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Una ex carmelita de la Madre Maravillas denuncia los abusos de poder sufridos en el convento

Hortensia López relata en su libro ‘Cuidemos la vida religiosa’ las situaciones que le llevaron a colgar los hábitos.

Hortensia López es ex religiosa. Concretamente, carmelita descalza de la reforma de la Madre Maravillas. Entró a la congregación con apenas 20 años y, durante su vida religiosa, pasó por tres conventos distintos hasta que, en mayo de 2015, con 41 años, no pudo más y colgó los hábitos. Ahora, publica el libro ‘Cuidemos la vida consagrada’ (Círculo Rojo), donde denuncia los abusos de autoridad que sufrió en dos de aquellos conventos en los que ha pasado gran parte de su vida.

Concretamente, en una entrevista concedida a Europa Press, López ha explicado que las prioras le decían desde qué votar en unas elecciones hasta controlar sus confesiones, sus llamadas de teléfono, las cartas que recibía o, incluso, qué hablaba con sus familiares durante las visitas.

“Te decía firma aquí, sin saber lo que firmabas y si le preguntabas para qué, te decía que debías obedecer a la priora, me vi presionada”, señala. “Para votar, te daba el sobre con la papeleta y si no, no votabas. Escuchaba las llamadas de teléfono, y en la confesión, me decía aquello de lo que debía confesarme”, afirma la ex religiosa.

Estos “abusos de autoridad” y “maltrato psicológico” comenzaron en 1994, nada más entrar en el primer convento. “La priora se obsesionó conmigo, me hizo pasar por loca delante de la comunidad, me trataba con desprecio”, recuerda López. Si bien en el segundo convento en el que estuvo no tuvo ningún problema, en el tercero esta situación “dictatorial” volvía a repetirse.

Sin respuesta de la jerarquía

“Me sentía anulada como persona, como si estuviera secuestrada”, señala. Pero, además, en el libro explica que no se ha sentido apoyada por la jerarquía de la Iglesia a la hora de solucionar esta situación y seguir adelante con su llamada a la vida religiosa. Su primer paso fue acudir a un obispo, cuya respuesta fue que, aunque “sabía lo que pasaba”, era mejor no decir nada para evitar posibles “represalias” de la priora. “Me dijo: ‘Aguanta lo que puedas y cuando no puedas más, te vas’. Podría haberla depuesto del cargo”, recuerda.

El momento de no poder más llegó a sus 41 años, momento en el que salió a un mundo en el que “no sabía manejar el ordenador ni el móvil, ni andar por la calle”. Además, también le fue muy difícil encontrar un empleo. “Me ayudaron en Cáritas y he tenido trabajos ocasionales”, señala.

Pero, lo primero que hizo cuando salió del convento, fue ir a casa de su madre. Allí, viendo el telediario, escuchó una noticia sobre violencia de género con la que se sintió, de alguna forma, “identificada” por el “maltrato psicológico” que había padecido. Esto le hizo ponerse en manos de una psicóloga. “Apelo a los psicólogos a que nos ayuden”, dice.

También escribió a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA), pero su respuesta fue que, al estar secularizada, “no podían hacer nada”. Su última baza ha sido escribir directamente al papa Francisco, así como al presidente de la Conferencia Episcopal Española y al presidente del Colegio de Psicólogos de Sevilla. Para intentar, sobre todo, que los religiosos y religiosas no sigan pasando por esto.

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