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Una visita demasiado «pastoral»

Indudablemente hay conflictos entre la Iglesia y el Estado español. Por mencionar sólo algunos desencuentros: el matrimonio homosexual, la Educación para la ciudadanía, la nueva ‘ley del aborto’, la polémica sobre los crucifijos en centros de enseñanza estatales, la anunciada ley de libertad religiosa, etc. Estos conflictos son lo que algunos sectores llaman ‘laicismo’ y que el Papa en su visita pastoral calificó de “disputa entre la fe y la modernidad” comparable según él con el “movimiento laicista y anticlerical fuerte y agresivo” que ocurría en los años 30 durante la República.

      La prensa ha sido unánime en criticar con justa razón esas expresiones papales que no hacen más que reflejar la ideología del sector más retrógrado de nuestra Conferencia Episcopal, probable fuente de inspiración de S.S. Qué casualidad, cuando habla sin leer papeles, suelta la referencia a los crímenes de la segunda República con lo cual enseña (¿inconscientemente?) un rincón de su intimidad mental, sesgada respecto a la historia.

       Al saltar desde el atroz genocidio perpetrado por Largo Caballero entre los años 36 y 37 directamente a nuestros días, como si entre ambos momentos no hubiese existido otro genocidio, el de Franco apoyado por la Iglesia, el Papa no hace más que mostrar la otra cara de la misma moneda maniquea donde también concurre con entusiasmo el sectarismo del PSOE que hoy día sólo reconoce las fosas del nacional catolicismo. Los extremos actúan bajo los mismo reflejos.

Cuando el Papa contrapone la fe con la modernidad -en la misma línea de Pío IX y Pío X que condenaron la modernidad democrática- y que en otros momentos de su visita se lamenta del rumbo seguido por la Europa de hoy alejándose de sus “raíces cristianas”, no hace más que demostrar su visión nostálgica de una época en que predominaba la intransigencia escolática impuesta a sangre y fuego en la Europa medieval, conocida también como la ‘edad oscura’, cuando ardían las hogueras para quienes osaban discrepar de la ‘única religión verdadera’.

Esa emoción que añora aquellos ‘mejores tiempos pasados’ cuando reyes y súbditos rendían pleitesía a Su Santidad y su palabra era Ley es lo que le impide reconocer el inmenso valor que dieron a la sociedad los sucesivos movimientos intelectuales, Renacimiento, Reforma e Ilustración, que condujeron en definitiva al establecimiento de las primeras democracias defensoras, entre otros derechos individuales, de la libertad de pensamiento y la separación entre Iglesia y Estado. La democracia es la verdadera raíz de nuestra civilización y no el cristianismo que se opuso a ella con toda su fuerza durante siglos. Si de verdad queremos señalar las raíces más profundas habrá que retroceder cinco siglos antes de Cristo; la democracia griega.

El término laicismo procede de laicũs, vocablo latino acuñado por la Iglesia para designar a quienes no tienen órdenes religiosas, como tú, yo y la mayoría y según el diccionario Moliner es la “ausencia de influencia religiosa o eclesiástica en alguna institución; particularmente, en el Estado”. De aquí se desprende el primer error de emplear ‘laicismo’ para significar un supuesto ataque del Estado a la religión. Otro error más flagrante del término requiere más espacio. Veamos.

La Constitución española dice (Art.16.3): “Ninguna confesión tendrá carácter estatal.”, lo cual define sin lugar a dudas al Estado laico. Pero antes de la Carta Magna, teníamos un nacional catolicismo donde la religión oficial no se limitaba al ámbito eclesiástico sino que invadía toda la vida social e institucional. Por eso, lo que ahora hace el Estado, siendo fiel a la norma actual es revertir los abusos de la dictadura. Sentirse perseguido cuando el Estado decide, por ejemplo, retirar los crucifijos de los centros oficiales es una reacción paranoica. Persecución sería si los retiran de mi casa. Esa paranoia que afecta a la Iglesia española se parece mucho a los delirios de persecución del nacionalismo catalán que se siente agredido cuando se le critica por impedir la enseñanza en español o por prohibir su uso en el comercio. ¿Quién es el agresor y cuál es la víctima?

Con esto no quiero decir que estoy de acuerdo con todas las reformas que se hacen y por las cuales la Iglesia se siente perseguida. Por ejemplo creo que es un error etimológico llamar ‘matrimonio’ a la unión gay, pero reconozco su libertad para formar una pareja con los mismos derechos del matrimonio tradicional. Dicho en otras palabras, una cosa es no estar de acuerdo con todo lo que se legisla y otra muy distinta es sentirse perseguido por ello. Pero cuando la Iglesia lo ve como una agresión y así lo manifiesta, entonces demasiados fieles se sienten igualmente agredidos. Aquí es donde cabe interpretar el empleo del término ‘pastoral’ no como una metáfora sino en un sentido muy exacto del pastor que conduce a unas ovejas que no se desvían del sendero que él les indica. Esta visita fue demasiado pastoral.

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