La feroz ironía del filósofo de las Luces funcionaría de maravilla contra los fanatismos de hoy, según el escritor.
Desde los atentados parisinos del 7 al 9 de enero pasado, se han vendido 100.000 ejemplares del Tratado sobre la Tolerancia de Voltaire. Gran lector del filósofo de las Luces (1694-1778), el escritor Philippe Sollers le ha dedicado varios artículos en su revista L’Infini. Le hemos preguntado por qué esta obra despierta hoy tanto interés.
El “Tratado sobre la Tolerancia”, de Voltaire, es uno de los libros más vendidos este año. ¿Esto sería una consecuencia del drama ocurrido a “Charlie Hebdo”?
Hay que preguntarse porqué los franceses parecen despertarse ahora. Parece que están descubriendo a Voltaire. Pero a los franceses en realidad no les gusta Voltaire… Son los ingleses que le aprecian. Como prueba, la Voltaire Foundation en la universidad de Oxford, que ha publicado las obras completas comentadas del filósofo y su enorme correspondencia, en trece volúmenes. Lo que aprecian los ingleses es su ironía.
En Francia, es diferente. Voltaire es demasiado burlón, demasiado irrespetuoso, demasiado enfadado contra la Iglesia, para la gente de derecha. Y la gente de izquierda le reprocha ser deísta, tramposo, el haber frecuentado los poderosod y haber muerto rico. Hoy se le alaba por haber atacado con violencia el fanatismo y haber defendido la tolerancia. Pero se le alaba por el Tratado, y nada más. Todo el mundo se olvida de la ironía de Voltaire, de sus sarcasmos y de sus combates. Su manera de parecer comulgar con la tontería para ridiculizarla mejor. ¡La ironía! Es mucho más peligrosa que la blasfemia…
¿Quiere decir que nos olvidamos de Voltaire luchando, pluma en mano, contra los devotos y la arbitriariedad?
Nos olvidamos que Voltaire luchó durante toda su vida, que tenía que vivir en Ferney, cerca de la frontera suiza, para evitar que le encarcelasen, que protestaba contra la Iglesia y el poder del Rey, que denunciaba constantemente decisiones injustas de la Justicia. Nos presentan un Voltaire tolerante, ligero, descafeinado y poniendo a todo el mundo de acuerdo, pero fue un combatiente incansable, lleno de fuerza. Roland Barthes lo dice perfectamente en su prefacio (1964) a los Cuentos y Novelas: “Nadie mejor que él para dar a los combates de la Razón la apariencia de una fiesta. Todo era espectáculo en sus batallas: el nombre del adversario, siempre ridículo; la doctrina combatida reducida a una proposición (la ironía volteriana es siempre la puesta en evidencia de una disproporción); la multiplicación de los golpes, en todas las direcciones, hasta parecer un juego, lo que vuelve inútil el respeto y la piedad”. Hay que recordarlo, Voltaire ha llevado hasta el final un combate político, intelectual. Era extraordinariamente intolerante con la tontería y la tiranía. Tolerancia cero hacia los enemigos de la tolerancia, ¡así era Voltaire!
Voltaire no lucha sólo contra la intolerancia, ¿no?
La tolerancia que nos venden hoy es insulsa. Es una especie de neutralidad filosófica, sin el combate intelectual contra el fanatismo, sin estudio crítico de los textos religiosos, de la Biblia, del Corán y sus interpretaciones. Se ha transformado en un concepto burgués. Se parece a una especie de sumisión. Voltaire era insumiso. Está furioso contra la intolerancia, ataca violentamente a los devotos, se burla de ellos, los ridiculiza. Imaginad lo que habría escrito sobre el Corán hoy, él que ha escrito Del horrible peligro de su lectura (1765), aparentemente redactado por “un muftí del Santo Imperio Otomano” determinado a prohibir los libros y la imprenta.
Voltaire estudia a su adversario, esta es su fuerza. Se informa. Su documentación es extraordinaria. Habría estudiado toda la historia de la religión musulmana, estoy seguro. ¿Quiénes son los sunitas? ¿Los chiítas? ¿Los alauitas? ¿Cuáles son los puntos más importantes y absurdos de sus creencias? Y ¿quién es este Alí, el yerno del profeta? ¿Por qué se matan entre ellos? ¿Por qué todo esto se ha vuelto ingestionable? Y le imagino perfectamente comentando los vídeos que escenifican los degollamientos. ¡Sí que echamos de menos a Voltaire!
Pero ¿no escribió algunos textos famosos sobre el islam?
Recuerde: en Candide (1759), Pangloss llega a Constantinopla y entra en una mezquita. Se cruza con “un viejo imám” y “una joven devota, muy bonita, que recitaba sus rezos”. La joven deja caer un ramo, Pangloss se lo devuelve “con mucho respeto” pero el imám se da cuenta de que es cristiano. Se le condena inmediatamente a “cien latigazos en la planta de los pies” y “le mandan a galeras”. ¿No le parece maravilloso? Muy incisivo. En pocas líneas, lo dice todo. Voltaire tiene un sentido agudo de la fórmula asesina. No olvidemos tampoco su obra de teatro El fanatismo o Mahoma (1741) donde no duda en hacer declarar al profeta: “se necesita un nuevo culto, se necesitan nuevas cadenas; se necesita un nuevo dios para el ciego universo”. En este texto, la toma también bajo cuerda con la religión católica. Porque desconfía de todas las religiones. En su Tratado sobre la Tolerancia escribe: “Todas tienen la misma venda en los ojos cuando se trata de incendiar las ciudades y los pueblos de sus adversarios”.
Analiza también muy bien el fanatismo…
Define el fanatismo como una enfermedad del espíritu, “que se coge como la viruela”, y añade: “una vez que el fanatismo ha gangrenado un cerebro, la enfermedad es casi imposible de curar”. Describe las crisis de locura producidas por la fé: “les he visto, convulsos, torcer sus miembros y con espuma en la boca. Gritaban: ¡Sangre!” Se pregunta: “¿Qué se puede contestar a un hombre que dice preferir obedecer a Dios que a los hombres, y que está seguro que merece el cielo si le degüella? Hoy en día “degollar en nombre de Dios” tiene una connotación realista. Añade además, lo que nos muestra hasta qué punto su visión es justa, que son los “sinvergüenzas” que dirigen a los fanáticos. Esto se ve perfectamente hoy, con el Estado islámico que toma rehenes, pilla, trafica con drogas y antigüedades.
No es más suave con los cristianos y los “devotos”…
En este caso también ataca con conocimiento de causa. Se mete constantemente con la Biblia, que estudia con pasión. Nadie ha leído tanto la Biblia como Voltaire. Saca de sus lecturas una crítica de fondo, explica los principio implícitos como éste: “Mónstruo, no tienes la misma religión que yo, luego no tienes religión”. Desarrolla también una reflexión que anuncia la laicidad: “Aquella gente está convencida que el Espíritu Santo que les penetra está por encima de las leyes”. Recuerda las locuras de los cristianos durante las cruzadas “que despoblaron Europa” y las masacres de la Saint-Barthélemy: “cuando los burgueses de París asesinaron, degollaron, tiraron por las ventanas, destriparon a sus conciudadanos que no iban a misa”. ¿Podríamos volver a ver algo similar un día en Francia? Merece la pena preguntárselo. Escribe esta frase admirable que se puede aplicar a muchos, y no sólo a los creyentes: “Se hizo devoto por miedo a no ser nada”. ¿Sabe que durante toda su vida, para manifestar su ira contra la “infamia”, Voltaire se metió en cama en cada aniversario de la Saint-Barthélemy?
Háblenos del combate de Voltaire contra la injusticia…
Firma con nombres falsos, restablece la verdad de los hechos, envía cartas oficiales o clandestinas, asume riesgos, pide a veces a sus amigos que quemen sus cartas por miedo a que puedan ser utilizadas para “mandarle a la hoguera”. Mire cómo defiende, en 1766, al infeliz caballero de La Barre. Este joven de 20 años había sido torturado, le habían cortado la lengua y luego le decapitaron y quemaron, porque no se había quitado el sombrero al ver pasar una procesión, cantaba canciones “impías” y leía… El Diccionario filosófico de Voltaire. Con mucho valor, Voltaire redactó un relato de los hechos para restablecer la verdad, denunció la desproporción entre el delito y la condena, tomó a partido a los jueces y al partido de los devotos. Para poner de relieve todo el horror y el sinsentido de esta ejecución, Voltaire escribe esta frase terrible en el artículo “Tortura” del Diccionario Filosófico: “Le torturaron para hacerle confesar cuántas canciones había cantado y cuántas procesiones había visto pasar sin quitarse el sombrero”.
Y sin embargo Voltaire es deísta – la izquierda se lo ha reprochado mucho. ¿No hay aquí una contradicción?
Es verdad, la toma más con los fanáticos y los devotos que con Dios. Al final del Tratado sobre la Tolerancia dirige una plegaria a Dios: “No nos has dado un corazón para que nos odiemos ni manos para que nos matemos”. Y dice también, con su singular ironía: “Si Dios no existiese, habría que inventarlo”. Es una hipótesis muy atrevida para la época ya que no se pronuncia sobre la existencia de Dios. Es la idea de la “religión natural” defendida por algunos enciclopedistas, que considera la razón como la “luz natural”. Al mismo tiempo, Voltaire repite que la razón tendrá siempre pocos adeptos, y que siempre serán perseguidos. Es muy pesimista. Y siempre burlón. En Ferney, manda destruir la capilla para ampliar el castillo. En respuesta a las protestas, la manda reconstruir, y manda colocar una placa encima de la puerta: “Deo erexit Voltaire”… “Voltaire construyó para Dios”. ¡Qué ironía! Voltaire juega a ser Dios para Dios. Y este erexit tan divertido. Imagine la fórmula escrita sobre un billete de banco, como lo hacen en los dólares en Estados-Unidos…
¿Qué diría de Voltaire como figura de las Luces?
Hoy se dice que todos los franceses querían, esperaban las Luces, el espíritu racional, la crítica del poder real sin límites, de los abusos religiosos, de la superstición. Pero fue la actividad de un pequeño grupo muy activo, “un pequeño rebaño”, como decía Voltaire, separado de los “sinvergüenzas, de los fanáticos y de los imbéciles”. Son los enciclopedistas, los ateos, Diderot, d’Alembert, d’Holbach, Helvétius y algunos más. Bastaría con doce (hubo uno en la historia que hizo algo con trece menos uno…). Son aventureros intelectuales, perseguidos por el poder, cuyas obras fueron condenadas a la hoguera por el Parlamento y que tuvieron que exiliarse. Un gran filósofo hizo un elogio entusiasta de las Luces francesa. Es Hegel. Entra en 1798 en el seminario de Tübingen y comparte habitación con Holderlin y Schelling.. los tres estudian con pasión la Revolución francesa, leen a Voltaire y a los enciclopedistas, y se unen a los círculos revolucionarios. Hegel admira la energía considerable de los franceses, que son capaces de teorizar las Luces y de actuar en consecuencia. Al mismo tiempo, considera que los revolucionarios franceses no son capaces de pensar su revolución. No comprenden que en ese momento, la Razón se encarna en la Historia, que se instala el estado de derecho, como los demostrará Hegel más tarde en “La fenomenología del espíritu”(1807). Le preocupa un poco el Terror, sin embargo.
Otro filósofo alemán admira a Voltaire que ve como “un gran señor de la inteligencia” y “uno de los mayores libertadores del espíritu”. Es Nietzsche, que le dedica “Humano, demasiado humano” (1878).
¿Quién podría ser considerado volteriano hoy? ¿Charlie Hebdo?
Cuatro millones de personas en las calles contra el fanatismo, para protestar contra el asesinato de dibujantes, de personas abiertas y amables como Cabu, esto tranquiliza. Pero tengo ganas de decir: Voltaire no maneja nunca la caricatura. La ironía no es caricatura. La ironía no es blasfemia. Es un veneno lento, eficaz, que ataca los centros nerviosos de la enfermedad que es el fanatismo. ¿Cómo ser volteriano? Habría que estar a la altura de la ironía y del estilo de Voltaire. Charlie Hebdo está más bien en la línea del anarquismo francés. Es la tradición anticlerical de los anarquistas y socialistas utópicos, de Proudhon y los saint-simonianos, una corriente muy profunda en Francia. Charlie está en este lado. Hay que releer la crítica del joven Marx, Miseria de la Filosofía (1847) sobre Proudhon. Se burla de su lado pequeño-burgués y de su debilidad teórica. Estamos hoy más o menos en el mismo punto. Se hacen caricaturas, pero ya no se hace filosofía de altura. ¿Por qué tienen tanto miedo los Franceses? ¿Por qué se encierran en sí mismos? Ya no entrenan el músculo del espíritu… Tengo amigos que me dicen: “me voy a China, me llevo la tablet, voy a leer a Voltaire en el avión”. Pero en el avión, miran la película, revisan su correo electrónico. Crece la ignorancia, se suprime la Historia de los programas escolares, hay un iletrismo galopante, la miseria de la filosofía… habría que remediar todo esto. Hoy se habla de servicio cívico, de volver a aprender a leer. ¡Ya es hora! Pero la gente que lee un poco, o que ha leído, o que sabía leer, olvida que ha leído. Y la mayoría de los que leen todavía sólo leen con los ojos. Mientras que habría que leer cada mañana un trocito de la correspondencia de Voltaire, y ¡habría que leerla con el lápiz en la mano!
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Traducción para Laicismo.org Loren Arseguet
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