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¡Ya está bien!

Hace unos días, Rouco Varela reaccionaba airadamente ante la posibilidad de que desparezcan los crucifijos en los actos oficiales, invocando la fuerza de la tradición. Esa misma fuerza, supongo, es la que impone que la apertura de los tribunales se celebre con una misa como la que nos obligó a contemplar al presidente del CGPJ en actitud babeante, la cerviz humillada ante la púrpura del citado clérigo, y ni la menor consideración, ningún respeto hacia muchos de los ciudadanos que le pagamos el sueldo.

Cuando todavía no me había recuperado del susto, leí que el Tribunal Supremo exime a la Iglesia católica de borrar del Libro de Bautismos a los apóstatas, con el inefable argumento de que dichos registros no se pueden considerar ficheros "porque no están ordenados alfabéticamente" (sic). ¿Y la libertad de conciencia? ¿Y la libertad de expresión? ¿Y la Constitución, que garantiza ambas? ¿Y el Estado de derecho? ¿Hemos de entender que, en su opinión, frente a todo esto prevalece el orden alfabético?

Señores, ya está bien. Hoy quiero invocar mi propia tradición, que es más antigua que nuestro primer orden constitucional e inspira a la que, como mínimo, es la minoría más mayoritaria de cuantas viven en España, la fecunda y honorable tradición de los españoles laicos, los que pagamos impuestos para que nuestro modo de vida sea marginado de forma sistemática por los representantes del Estado al que mantenemos. Por eso, quizás ha llegado el momento de dejar de hacerlo. Quizás deberíamos exigir una nueva casilla en el IRPF que nos eximiera de sostener, por la fuerza de una tradición que no es la nuestra, los fastos clericales de un Estado incapaz de respetar sus propias reglas del juego. Porque ya está bien de deformar las leyes, ya está bien de privilegiar al clero católico y, sobre todo, ya está bien de tomarnos el pelo

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