Es una humillación para todas las mujeres, a las que el Gobierno trata como seres inferiores que quedan sometidas al padre, al médico o al juez para poder decidir sobre su maternidad. La suya. No la de Rouco Varela o Ruiz-Gallardón.
En el colmo del cinismo, Alberto Ruiz-Gallardón asegura que esa nueva ley del aborto que nos lleva de vuelta a los años 70 es «una apuesta por la libertad de la mujer». ¿Qué libertad? ¿La de viajar a Londres para poder abortar? ¿La de acabar en una clínica ilegal, o de morir desangrada, para aquellas mujeres que no puedan pagar? ¿Qué tiene que ver con la libertad obligar a una madre a llevar semanas en su vientre a un hijo que sabe que morirá nada más nacer? Al igual que toda esa derecha que quiere imponer su moral pública (no privada) al resto de la sociedad, el ministro olvida un dato importante: las leyes restrictivas no reducen el número de abortos. Así lo demostró el año pasado un estudio de la OMS publicado en The Lancet y cuyas conclusiones son bastante claras. Criminalizar el aborto es una política tan inútil como cruel: solo sirve para aumentar el número de mujeres que se van a jugar la vida para poder decidir sobre su maternidad. Los países donde más se aborta son, precisamente, aquellos donde las leyes son más duras mientras ignoran la verdadera solución al problema, que pasa por la educación sexual y las políticas de planificación familiar. Suelen ser también los países más machistas, que consideran la sexualidad femenina como un pecado o como una propiedad del varón.
Si el Gobierno quiere reducir el número de abortos en España, lo tiene fácil. Pasa por invertir en políticas de planificación familiar; por llevar la educación sexual a los colegios, diga lo que diga la Iglesia; por eliminar las barreras para acceder a la píldora del día después. ¿Quiere de verdad el señor ministro favorecer la maternidad? Es muy fácil: que deje de dar dinero público a la Iglesia y se lo gaste en guarderías. Que defienda y amplíe esas políticas de igualdad de las que tanto se ha mofado durante años la derecha, siempre tan varonil. Que deje de considerar la pobreza en España –récord de Europa– como una fatalidad climática, como una tormenta contra la que nada se puede hacer.
La nueva ley del aborto solo sirve para provocar sufrimiento inútil a miles de mujeres, que se verán obligadas a elegir entre un hijo no deseado o un calvario administrativo que puede que no logren cruzar, además del drama que ya supone tener que abortar. La reforma del PP es el triunfo de la moral católica, tan hipócrita, que prefiere esconder los problemas en vez de resolverlos. Como no se atreven a vetar completamente el aborto
-saben que la sociedad no lo toleraría- lo complican al máximo para así agradar a su sector ultra, ese que está enfadado por la doctrina Parot. Es una humillación para todas las mujeres, a las que el Gobierno trata como seres inferiores que quedan sometidas al padre, al médico o al juez para poder decidir sobre su maternidad. La suya. No la de Rouco Varela o Ruiz-Gallardón.