.
23. Fortalecer las deterioradas instituciones liberales y seculares; que los regímenes capitalistas dejen de identificar el secularismo con el comunismo, y así asustar a los ricos y a las masas creyentes.
Conclusión: El principal problema de la humanidad no son pequeños y bárbaros grupos religiosos terroristas (que matan a ¿1000, o 30.000 personas al año?), sino un sistema capitalista global que mata de hambre a 16 millones de seres humanos en el mismo periodo, y además impide que ocupen el primer plano de los medios de comunicación.