Stefano Zamagni, presidente de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, economista y posible candidato de la nueva democracia cristiana de Italia
En un clima donde la derecha soberanista está en auge y la izquierda, fragmentada, el cristianismo moderado pretende volver a ocupar un espacio político ausente desde hace más de 25 años en el país.
«Antagonistas de la derecha, alternativos a la izquierda». Los católicos italianos quieren recuperar el centrismo político. En un clima donde la izquierda aparece fragmentada aunque esté en el Gobierno y donde la derecha se presenta compacta bajo el sello del soberanismo, en Italia vuelve el centrismo cristiano para dar voz a una nueva opción moderada en la política transalpina. Más de 25 años después de la desaparición de la Democracia Cristiana, que protagonizó la política italiana durante medio siglo, la corriente esta corriente política está buscando de nuevo ese espacio. Con otro nombre.
Con una derecha soberanista en auge y que podría gobernar pronto en Italia, los democristianos transalpinos quieren reconquistar ese vacío político que terminó diluyéndose entre el centro izquierda y el centro derecha del país. El problema, en la actualidad, es que el catolicismo democrático no tiene una representación concreta y una buena parte de él ni se reconoce en el leguista Matteo Salvini ni en el fragmentado reformismo transalpino.
Según ha explicado recientemente el diario La Repubblica, el objetivo del futuro partido es el de construir «una organización política que represente las peticiones de los creyentes y no creyentes que se remiten a la Constitución italiana y a la doctrina de la Iglesia». Entre los protagonistas más destacados de este nuevo ente político se encuentra el economista Stefano Zamagni, quien desde hace seis meses, por orden del Papa Francisco, preside la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales.
Según la prensa laica italiana, Zamagni es uno de los mayores expertos en el mundo de economía civil y social. En una entrevista concedida al periódico Avvenire, asegura que la aporofobia, «el miedo a los pobres», es un «sentimiento que nace de los penúltimos contra los últimos de la sociedad». Atendiendo a declaraciones de este tipo, se deduce que la impronta moderada del nuevo partido democristiano apela a la defensa de las clases más desfavorecidas, sin olvidar los valores de la Iglesia y presentando una respuesta alternativa al populismo soberanista del leguista Matteo Salvini.
El ex ministro del Interior italiano, conocido por la dureza de su política migratoria en el Mediterráneo, usa regularmente los símbolos cristianos para reafirmar el nacionalismo italiano frente a la Unión Europea. Formalmente, ni la Santa Sede ni la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) se han pronunciado acerca del futuro partido. Según la prensa italiana, sin embargo, la gestación discreta y silenciosa de dicha formación ha tenido la «bendición», eso sí, implícita, del Vaticano y de la Iglesia italiana.
Un voto recogido por Salvini
Para La Repubblica, por ejemplo, se trata de una «resuesta concreta» para salir de la «indiferencia y de la irrelevancia». Todo ello, en un contexto en el que hay cierta preocupación por el gran consenso de Matteo Salvini entre los votantes católicos.
El nuevo partido democristiano se constituye como una alternativa real para que el voto cristiano no tenga sólo a la Liga como referente. Como efecto secundario, se lograría preservar también la actitud moderada que tradicionalmente caracteriza a los católicos en Italia. Hace unos días, el presidente de la República y jefe del Estado, Sergio Mattarella, hacía hincapié en la importancia del catolicismo democrático en Italia, un mensaje indirecto para el cardenal Camillo Ruini, que no rechaza por completo la figura política del leguista Matteo Salvini, aunque agarre Evangelios y rosarios en público.
En un contexto donde los soberanistas italianos se acercan juntos al 50% de los consensos, Mattarella ha remarcado la «búsqueda del bien común» a través de «una política que no sea inhumana».
En Italia, el centro está de moda. Un hecho distinto es que termine siendo electoralmente rentable, entre otras cosas porque no son pocos los partidos que apuestan por el centrismo. El ex presidente del Gobierno italiano, Matteo Renzi, hace dos meses fundó un nuevo partido centrista, Italia Viva, como resultado de una escisión del izquierdista Partido Democrático (PD). El también ex jefe del Ejecutivo transalpino, Silvio Berlusconi (Forza Italia), está apostando por el europeísmo de su centro derecha para diferenciarse del soberanismo de Matteo Salvini (Liga) y Giorgia Meloni (Hermanos de Italia). El problema es que, por el momento, Renzi y Berlusconi no pueden presumir más del 6% cada uno, según los últimos sondeos. Así que, por el momento, apelar a la moderación o al centrismo, aunque esté de moda, no aumenta los votos en Italia.
Un partido con historia
La Democracia Cristiana fue el partido que gobernó Italia durante medio siglo en lo que se conoce periodísticamente como Primera Repubblica. Nació en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, como resultado de la unión entre el Partido Popular –del que procederá el primer jefe del Gobierno italiano, Alcide De Gasperi– y representantes destacados de las juventudes católicas de aquella época, como los futuros premier Amintore Fanfani, Aldo Moro y Giulio Andreotti.
Durante el segundo conflicto mundial, junto a los socialistas y los comunistas, los democristianos pertenecieron y participaron en la Resistencia antifascista en Italia. Durante medio siglo, la DC funcionó en Italia como el gran partido de masas: laico, moderado, centrista, social, empresarial. A nivel internacional, ante los ojos de los americanos, se presentó como el garante del capitalismo y del anticomunismo en la Europa de la Guerra Fría.
La Caída del Muro de Berlín, el escándalo de corrupción de Tangentopoli en 1992 –que hundió a todos los grandes partidos de la época por financiación ilegal– y el rápido auge de Silvio Berlusconi en 1994; favoreció la caída definitiva de un partido esencial para entender la Italia del siglo XX. Todavía hoy, en las tertulias televisivas del país, cuando un personaje público no quiere parecer políticamente correcto, pragmático y centrista, suele anteponer una premisa: «No me malinterpretéis, no quiero ser democristiano…».