Su «María República» recién editada en castellano es un bálsamo curativo contra la heridas de la beatería y su endogamia y a la vez un ácido para las mentes conservadoras o dadas a la amnesia histórica.
Una belleza terrible. Eso es la prosa luminosa y desgarrada de Gómez Arcos del que se acaba de publicar su a la vez divertida y desoladora «María República». Uno de esos relatos en forma de novela capaces de reírse y a la vez empatizar con los perdedores e inquietar con sus lapidarias reflexiones acerca nuestro pasado más oscuro.
Algo que lo aproxima a otros grandes autores que no solo causaron heridas y amor entre sus lectores sino que también experimentaron con el lenguaje. Algunos de ellos podían ser Jean Genet, Monique Wittig, Yukio Mishima, Andre Gidem Carson McCullers, Sylvia Plath, Marcel Proust o nuestro Juan Goytisolo. Gracias a la editorial “Cabaret Voltaire” y, a pesar del precio exagerado de sus cuidadas ediciones, no solo hemos podido conocer al joven marroquí Abdelá Taia o releer a Margarite Duras sino sobre todo se nos ha devuelto a uno de los mejores escritores españoles del siglo pasado y también de los peor conocidos. Me refiero a Agustín Gómez Arcos, andaluz afincado (o más bien exiliado) en Francia uno de los escritores más originales de la literatura bien sea en francés o en castellano, conocido como novelista, poeta o dramaturgo. Pero conocido tarde en toda su inmensidad. Gómez Arcos hasta hacer poco era uno de esos autores de culto pero que parecía destinado a minorías, sin especificarse quienes eran esas minorías que lo leían a escondidas o en francés.
Pues bien Agustín Gómez Arcos no es solo un autor teatral de primera con obras ya míticas como en el teatro del esperpento eb “Los gatos” sino, ante todo, un narrador de prosa original, atrevida, inquieta, inconfundible, una de esas flores raras de la literatura con mayúsculas que además sigue resultando incomodo a los que pretenden que el pasado histórico de una España negra, posbélica, sacudida por la dictadura, los micro-fascismos, el miedo, el militarismo y la beatería permanezca en sus fosas comunes del olvido y las cunetas de la desmemoria. Gómez Arcos nace en Enix (Almería) en el año 1933, en el seno de una familia republicana que verá como las sombras de la dictadura se ceban en sus empobrecidos integrantes de diferentes formas. Del Madrid de los años cincuenta se traslada a Francia donde escribe sus mejores novelas, algunas entre las mas perturbadoras de la literatura universal reciente como la ácida “El cordero carnívoro” o la conmovedora “María República”-sobre una prostituta “ingresada” en un convento (poco antes de la muerte de Franco). Son libros de una prosa límpida, pulida y a la vez dada a la abstracción, llena de ironía buñuelesca y a la vez de belleza lorquiana en sus expresiones con influencias de grandes autores europeos como Genet o marroquíes como el siempre incómodo Mohamed Chukri (El pan a secas). No en vano una de sus novelas, plagada también de simbolismo y denuncia social, se llama “Marruecos” y gira en torno a las difíciles peripecias de un joven (del mismo nombre) que su país) que trata de sobrevivir en una tierra empobrecida o coartado en la libertad de expresión y movilidad. Esta tendencia a la abstracción y el simbolismo-solo aparentemente esquemática- es característica de la obra inmensa de este autor todavía incómodo y a reivindicar. Pero es la España franquista con su doble moral y sus poderes fácticos que se extienden como tentáculos lo que mejor retrata, mezclando realismo, denuncia y poesía, Arcos recuerda la represión fascista en diferentes lugares, por ejemplo, en “Ana no”, acerca del oscuro periplo de una mujer mayor que va a ver a sus hijos a la cárcel en plena postguerra. Y en esa misma época se ambienta su devastadora obra maestra “El cordero carnívoro” que va más allá de la provocación de presentar un incesto homosexual entre dos hermanos para, a través de los miembros de una familia de la época, retratar las formas de opresión, silenciamiento y también las voces subversivas que nunca dejaron de estar presentes. Dando voz a los que no pudieron expresarse entonces. Con cierta (pero depurada) anarquía de la construcción gramatical, sintáctica y semántica, con meditado humor negro y pinceladas trágicas Gómez Arcos se fue convirtiendo en una de las figuras mas respetadas de la literatura francesa, obteniendo varios premios, pero el tema de su obra siempre fue esa España negra, temerosa, contradictoria y aterrada que dejó atrás en su primera juventud en el exilio pero no en el tema de sus grandes novelas. En «María República» construye una amarga sátira acerca de una joven prostituta obligada a ingresar en un convento de religiosas en contra de su voluntad, La España del encierro y los temores, de población empobrecida, desplazada y burguesía temerosa o cómplice con el régimen, Muchos (aunque no todos de sus libros) como “La enmilagrada” están protagonizadas por mujeres que como la Juanita Narboni de Ángel Vázquez (otro prosista original) se fijó en las voces femeninas como cronistas orales de una larga historia de amor, odio y oscuridad. Alternando frases cortas y punzantes con párrafos de una belleza bizarra y estremecedora Gómez Arcos, vuelve como un fantasma insoslayable gracias a las cuidadas traducciones de Lydia Vázquez y Adoración Elvira Rodríguez, entre otros. Junto a la sumisión o rebelión femeninas, Arcos trata la infancia de postguerra que le tocó vivir en libros devastadores en su crudeza como “El niño pan” un relato estremecedor donde siempre hay, no obstante, espacio para la ilusión y la poesía, otro de los géneros que cultivó con éxito. Sin duda las novelas de Arcos son verdaderos talleres de literatura y como subvertir todo lo que nos han enseñado en el plano ético y estético más convencional mezclando con a soltura la metáfora y la paradoja, el humor, el sarcasmo y el melodrama. Arcos experimenta pero no juega con artificios innecesarios sino que busca un extraño equilibrio entre la virulencia de su mensaje y su forma particular, entre lírica y sombría de abordarlo. Otro tema presente por activa o pasiva en muchos de sus libros es la homosexualidad prohibida y la sexualidad reprimida en los años de la dictadura y su alianza con la Iglesia Católica, llena de fantasmas reprimidos. Así los dos hermanos de “El cordero carnívoro” despertarán pasiones y envidias entre otros hombres incluyendo los sacerdotes o maestros que dicen adoctrinarlos pero también intentan seducirlos. Es difícil poner a Gómez Arcos junto a otro autor, si acaso en el cine podría estar en algunos momentos cerca de Buñuel- con su hiperrealismo y humor sombrío- y en otros de Agustí Villaronga- con sus atormentados personajes y su mirada homoerótica- pero su procedencia andaluza y su “acento francés” lo hacen inconfundible, como un cronista depiadado capaz de contar el horror o la mezquindad humana de la forma más hermosa, poética u original posible, sin eludir los símbolos y las alegorías sociales.
Mago de las palabras, demonio de los conservadores y eterno juguetón del lenguaje y la sintaxis Gómez Arcos es una de las principales voces literarias en el campo de eso que se llama “recuperación de la memoria histórica”. Pero el eco de su literatura se redobla en estos tiempos de pobreza renovada y oscurantismo a la vuelta de la esquina, de refinadas formas de caciquismo y censura ideológica. Pocos autores el hizo en “El cordero carnívoro” no solo no se atreverían a contar una extraña historia de amor fraternal y rencores familiares sino tampoco a acabar una de sus obras mayores con un párrafo así: “En fin, que estoy contenta, muy contenta. Me he demostrado a mi misma que cuarenta años de silencio no me han matado, como a vosotros dos. Ah y, sobre todo, siempre es bueno saber que a los sesenta y tres años todavía se puede ser terrorista. Eso de verdad, da la vida”. Su «María República» recién editada en castellano es un bálsamo curativo contra la heridas de la beatería y su endogamia y a la vez un ácido para las mentes conservadoras o dadas a la amnesia histórica.