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Una de esencias · por Víctor Moreno

​Descargo de responsabilidad

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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

El torero dijo al filósofo: «hay gente pa tó». Y así, hay gente que se pregunta por la esencia de los sanfermines. Saber si en esa dialéctica triunfa Parménides o Heráclito. Ya sabéis, su eterna inmovilidad o su movimiento continuo y renovado. ¿Son los sanfermines siempre más de lo mismo a pesar de los cambios acelerados del siglo XXI? ¿Nadie corre dos veces el mismo encierro?

Con el tiempo la gente se vuelve ecléctica, es decir, ni chicha ni limoná, optando por una esencia inmutable y verdadera, encarnada en san Fermín y su tradición religiosa, y el resto, sucedáneos postizos que aguantan mientras no cuestionen esa esencia religiosa.

El arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela votaba por Parménides, digo, por san Fermín. Obviaba las hipótesis antropológicas, etnográficas y psiquiátricas de las fiestas, preguntándose «si quitamos a san Fermín, ¿qué nos queda? ¡Nada!» (3.7.2025). Para Perelló, san Fermín es el santo Grial, el nexo que unifica y da sentido al caos de la fiesta. Explicaba que «no se trata de obligar a nadie a creer ni a participar en actos religiosos, pero quitar a san Fermín de Pamplona es quitar parte de su identidad». ¿Y el ángel de Aralar y el santo Fuero? Cero patatero. Porque «sin san Fermín nos quedamos huérfanos de sentido, de historia y sin futuro». ¿Más? Sí, Porque «un pueblo con memoria es un pueblo con fe. San Fermín es el centro y el pilar de nuestra historia». Pues ya se dirá, entonces, ¿qué le queda a san Francisco Javier por hacer? ¿Ayudar a Osasuna a permanecer en primera?

El obispo abogaba por «una identidad, una unidad, una memoria y una fe» en torno a san Fermín. Si su discurso se dirigiera a los creyentes, pase. Aun así, tendría que haber mimado más la persona gramatical. Su concepto de unidad es insostenible. Ninguna religión puede ni debe definir una sociedad. Ante todo somos una cultura plural.

Otro que defendía que la esencia de la fiesta es su tramoya religiosa era Luis Landa. Su artículo «Hacia la esencia de los sanfermines» (7.7.2025), empezaba con una hipérbole difícil de masticar y digerir: «Todos somos conscientes de la riqueza social, cultural y artística de Navarra». Pero ni «todos» los navarros son conscientes de esa riqueza, ni, menos aún, la interpretan igual. Y extraña que a esa enumeración no le añadiese «la riqueza política, lingüística y religiosa». ¿Un acto inconsciente de su parte? O de la mala conciencia. Porque, ¿cómo se puede presumir de una riqueza del blablablá conseguida a base de «zapaldear» la pluralidad cultural, política y lingüística de los otros presentes en esta sociedad?

En Navarra, esa rica pluralidad aludida es quimera. No ha existido jamás. Sus élites dominantes jamás encontraron el tempero suficiente para que en Navarra floreciesen otras identidades calificadas como heterodoxas. Y el medio utilizado para conseguir tal uniformidad fue la imposición de una fe y una identidad religiosa llevada a cabo por el tándem indisoluble Iglesia y Estado, y utilizando la violencia y la crueldad, cuando no el crimen, contra cualquier clase de heterodoxia.

Navarra no está en condiciones de presumir por haber sido una comunidad abierta y plural, tolerante y respetuosa con el diferente en materia política, religiosa, lingüística, sexual… De hecho, los oligarcas locales levantaron barricadas contra lo que venía de fuera: sufragio universal, parlamentarismo, democracia, voto de la mujer, pluralidad religiosa, libertad de expresión, libertad de cultos, sindicalismo de clase, República… Sus élites no han permitido ninguna divergencia en ninguna época. Sostener que san Fermín constituye un respeto a esa pluralidad es una interpretación interesada como falsa. Landa lo dice sin pretenderlo: «San Fermín lo unifica todo en una identidad esencial permanente y verdadera». Como la Falange: «España, una unidad de destino en lo universal». ¡A la mierda tanta identidad esencial apriorística sin contar con la voluntad plural ciudadana!

Esta identidad esencial es dogmática, porque dimana de la religión. Es excluyente, no inclusiva. La historia, que no se quiere recordar, demuestra de modo fehaciente que la religión ha sido una argamasa letal a la hora de proporcionar una identidad tóxica, tanto que Amin Maalouf la calificó de asesina. Navarra sabe mucho de esta identidad y de sus efectos corrosivos. Pero no escarmentamos.

Para afinar más si cabe esta uniformidad, Landa plantea que «los sanfermines deben ser una prolongación durante el año para convertir Pamplona en camino jacobeo. Todo ello con respeto mostrando el niño que tenemos dentro. Porque cuando salimos de casa en blanco y rojo ya llevamos el programa incluido en el corazón». Era lo que faltaba para rizar el rizo de la estupidez y la cursilería.

Decía Bierce que el corazón es una «bomba muscular automática que hace circular la sangre». Nada que ver con las emociones. ¿Y qué más? ¡Ah, sí, el niño que llevamos dentro! ¿Cuál de ellos, el perverso polimorfo que decía Freud, o el niño pispajo del cuento de Andersen y que podría avisarnos en una procesión de que san Fermín va desnudo, es decir, que es una leyenda sin más? ¿Pamplona jacobea todo el año? Y ¿por qué no vegetariana y patafísica?

Instrumentar las fiestas de San Fermín para hacer una apología desatada de la tradición religiosa y extrapolar sus supuestos valores como catecismo universal de conducta del ser humano, su memoria, su historia, su identidad, resulta poco prudente en una sociedad plural y diversa como la actual Navarra. Y menos mal que se pide actuar con respeto. ¿Respeto? Es difícil cultivarlo cuando se defiende una identidad, una esencia, una fe, una memoria y una historia. ¿Recuerdan la Constitución: «Ninguna confesión tendrá carácter estatal»? Pues ahí están ciertos ediles asistiendo a las Vísperas −«chupinazo religioso»−, con las medallas de la ciudad en el pecho. ¿Así es el respeto a la pluralidad religiosa de la ciudad por quienes pretenden una identidad centrifugada por la fe? No me sean cachondos, mesedez.

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