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«Una especie de persecución religiosa»

El lector habrá notado que hace cierto tiempo que no escribo. En parte esto es porque los temas, a fuerza de repetirse, pueden cansar. La noticia de la que voy a hablar a continuación es además un asunto bastante menor. Pero pensé que puede resultar interesante para ilustrar un tema que, justamente por ser menor, casi no he tratado nunca en este blog. Se trata de la cuestión de los símbolos religiosos en los espacios públicos.

Hace un tiempo los trabajadores del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec), en Perú, recibieron una comunicación de parte de la presidenta de esta institución, Gisella Orjeda, prohibiéndoles tener imágenes religiosas en las oficinas, dado que se trata de una institución pública laica y esas manifestaciones de fe corresponden a la vida privada. Los trabajadores, en un gesto que debería ser extraño pero desgraciadamente no lo es, se quejaron ante el cardenal Juan Luis Cipriani, que es el Arzobispo Metropolitano de Lima y Primado del Perú. Digo que debería ser extraño porque Cipriani es un funcionario de un estado extranjero que no tiene ninguna injerencia formal en las instituciones públicas de Perú. La apelación al cardenal es, entonces, síntoma del preciso problema que se buscaba atacar. La Iglesia Católica no es parte del Estado. El cardenal puede opinar sobre el tema pero no tiene por qué ser escuchado. El cardenal es un funcionario que trabaja por los intereses del estado del Vaticano y que es nombrado a dedo por el líder absolutista de dicho estado.

El diario El Comercio, que reporta la noticia, solicitó y/u obtuvo las declaraciones de un sacerdote, Gastón Garatea, quien manifestó que la medida era “una especie de persecución religiosa” y “buscar pleito por gusto”.

Es mi experiencia personal que acusar a alguien de crear conflicto “por gusto” es signo de pereza intelectual y de una incapacidad, de parte de los privilegiados, de ponerse en el lugar de los que no lo son. Garatea, como todos los creyentes, es un privilegiado. Como sacerdote entre creyentes, es más privilegiado aún. A los ateos, en la prensa latinoamericana, no se les pide opinión sobre asuntos religiosos. A los laicos no se les pide una opinión si hay un sacerdote que pueda darla. Garatea, como sacerdote católico, puede decir todo tipo de cosas (tontas, insensibles, brutales) a sabiendas de que su investidura lo protege, al menos en la apreciación de una buena parte del público. La religión provoca esa clase de ceguera. Si la presidenta del Concytec hubiese prohibido tener plantas o fotos familiares o casas de muñecas en las oficinas, ningún iluminado con privilegios culturales habría salido a decir que se trataba de una persecución o de buscar pleito por gusto; o al menos, ninguna persona que los medios se habrían dignado a escuchar.

Garatea: “Somos un país religioso, un país creyente.” Error. Los países no son religiosos ni creyentes. Una mayoría contingente de la población puede profesar una religión determinada, pero los países no son inherentemente de ninguna religión. Los estados, a veces, sí lo son (generalmente se trata de los estados más desagradables del planeta). Si Perú es creyente, ¿qué significa eso para un ateo o agnóstico? Hay creyentes para los cuales las imágenes de la figura humana representan idolatría. Sólo los privilegiados pueden decir “somos un país así y asá”.

Garatea: “Yo no creo que la gente sea más o menos creyente por las imágenes que tiene. Sin imágenes, el modo de la creencia es igual.” Entonces, ¿por qué tanto escándalo? Ir a llorarle al cardenal, darle prensa al padre Garatea, ¿no es “buscar pleito por gusto”?

El Arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren, no pudo dejar pasar la oportunidad para buscar pleito por gusto, sin embargo. “Tratándose de una institución del estado, esta medida es gravísima, porque marca el inicio de la discriminación de la fe en el Perú y su identidad católica.” ¿Qué es la “identidad católica” de Perú? La identidad es un derecho de las personas, no de los países. Identidad es ser quien uno es. Perú no es uno. Perú es sus ciudadanos, cada uno de ellos con su identidad propia. Perú no se define por su catolicidad. Crucialmente, ser peruano no es ser católico. La catolicidad no brota del suelo ni se inhala con el aire de Perú. Si la identidad de Perú es católica, lo es de manera contingente e histórica, pero no es sagrada ni digna de respeto en sí, como lo es la identidad de una persona. Discriminatorio sería, precisamente, suponer que todos los peruanos son católicos y además uniformemente católicos (no católicos laicistas, no católicos moderados, no católicos de los que no acostumbran llenar casas y oficinas de santos, crucificados o vírgenes llorosas).

La cosa, como se veía venir, termina con el triunfo del privilegio de las mayorías. La Concytec dejó la norma sin efecto ante las quejas, reafirmando su compromiso con la “libertad religiosa” de los trabajadores y alegando que nunca fue su intención prohibir nada. El cardenal Cipriani hizo su acto de gallito en gallinero, con una homilía airada donde defendió la fe como compatible con la ciencia, y eso fue todo, por ahora.

¿Habrá algún trabajador del Concytec que sea hinduista? ¿Lo defenderá alguien si desea poner en su escritorio una estatua de la diosa Kali en su representación con un collar de calaveras, con una espada sangrienta en una mano y una cuerda de ahorcar en otra? ¿Habrá algún satanista? Me gustaría saberlo.

Concytec Perú santarosa

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