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“Vientres de alquiler”: la mercantilización de las mujeres pobres

Convendremos que el cuerpo es un todo integrado por los diferentes órganos, un entramado biológico muy complejo donde cuerpo y psique se interrelacionan en un micro-universo humano, que a la vez se inserta en otro más amplio, llamado planeta Tierra. Valga este breve introito para hablar de lo que eufemísticamente se ha dado en llamar “Vientres de alquiler”, o “maternidad subrogada”.

Se pueden donar órganos por solidaridad o amor hacia otras personas, pero ¿podemos imaginar el alquiler de corazones, de hígados, de piernas o de cualquier otra parte de nuestro cuerpo? Parece cosa de locos.

 ¡Bien! pues en esa dinámica de confusionismo y de tergiversación del leguaje se pretende dulcificar la barbarie y explotación sobre las mujeres, o en otras palabras, seguir cosificándolas para uso y abuso de sus cuerpos. Se habla de vientres de alquiler, como si el aparato reproductor de la mujer fuese una vasija que nada tuviese que ver con el resto de su biología, como si fuese un objeto que puede disociarse del resto del cuerpo de la mujer.

Pues no señores. El útero de la mujer no puede disociarse del todo que compone su complejo y maravilloso cuerpo, aunque para las trasnacionales del comercio de mujeres y sus usuarios esto no cuente. Para los que se han despojado de toda ética y, por tanto, desprecian los derechos humanos, solo cuenta el dinero, el beneficio que pueden sacar de la pobreza de las mujeres, convencidos de que todo se puede comprar y vender. ¿Qué importa la cosificación de la mujer? A fin de cuentas se lleva haciendo durante milenios; los santos varones y filósofos de toda la historia de la humanidad difundieron y marcaron las pautas a seguir en dicha conducta.

 El androcentrismo es la base de la cultura patriarcal y bajo su manto seguimos viviendo. Y esa cultura argumenta que las mujeres son “seres para otros”, y además deben sentirse felices de que así sea. Capitalismo y cultural patriarcal han conformado una simbiosis diabólica para convertir los cuerpos de las mujeres en un negocio, en un tráfico despiadado de sus cuerpos.

El negocio está ligado a la feminización de la pobreza, esa extrema miseria solo permite paliar el hambre disociándolo del sentir, disociándolo de la corriente interna que se genera en el cuerpo de la mujer cuando la vida que lleva en su interior va floreciendo en sus entrañas. Para los proxenetas y para quienes tienen dinero, el cuerpo de las mujeres empobrecidas poco importa. El gran negocio es lo primero, ¡Elija y pague! Todo está permitido en este mundo donde la libertad es la palabra mágica que esconde la situación de barbarie alcanzada.

La elección va acompañada de la capacidad de alterar, modificar o variar el objeto de las preferencias. La falsa “maternidad subrogada”, no solo impide a las mujeres cosificadas la capacidad de elección, ya  que contempla medidas punitivas si pretenden alteran las condiciones del contrato. La maternidad subrogada es otra cosa bien distinta que han ejercido y siguen ejerciendo abuelas, o familiares, de forma total o parcial, cuando las madres no pueden ocuparse de su descendencia, por diversos motivos, pero el juego de las mentiras y la tergiversación del lenguaje origina la premeditada confusión.

Dulcificar con palabras la crueldad pretendida, es esconder el gran negocio de compra-venta de bebés mediante el vientre de una mujer, viva en los suburbios de norte-América, hacinada en alguna granja asiática o en el corazón de Europa. Lo que se pretende es la mercantilización del cuerpo de la mujer, pero no de cualquier mujer sino de las más pobres. ¿Qué pasará si durante la gestación se sufre cualquier percance o si la mujer aborta? Sencillamente, no recibirán el dinero ofrecido.

 Qué importa el sufrimiento de estas mujeres, qué importa el desgarro que sentirán al entregar el niño o niña que ha gestando en sus entrañas, qué importa el traumático postparto cuando no pueda mirar el fruto que alimento y creció en su cuerpo, qué importan los condicionantes sociales que tendrán que soportar; a fin de cuentas solo son mujeres pobres. Y existen algunos datos: de los 271 casos registrados británicos, 170 tenían un hijo nacido en Tailandia, 68 en América,  23 en la India, seis han nacido en Georgia y dos en Ucrania y México.

El deseo de ser padre o madre no pasa por encima de los derechos humanos, no pasa por pisotear la dignidad de las mujeres.

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