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¡Viva el laicismo de la Academia de Medicina!

Sí señor. La Academia de Medicina ha demostrado con su ejemplo el valor que las ciencias tienen en este país. Así, para demostrar tal hecho ha nombrado al cardenal Antonio Cañizares miembro de su institución.

Como bien se sabe un científico y médico de armas tomar. Un verdadero señor de las ciencias. Y no hay más que saber cuál es su formación. Además de teólogo, es perito en Pastoral Catequética (¡toma castaña!) y ha sido profesor en el Instituto Superior de las Ciencias Religiosas. Y no me dirán que no es suficiente. De sobra. Un verdadero cirujano espiritual de primer grado.

En fin, que quieren que les diga. No me extraña que uno de los académicos –no entiendo como no ha sido la mayoría—, Guillermo Olagüe, catedrático de Historia de la Medicina, ha dimitido al creer que es una burla para la ciencia, porque el único bagaje cultural del interfecto, ha dicho, es un conjunto de creencias dogmáticas contrarias a la ciencia.

Que le hagan virgen y mártir en vida, héroe eclesiástico, papazo romano, cardenal supremo, obispo plenipotenciario, y más, todo referido a su condición eclesiástica, pero que le nombren académico de medicina es para mear y no echar gota. No hay quien lo entienda. Salvo aquellos que creen en el creacionismo y que la vida es una cuestión divina, y siguen pensando en que las vírgenes pueden parir o que un vaso de vino se pueda convertir en sangre divina. Sólo a gente así puede parecerle lógico que este individuo, enemigo de los derechos de la mujer, de los anticonceptivos, de la investigación de células madre o de la muerte asistida  pueda ser elevado a los altares científicos.

Se está confundiendo todo. La religión tiene su sitio, para quien así lo desee, en el ámbito personal, privado, pero intentar equiparar dogmas y creencias con ciencia puede llevar a que dentro de poco haya chamanes que pretendan curarnos o a encontrarnos al obispo Cañizares haciendo de esquirol de nuestro médico de familia, en la huelga sanitaria que está en marcha.

Así funciona este Estado aconfesional, cuya laicidad queda reflejada no sólo en que un tipo que no tiene ni idea de medicina sea investido académico de una academia de medicina, sino que además se le presente como un adalid de esta ciencia y que casi todos los científicos académicos traguen con tal osadía.

Todo esto, que me parece mal y más propio de un Estado teocrático, lo empeora el hecho de que este nombramiento indecente se haya efectuado en la Facultad de Medicina de Granada, presidido por el decano, y en nombre del Jefe del Estado. Y que en la contestación al discurso cavernícola del tal Cañizares, un catedrático, Gonzalo Piedrola, haya destacado en el nombrado, sus méritos eclesiásticos o su afición a la festividad de San Lucas, patrón de la Medicina.

Se trata de una afrenta más a un Estado que se dice aconfesional y que nombra y premia a sus científicos en base a creencias dogmáticas y no a sus méritos científicos. Y es que muchos llevan, todavía, la herencia del Nacional-Catolicismo en sus genes, incapaces de distinguir la ciencia de la religión, y de poner a cada una en su sitio.

Se demuestra claramente, con éste tipo de actos integristas, que la laicidad del Estado queda muy lejos y que son muchos, también en la comunidad científica, los que defienden, aunque les avergüence decirlo, un Estado religioso heredero del Estado Nacional-Católico del siglo pasado.

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