La activista melillense Mimount Hamido hablaba el otro día del ‘pin parental’ musulmán y de cómo en algunas escuelas, aunque no se haya propuesto políticamente, hay alumnos para quienes hace ya tiempo que se ha activado la exención de algunas actividades escolares.
Las más afectadas por este veto parental son, por desgracia, las niñas. En base a lo que me cuentan maestras y profesoras en las charlas que ofrezco en distintas localidades catalanas, en base al cambio que observo por mí misma en la indumentaria de las niñas dentro y fuera del colegio y del relato que me transmiten muchas chicas cuando tienen edad para expresar lo que les pasa, no es arriesgado llegar a la conclusión de que hoy por hoy hay alumnas a quienes, de facto, se les está aplicando el veto islámico. Se hace marcándolas desde pequeñas cuando son obligadas a taparse, no permitiendo que hagan educación física o natación (con el riesgo que esto supone para sus propias vidas) o impidiendo que participen en excursiones o campamentos.
Silencio acomplejado
Que no haya ningún debate público sobre esta cuestión es ciertamente sorprendente. Para quienes me piden datos: yo no los tengo, es responsabilidad de las autoridades educativas conocer la realidad que vive su alumnado y no mirar hacia otro lado cuando se produce este tipo de situaciones.
Pero hace tiempo que impera un silencio acomplejado ante lo que es una flagrante discriminación (solo de esas niñas, claro está, no de todas la niñas), un silencio que tiene su origen en la polémica que generó el caso de una alumna que asistió al colegio con pañuelo en el 2007 en Girona. Entonces se dijo que tenía que “prevalecer la escolarización”, dando a entender que cabía la posibilidad de que no fuera al colegio si se le prohibía el velo, opción que no existe en nuestro marco legal. El chantaje funcionó y desde entonces no hemos vuelto a hablar del tema porque pesa más el miedo a ser tachados de racistas que el de defender la igualdad de estas niñas.
Najat El Hachmi