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Un tiesto para el primado

La Iglesia católica no puede ser democrática por definición. Su estructura rigidamente piramidal lo impide. En la cúspide se sitúa el Papa-jefe supremo (con categoría de rey en otros tiempos), desciende por el colegio de príncipes-cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes y rebaño pastoreado y gregario.

Poseedora su jerarquía del monopolio de la verdad absoluta basada en las enseñanzas de su fundador y en la interpretación del derecho natural, se siente depositaria de la obligación de guiar a la humanidad, situando su magisterio por encima de los legisladores elegidos en cada país, de sus parlamentos y de las decisiones políticas democráticamente emanadas de sus decisiones.

Braulio Rodríguez, Arzobispo de Toledo y Primado de España (habría mucho que hablar del origen de estos títulos) acaba de condenar el divorcio exprés aprobado por el parlamento español porque conlleva “dramas, odio y violencia machista” Y fundamenta esta afirmación en que los gobiernos quieren influir en el matrimonio y la familia sin que les asista ningún derecho ya que “la familia es anterior incluso al Estado” “Yo no pretendo decir que la legislación sobre la familia sea confesional, pero sí que se tenga en cuenta que se debe legislar sin olvidar la razón natural de las cosas y sin despreciar la estructura primordial de esa institución natural que es la familia, que no está a merced de lo que un parlamento decida por mayorías o minorías”

A la Jerarquía católica le resulta difícil fundamentar gran parte de su doctrina en mandatos evangélicos. Lo consigue forzando los textos, descontextualizándolos y convirtiendo el mensaje en puro refranero a base de frases sueltas que nada tienen que ver con el conjunto. Tanto los textos atribuidos a Jesús de Nazaret como a los apóstoles son hijos de su tiempo, de su mentalidad muchas veces circunstancial y misógina. Pablo de Tarso habla de la mujer con un rechazo tal que hoy sería considerado poco menos que un maltratador. Y de la asunción de esa mentalidad estrávica proviene el desprecio que la actual jerarquía siente hacia la mujer reduciéndola a un papel secundario en el quehacer histórico, arrinconándola a una misión reproductora de hembra más que de mujer. Por el contrario el papel predominante del varón conlleva el ascenso a puestos directivos en exclusiva, al ejercicio de dotes de mando y a un predominio absoluto de acceso al ejercicio de dominio. (En el momento de escribir este artículo, hay un sacerdote italiano que justifica el maltrato a la mujer porque ésta provoca al hombre con su vestimenta…)

La segunda fuente en la que enraíza su poder doctrinal es el derecho natural. La naturaleza parece impregnada por el dios creador de una capacidad de dictar normas de conducta a las que el ser humano debe estar inapelablemente sometido. La capacidad creadora del hombre y de la mujer está subordinada a la oscura voluntad de la naturaleza. Ningún sistema filosófico u antropológico da por válidas estas premisas. El llamado derecho natural no es tomado en serio por nadie en cuanto dirigente de la conducta y de la iniciativa de la humanidad. Lo mantiene la Jerarquía católica por inconfesables intereses, como es remitir el deseo de felicidad al que aspiramos a otra vida de ultratumba como consuelo de la pobreza, el hambre, la angustia de los más pobres y desheredados del mundo.

Y dado que los pobres, los hambrientos, los angustiados deben esperar a la otra vida para ver satisfecha su desesperanza, la Jerarquía (conste que nunca digo los cristianos) se ocupa de condenar el escalofrío del amor, el temblor gozoso del sexo, el vértigo del encuentro que funde los cuerpos. Nada de eso tiene cabida en una visión de valle de lágrimas, de sexo exclusivamente procreador, de maldad como médula de todo quehacer humano. Por eso se desentienden de la justicia y se esconden en la beneficencia (no confundir con caridad) como anestesiante de conciencias.

La urgencia prostática de esta Jerarquía le lleva a una atemporalidad infame, a desahogarse fuera del tiesto, a esterilizar con ácido úrico los alrededores de la existencia.

Si alguien tiene un tiesto sin destino concreto, por favor que lo deposite junto a un cepillo parroquial. Algún obispo lo agradecerá.

Rafael Fernando Navarro es filósofo

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