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Vergonzoso comportamiento institucional en Navarra

Recibir en el sancta sanctórum de lo público y civil una reliquia que el arcángel dio a Teodosio es un acto religioso, que va más allá de la simple costumbre, creencia y tradición.

Según refería Diario de Noticias (NavarraI), el Ángel de Aralar visitó el 10 de abril pasado el Ayuntamiento, con la presencia del alcalde de Pamplona, Asiron y varios ediles de EH Bildu, Geroa Bai, PSN y UPN. La imagen fue recibida en el zaguán del Ayuntamiento y, desde allí, el Ángel, el alcalde y los ediles se dirigieron al Salón de Recepciones, donde se realizó el acto de pleitesía teologal.

El alcalde saludó a tan majestuoso visitante, diciendo que se trataba de «una tradición arraigada a lo largo de los siglos que, a menudo, traspasa incluso el umbral de la creencia religiosa para convertirse en un rico patrimonio cultural que compartimos con el Santuario de San Miguel de Aralar». Recordó, también, el papel que, según la tradición, realiza el ángel pidiendo «la salud de la gente y solicitando agua para los campos». El Coro de la Ikastola San Fermín amenizó el acto, interpretando Mikel, Mikel, canción armonizada por Pascual Aldabe, y San Miguelen bertsoak, tonadilla popular también, con versos del siglo XIX. Luego, la imagen se trasladó a la Catedral.

Recibir en el sancta sanctórum de lo público y civil una reliquia que el arcángel dio a Teodosio es un acto religioso, que va más allá de la simple costumbre, creencia y tradición. Es la caída de la racionalidad en los bajos fondos de la superstición. Luego dirá el arzobispo que Halloween es fiesta pagana, aunque él tenga la desfachatez teológica de ofrecer Navarra al sagrado corazón de Jesús.

¿Se puede saber a qué histrionismo juegan estos políticos? En su mayoría, antes de ejercer como tales, no pisaban una iglesia, ni comulgaban por pascua florida. Parece que el sarampión de la fe les sobrevino con el almíbar del poder. Una fe que solo tiene que ver con fastos procesionales y tradicionales. Seguro que, en tiempos del franquismo, se abstenían de tales celebraciones. Ahora, incluso, superan el umbral de la superstición y las saludan como «rico patrimonio cultural». En este sentido, ¿por qué las rogativas ad petendam pluviam o ad repellendum tempestates, hechas en infinidad de pueblos navarros en la historia, no las elevaron al canon de rico patrimonio cultural?

La actitud de estos demócratas resulta patética. Quien observe estos espectáculos con objetividad se preguntará qué tendrá que ver una berenjena con una bola de billar; es decir, un Ayuntamiento con un arcángel, una figura alada de la fantasmagoría católica, inventada por los teólogos. Nadie, por mucho esfuerzo mental e imaginativo que haga, encontrará analogía alguna. Pero, ¿qué club de alucinaos dirigen este país? ¿Olvidaron, acaso, que un Ayuntamiento es un lugar laico, aconfesional, pluralista, donde rezar, venerar o besar la imagen de un trozo de madera por muy recamado de oro y plata que esté, rompe el decoro de la racionalidad y la profilaxis más elemental?

Que Miguel Sanz, presidente del Gobierno de Navarra por estas mismas fechas, pero en 2010, asegurase que la identidad o personalidad de Navarra dependía de la permanencia de procesiones como esta del arcángel, pase. Estaba acorde con su encefalograma más o menos paralelepípedo, aparte de otras mermas en el ejercicio aconfesional de su cargo. Pero que lo haga Asiron, involucrando en el acto al coro de una ikastola de la que él es profesor en excedencia y cante a un fetiche religioso, tritura los moldes del equilibrio mental.

Sostener literalmente que «todos estos actos serán mantenidos porque creemos que forman parte de nuestra personalidad como pueblo y han contribuido a fortalecer nuestra identidad alrededor de estas tradiciones y de nuestras creencias y convicciones», estaba de acorde con la ideología de un partido como UPN, que jamás cortó el cordón umbilical que le une al estado nacional católico de Franco, anterior a la constitución de 1978. Pero, ¿la izquierda?

Se puede entender que antaño la fe religiosa cohesionara la sociedad alrededor de una iglesia, de una procesión o del fémur de un santo. Pero en una sociedad actual, donde lo primero son los Derechos Civiles que marcan las leyes de un Estado de Derecho, apelar a esa tradición religiosa como imperativo categórico de la identidad individual y colectiva de una sociedad, incluso cultural, es vivir en la estratosfera. Que existan personas que sigan sintiendo estos lazos teocráticos como parte de su identidad, es comprensible en quienes no han conocido otro respiradero existencial y se rechazaron los Derechos Humanos o los sustituyeron por martingalas vaporosas de una teocracia mitológica.

Estamos hartos de que los políticos, de derecha como de la izquierda, se refugien en el artero comodín de la tradición para acomodar sus decisiones y de este modo colar sus creencias, obviando lo que les exige la constitución.

Convendría que estos políticos aprendieran que la tradición no lo es todo y que sus usos y costumbres están subordinados a la propia legislación sobre derechos humanos y el pluralismo confesional o no de la sociedad. Les plazca o no, se lo pida el cuerpo o no; le pongan el adjetivo que quieran: anacrónica o moderna.

Todas las tradiciones deben subordinarse a lo que marcan los derechos humanos y civiles en cada momento. En el caso que nos ocupa, sometida a lo que la ley establece respecto a la libertad religiosa y a la naturaleza aconfesional de los poderes públicos. Una legislación que no procede de la tradición, sino de los propios políticos que, paradójicamente, la infringen un día sí y otro también.

No tiene lógica que, por un lado, se permita la entrada de esa imagen de san Miguel de Aralar a las habitaciones y escaleras del Ayuntamiento y, por otro, no se establezca como protocolo obligatorio empezar las sesiones del municipio despepitando un credo o una invocación al Espíritu Santo. O llamar al hombre del hisopo para que rocíe los cogotes de los ediles con agua bendita antes de iniciar sus rifirrafes dialécticos. Si tantos poderes psicotrópicos tienen tales hechizos, sería del género tonto no aceptarlos. Si recibieran un chorretazo de agua bendita antes de enzarzarse en dialécticas cainitas, llegarían a acuerdos sin fricciones. Es incomprensible que quienes creen en los efectos benéficos de estas supersticiones –si no, ¿para qué las hacen?–, no las extiendan al resto de los ámbitos institucionales. Si se atreven con san Miguel, no se entiende que no lo hagan con la Virgen María, a quien pueden invocar con una breve jaculatoria.

Hablando en serio. ¿Creen los dirigentes del partido del alcalde Asiron y sus valedores municipales señalados que, actuando de esta teocrática manera, revestida de pátina cultural, conseguirá en las próximas elecciones más votos? Si es así, no le arrendamos las ganancias.

Y, héte aquí, que, emulando con creces al alcalde, la presidente del gobierno foral, Uxue Barkos y tres de sus consejeras se pasan por el arco de su confesionalidad el acuerdo del Parlamento que rechazó la recuperación de dicha visita alada y reciben en el zaguán del Palacio Foral al citado fetiche, seguida de una misa en la capilla de la sede del poder civil (evento que el Gobierno actual no reproduce fotográficamente), asistida por la Capilla de Música de la Catedral. Todo ello, recogido en un folleto preparado por el Ejecutivo y a cuenta del contribuyente de cualquier religión o ajeno a ellas.

¿Esta es una coalición que apuesta por el futuro? ¿Por qué Geroa-Bai no se declara partido confesional, apostólico, romano y cofrade mayor del Santuario de san Miguel de Aralar? Su comportamiento en este ámbito en nada se diferencia al gobierno de Sanz y de Barcina y en todo es calcomanía a la imagen de los ministros del PP en similares tareas tradicionales.

La actitud de las instituciones políticas de Navarra, en este caso del Ayuntamiento de Pamplona y del Gobierno foral, es, ciertamente, bochornosa.


Firman este artículo: Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, Pablo Ibáñez, Clemente Bernad, Carlos Martínez, Ángel Zoco, José Ramón Urtasun, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort

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