El Líbano se une a la primavera árabe mediante Facebook en protesta por el discriminatorio sistema que reparte el poder en el país entre comunidades religiosas
Unos 8.000 libaneses tomaron parte de la segunda convocatoria, celebrada el pasado domingo en Beirut
Todo Oriente Próximo alzado para obtener democracias, y el país del Cedro se levanta para derrocar la suya. ¿Quién dijo que el Líbano no tenga motivos para conducir su propia revolución? Unos 8.000 libaneses demostraron este domingo estar dispuestos a levantarse contra una tiranía muy diferente a las de Mubarak, Ben Ali o Gaddafi, la de los “18 dictadores” -líderes de sendas comunidades religiosas- que dirigen los designios del país gracias al Pacto Nacional de 1943, que consagró el sistema confesional ya implantado en la Constitución libanesa de 1926, discriminando a los ciudadanos y convirtiendo a la democracia libanesa en una farsa.
Todo comenzó por un intento de mantener un equilibrio imposible entre las 18 sectas presentes en el país. Para que ninguna se impusiese al resto se creó un sistema cirquense de cupos, donde cada confesión tenía garantizada una cuota de poder en base a su peso demográfico de entonces, sea cual sea la aptitud de sus políticos. O la inaptitud de los mismos. Así, la presidencia está reservada a un cristiano maronita; la jefatura del Gobierno a un musulmán suní, la del Parlamento a un chií, la jefatura del Ejército también a un cristiano… Un sistema discriminatorio que la nueva generación libanesa no acepta y que es considerado como la principal fuente de problemas del país: mientras no haya igualdad entre las sectas y se imponga el sentimiento nacional en lugar del sentimiento religioso, el Líbano, dicen, nunca vivirá en paz.
“Yo quiero tener la posibilidad de ser elegido presidente”, gritaba en sentido retórico uno de los manifestantes que el domingo se agruparon tras una pancarta donde podía leerse “el pueblo quiere derribar el sistema confesional” en una referencia a los lemas que han llevado a millones de árabes a las calles para tumbar a sus dictadores. En Beirut, el pasado domingo fueron miles -contra toda previsión- quienes se aglomeraron en el distrito industrial de Dora ante una presencia policial discreta: su número doblaba al de los manifestantes que se contaban el domingo anterior, cuando una lluvia torrencial minaba cualquier espíritu revolucionario.
“R-E-V-O-L-U-C-I-O-N. Queremos el final del sistema sectario y que los líderes políticos que se asientan en él terminen en prisión”, decía Ali Dirani, uno de los activistas, levantando el dedo y alzando la voz para hacerse oir entre las consignas que corea la multitud. “Por la corrupción, por sus crímenes en la guerra civil, por sus crímenes después de la guerra…”
Dirani es un buen ejemplo de lo diabólico del sistema confesional libanés. De 26 años, este diseñador gráfico es chií -si bien laico- y lleva “desempleado toda la vida. No puedo pedir trabajo en un barrio suní o cristiano porque cuando ven mi apellido [que le señala como chií] no me contratan. Y tampoco puedo pedirlo en un barrio chií porque no milito en ningún partido religioso, y eso implica que tampoco me contratan”, dice encogiéndose teatralmente de hombros. “Por eso no podemos seguir en esta situación ni un día más. Tenemos que devolver el poder al pueblo. Somos resistentes y rechazamos la Constitución porque es una forma de tener a los libaneses secuestrados por el sistema confesional y en manos de las mafias políticas”.
“Exigimos que caiga este sistema sectario y el establecimiento de un estado secular basado en la igualdad y sin privilegios”, explicaba tajante Abdallah Salim, uno de los organizadores de la marcha, tras terminar de calentar los ánimos al frente de un megáfono. La marcha del domingo fue el colofón de unas semanas de preparación inimaginables el pasado año, si bien la marcha por el laicismo puede considerarse un movimiento precursor. “Después de la caída de Ben Ali y Hosni Mubarak , entendimos que el cambio era posible”, confía. “Comprobamos que estaban apareciendo muchos grupos en Facebook dedicados a criticar el confesionalismo, en total 15 grupos. Se nos ocurrió unirlos y sumar a activistas, blogueros y organizaciones civiles, y hace tres semanas nos reunimos para trazar una estrategia a seguir”.
La estrategia tiene forma de manifestaciones que prometen ser semanales. De forma espontánea, cuentan, se ha levantado una tienda de campaña en los jardines de Sadnayel, frente al Ministerio del Interior libanés, para informar de la iniciativa y sumar visibilidad: una sentada abierta poblada por un número mayor o menor de activistas que mantienen viva la llama de la protesta. La acampada también sirve de punto de encuentro de frustraciones cortesía del sistema confesional.
“Yo quiero que mis hijas disfruten de un futuro mejor que el que les ofrece la división sectaria”, confiaba Nadine, embarazada de ocho meses, que acudió a la protesta de la mano de sus dos hijas. “Este sistema no nos permite participar de forma igualitaria, queremos dejar de ser discriminados por nuestra secta, que ni siquiera hemos elegido”, lamentaba Hanan Shanin, de 60 años, con una pancarta que rezaba “abajo el sistema confesional” a modo de cofia. Tatiana Azzi, una joven de 22 años embutida en una bandera libanesa con otra enseña cruzada en la frente, ampliaba sus resquemores. “Todo tiene que cambiar, mientras nos sigan dividiendo por sectas, los jóvenes querremos escapar al extranjero nada más terminar la universidad. Así, el único futuro que nos espera es la inestabilidad y la inseguridad”.
“Estamos hartos de este absurdo”, denunciaba Hussein Khamiyeh, un chií laico asentado en Dahiyeh -los suburbios controlados por Hizbulá- en el paro desde que regresó hace un año de Alemania con su esposa europea y su hijo, de año y medio. El pequeño pelirrojo asiste a la manifestación en brazos de su madre mientras su padre sostiene una pancarta. “Aquí nadie se siente libanés: uno son saudíes, otros norteamericanos o franceses. ¿Qué legitimidad tienen unos líderes políticos que no trabajan para el país sino para sus padrinos extranjeros? El sistema confesional está corrupto por definición”. Su mujer asiente. “Por culpa de este sistema mi marido está en el paro, no nos dejan legalizar nuestro matrimonio civil y por tanto nuestro hijo no tiene papeles libaneses”, añade ella.
“Sólo queremos que la religión deje de meter mano en nuestro asuntos”, añade Sajida Massoun, una joven velada diseñadora de profesión. “Este sistema sólo beneficia a los líderes políticos, no a los libaneses. Y no estamos en contra de los partidos políticos, pero sí de que los líderes dejen su cargo en herencia en lugar de permitir que se elija al candidato más válido. Mientras eso no ocurra, mientras me obliguen a votar por cupos sectarios, mi voto estará secuestrado”.
Hay más razones para protestar, como en toda la región. El alto precio de la vida, un sueldo mínimo rayano en lo ridículo, el alto precio de la vivienda… De ahí que muchas pancartas se hicieran eco de esos problemas. Pero el objetivo primordial, como en el resto de las revueltas árabes, es ganar en libertades.
Algunos políticos libaneses, con amplia experiencia en la manipulación de las masas, ya han osado a intentar capitalizar el movimiento antisectario. “Ahora dos figuras políticas nos muestran su apoyo, una ironía teniendo en cuenta que ellos son el símbolo del sectarismo”, explica Abdallah en referencia a Nabih Berri y Michel Aoun, el líder chií y cristiano maronita respectivamente, quienes enviaron a sus delegados a un encuentro previo a la manifestación donde los activistas diseñaban estrategias. “Les abucheamos hasta que se marcharon”, aclara el activista. Las motivaciones de ambos son claras: Aoun es un estrecho aliado de los chiíes, quienes según la demografía actual del país -nada que ver con la de los años 40- constituyen la mayoría de la población del Líbano.
Pero, ¿cómo derrocar un sistema que impera desde hace 68 años y que mantiene las prebendas de toda la clase política? “Hay dos formas de hacerlo, mediante una reforma constitucional y mediante una revolución ciudadana. Pero en mi opinión no se puede hacer mediante el Parlamento, porque los diputados son el resultado del sistema confesional. Hay que construir las bases de la revuelta, cada uno en su zona, y eso nos llevará tiempo”, explia Abdallah antes de que la marcha atraviese Beirut con destino al barrio de Mar Mikhail. “ Esto es el principio de un largo camino a seguir”.
"El sectarismo mata a los trabajadores", reza la pancarta de un manifestante libanés. / Mónica G. Prieto
Un joven sostiene dos pancartas: "Por un Estado democrático y laico", reza una. "Nos habéis electrocutado", dice la otra, en referencia a los problemas con el suministro eléctrico. /M.G.P.
Una libanesa sostiene una pancarta con el lema de la protesta: "El pueblo quiere derrumbar el sistema confesional". / M.G.P.
Un joven sostiene una pancarta con la siguiente leyenda. "Nuestro objetivo es claro y único: El pueblo quiere derrumbar el régimen corrupto. El pueblo quiere anular el confesionalismo político. El pueblo quiere recuperar sus derechos robados. Al pueblo 'le gusta' esto (en referencia al Facebook)". / M. G. P.
Nadine y sus hijas en la protesta. "Para que dejemos de pagar dos facturas", dice el cartel, en referencia al suministro eléctrico público y a los generadores privados necesarios por las carencias. / M.G.P.
Hanan Shanin, con una pancarta que dice "abajo el sistema confesional". / M.G.P.
"Por un Estado democrático y laico. Si al derrumbe del sistema confesional", dice la primera pancarta. "El sectarismo es una enfermedad fatal que ataca primero al cerebro y penetra en los huesos". / M.G.P.
La joven Tatiana Azzi, envuelta en la bandera libanesa. / M.G.P.
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