Los diarios nacieron en Europa y América cuando los dogmatismos religiosos declinaron, y cuando la libertad política se abrió paso, cuando la noticia y la opinión dejaron de ser tarea herética, sospechosa de inquisiciones. Los periódicos son hijos del laicismo y la tolerancia, y son producto de la cultura occidental. Germinaron a la sombra de la democracia, y han sido testimonio cotidiano de la evolución de los derechos, y han sido registro de los hechos, de los procesos, de las sensibilidades y de la cultura de las sociedades. Sin ellos, imposible escribir un libro de historia, explorar la economía, intuir como fue la vida y cuáles fueron los valores y referentes de la gente de antaño. Imposible entender al poder.
Los diarios, además, han articulado el cotidiano ejercicio de la libertad de expresión, que es una de las conquistas más valiosas de las sociedades modernas. Gracias a la diversidad de opiniones vive la democracia y la sociedad tiene ventanas por donde llega la luz de lo distinto. En ese sentido, los periódicos han sido y, son, lo más cercano al ciudadano, que, en último término, quiere decir hombre sumergido en los intereses de la colectividad. Si en alguna parte está el constante cultivo del interés por lo público, es en los diarios. Claro que las visiones de los periódicos casi siempre contrastan con las visiones del Estado. Eso es natural, y es necesario, si admitimos que el poder político tiene el monopolio de la fuerza, pero jamás de la verdad, ni de la estética, ni de la ética, jamás el monopolio de la sensibilidad social. Nunca la propiedad de la cultura.
Los diarios son hechos paralelos a la República moderna. Más que en los cenáculos de los intelectuales, o en las torres de marfil de las academias, en los diarios está la sustancia de los debates notables, están las ideas que luego se refugiaron en los claustros. Si los grandes polemistas, quedaría coja la democracia y tuerta la opinión pública, que es, en definitiva, su fundamento. Quedaría anémica la historia. Ejemplos: Sartre y Ortega, sus ideas esenciales se iniciaron en las columnas de los diarios. García Márquez fue, primero, un periodista, un reportero, y después, un novelista. Albert Camus también lo fue, y el dijo, al recibir el premio Nobel, que “escribir era un honor” y que él, como escritor, “no estaba al servicio de quienes hacen la historia, sino de quienes la sufren.
Los diarios, ahora en el centro de la judicialización, han sido, pues, algo más que coyuntura, mucho más que liviana polémica. Han sido parte esencial de la historia de las repúblicas y compañeros de ruta de la gente. En estas circunstancia, me pregunto, ¿cómo será una sociedad sin diarios, cómo serán los noticiarios sin libertades mínimas, cómo será la opinión libre reemplazada por la propaganda? ¿Será como una isla del Caribe, que vive entre la ficción y el encierro?