Un tribunal de Estados Unidos ha dictaminado que el pastafarismo no es una religión, pero una boda al otro lado del mundo sugiere lo contrario
El pastafarismo es la parodia de una religión que nació en Estados Unidos para denunciar que las teorías del creacionismo se enseñen en algunos colegios
Un juzgado de Nebraska ha sentenciado que el pastafarismo no es una religión y que el prisionero Stephen Cavanaugh quizá no debería llevar un colador (de pasta) en la cabeza. Él ha reclamado que debe llevar el escurridor porque lo requieren sus creencias y porque, además, le protege la Primera Enmienda. Desde que surgió, el pastafarismo se tomó claramente como una burla hacia el fundamentalismo cristiano. En particular, criticaba que el creacionismo se imparta en las clases de ciencias. El juez obviamente estaba en lo cierto.
Pero el caso del pastafarismo plantea la siguiente cuestión: ¿qué convierte en religión a una religión? Para una imaginación algo laica, la respuesta es obvia: las religiones se caracterizan por hacer creer cosas ridículas que no pueden ser verdad. Eso es exactamente lo que hay detrás del pastafarismo. Por supuesto, es absurdo suponer que el universo fue creado por un bol gigante de espaguetis pero, ¿no es incluso más absurdo suponer que un hombre muerto puede resucitar o que profetas surquen el cielo a caballo?
Cuando Bob Marley gritó “¡Rastafari! Elegido por Dios” al final de un concierto en Londres, nadie se rió pero, si hubiera gritado “¡Pastafari! Elegido por Dios”, el efecto habría sido muy diferente, aunque tendrías que tener el cerebro horneado con la misma consistencia que una galleta de hachís para suponer que Haile Selassie era realmente divino. Algo tan absurdo, por sí mismo, no sería útil para distinguir la religión de otras formas de creencia.
El llamamiento al sentido común tiene límites muy estrictos. Casi todo lo que la ciencia moderna nos dice es intuitivamente falso, y mucho más interesante que lo que el sentido común puede imaginar. Si la defensa de la ciencia del conocimiento es que puede apoyarse por la evidencia, esto resulta ser mucho más complicado y mucho menos seguro de lo que parecía obvio hace 150 años. Las cosas que damos por sentadas –la democracia, la igualdad, los derechos humanos y este tipo de conceptos– podrían negarse con facilidad, en teoría, así como en la práctica, y sería imposible justificarlas de no ser por sus logros. Son tan vulnerables a estar cargadas de absurdo como la mayoría de religiones.
Pero si el mundo laico no entiende la religión, es tan defendible como que el mundo de la religión tampoco lo hace. La idea de que la religión se puede separar de otras partes de la vida implica que hay una esfera de vida no religiosa o secular. No todas las sociedades hacen esta distinción y es completamente fundamental para el protestantismo americano, del cual es consecuencia el pastafarismo. La religión, en este sentido, se considera que es un tipo de creencia que la gente debe decidir libremente si escoge. Pero eso no es lo que forja fuertes y profundas creencias.
Esto se puede ver al comparar la actitud de los norteamericanos hacia la Biblia con su actitud hacia la Constitución, a la cual ellos realmente consideran un texto sagrado y autorizado que contiene los secretos de la floreciente humanidad, así como los métodos para resolver cualquier enredo político. Pensar en la Biblia de esa manera te convierte en un fundamentalista, pero pensar así de la constitución solo te convierte en americano. Así que la religión más fuerte es la que no entiende que es una religión en lo más mínimo.
El mismo tipo de cosas se aplican a nivel personal. No es la teología si no el ritual lo que hace a la religión, y los rituales más fuertes son aquellos que haces sin tener ni idea de lo que significan. El futuro real del pastafarismo no se encontrará en Nebraska, pero sí en Nueva Zelanda, donde una pareja se acaba de casar en la primera ceremonia pastafari de la historia. Las bodas, aunque se celebren con cierta frivolidad, terminan significando algo, pero el significado no se encuentra en los votos. Emerge, para bien o para mal, de lo que viene después del matrimonio.
Traducido por Cristina Armunia Berges
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