Hace poco se ofreció el «III Curso de Educación en la Afectividad» en la parroquia Inmaculada Niña, de Granada. En el díptico de propaganda (http://goo.gl/m2XYnA) encontramos citas de Benedicto XVI y otras referencias a la fe católica. No se informa sobre profesorado, y se sugiere un «donativo orientativo». Hasta aquí, todo normal en unas jornadas de catequesis. Lo que no parece tan normal es que en una actividad así aparezcan, bajo «Organizan», no sólo la parroquia, sino el seminario Newman de la Universidad de Granada y la propia UGR. ¿Avalará ésta desde ahora los cursillos prematrimoniales de los curas? ¿Y las catequesis para las primeras comuniones? ¿Nos veremos los profesores pasando el cepillo en las clases?
En realidad, la novedad está en que aparezca la Universidad pública en la parroquia, pues la parroquia en la Universidad (en todas; menciono más la de Granada por ser mi ‘ejemplo’ más próximo) no sólo no resulta extraña, sino que está cada vez más presente. Y voy mucho más allá del consabido asunto de las capillas universitarias (como las ocho de la Complutense madrileña, las cuatro de Sevilla, o las de los hospitales clínicos). Las universidades, aunque no alberguen capillas, mantienen acuerdos con la Iglesia católica para facilitar el culto y el apostolado. Así se da cobijo a las Pastorales o a los Servicios de Asistencia Religiosa. También es sabido que algunas facultades llaman a misa para celebrar a sus santos patronos. Mientras escribo esto (14-12-14), estoy faltando –vaya por Dios– a una “Eucaristía” anunciada a toda la UGR por la decana de la Facultad de Farmacia para rendir honores a su patrona, la Inmaculada. Asimismo me estoy perdiendo las cielinas actividades, publicitadas desde hace años en el «Canal UGR», del «Centro Cultural Nuevo Inicio» (hermano de la editorial que lanzó «Cásate y sé sumisa»), del arzobispado de Granada.
Por si eso fuera poco, ¡se presentan actividades confesionales como académicas! Ya es habitual que lo haga el citado seminario Newman con el beneplácito de la UGR, que a veces hasta les concede créditos académicos. Podemos encontrar desde una «Lectura del libro [de Benedicto XVI] ‘Jesús de Nazaret’», a conferencias del ultraconservador Foro de la Familia. Por su parte, la Universidad de Córdoba acogió recientemente un «Congreso trinitario internacional», la conferencia de un exorcista… Así, entre demonios, homofobias, tresenunos y sábanas (santas) podríamos seguir por toda España. Además, no se olvide algo asombroso: se sigue impartiendo religión católica en la Universidad pública española; en los grados de Educación Primaria y Educación Infantil persisten muy vivas las asignaturas de religión.
Pero quizás lo más grave, por el retroceso histórico que supone, sea la creación de cátedras de Teología católica. Sabida es la existencia de Facultades de Teología de la Iglesia, y desde hace poco tenemos la Universidad Loyola Andalucía, de los jesuitas. Nada que decir, por descontado, contra su existencia y actividades. Pero ¿cátedras de Teología controladas por la Iglesia en la Universidad pública? Ni en los cuarenta años de nacionalcatolicismo franquista se llegó a ese extremo. De hecho, los estudios de Teología desaparecieron de la universidad pública española en 1868, y ha habido que esperar a 2011 para que renazcan en la UGR en forma de una cátedra en manos de la Compañía de Jesús. Pronto surgió una cátedra similar en La Laguna, y ya se ha firmado un acuerdo para la tercera, en Almería.
En definitiva, vemos que para nada hace falta ir a Hogwarts; es más bien Harry Potter quien podría completar aquí su formación con una estancia Erasmus-Magicus.
Esta penetración confesional –a menudo ilustrada mediante ostentosos símbolos cristianos– ocurre justo cuando contamos con una Constitución que proclama la aconfesionalidad del Estado; con un par (de bendiciones). ¿Quién puede sorprenderse de que otros dogmatismos religiosos, empezando (por su creciente implantación y poder económico) por el islámico, empiecen a exigir una presencia en la Universidad pública como la que disfruta la Iglesia?
Es especialmente lamentable que el abordaje adoctrinador tenga lugar en la institución donde más debe primar la razón que duda frente al dogmatismo crédulo, donde lo que se dice no debe ir a misa, sino someterse a escrutinio escéptico. En este sentido, hay que denunciar que las creencias también están entrando en las universidades disfrazadas de ciencia; se hace con la propia Teología, pero también con las llamadas pseudociencias, a menudo ligadas a lo que se conoce como nueva era. Así, ya no sorprende encontrar en las universidades conferencias, jornadas, cursos, másteres y cátedras de patrañas que van desde la homeopatía a la reflexología podal, pasando por numerosas promesas curativas, sin sustento teórico ni pruebas prácticas, de la medicina tradicional china. La Universidad debería informar a la sociedad sobre estos fraudes, pero, si no lo hace, ¡por san Rappel, que al menos no los ampare! No hay que confundir la libertad de expresión con el respaldo del engaño.
Contra la invasión de dogmatismos religiosos y palabrería pseudocientífica (que a veces van juntos, de la mano de la irracionalidad y el pensamiento mágico) se manifiestan cada vez más universitarios, a menudo a través de la asociación UNI Laica y de las organizaciones Círculo Escéptico y ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. Pero hace falta que la defensa de la laicidad, la racionalidad y la ciencia frente a sus adversarios oscurantistas sea asumida por quienes, por sus cargos, tienen más poder para hacerlo. Para eso deben ser capaces de esto que parece tan sencillo: no confundir la Universidad con la parroquia ni la ciencia con la charlatanería pseudocientífica.