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Por si tuviéramos pocos problemas entre manos, en Alicante hay que sumar algunos otros más. Y entre ellos, hay uno que llama la atención: el obispo de nuestra Diócesis Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla, que lleva poco tiempo al frente de su puesto pastoral, ha decidido ser un problema para la tranquilidad y la mejor convivencia de nuestra sociedad. Y lo hace a conciencia, de manera deliberada, utilizando las redes sociales como si fuera un troll más, uno de esos agitadores tóxicos que envenenan con sus provocaciones un día tras otro, a golpe de mensajes hirientes acompañados de rebuscadas imágenes que puedan añadir más sal a las heridas que abre.
Ya resulta llamativo ver a todo un obispo convertido en activista de las redes sociales, buscando notoriedad y llamando la atención en esas mismas redes que han acabado por convertirse en un vertedero de bilis y miserias humanas, pero donde nuestro prelado se mueve como pez en el agua, como si fuera el medio óptimo desde el que poder zaherir un día tras otro, a conciencia y con predeterminación, demostrando su evidente menosprecio a quienes no comparten su particular ley moral, su personal ultraderechismo, su amor por el cristofranquismo y su odio contra este Gobierno. Munilla ha encontrado un látigo desde donde poder dar latigazos a diestro y siniestro a golpe de mensajes sangrantes, fustigando por igual a feministas, amantes de los perros, gays y lesbianas, al Gobierno y a todos los partidos que lo apoyan, a quienes ejercen derechos reconocidos en las leyes como el aborto, queriendo demostrar que incumple y desprecia leyes que no le gustan.
Es cierto que las credenciales con las que Munilla llegaba a Alicante desde la Diócesis de San Sebastián no eran las mejores. En el momento en que fue nombrado al frente de esta Diócesis vasca, 110 de sus párrocos se mostraron contrarios a su elección, firmando un documento en el que afirmaban que “no era la persona idónea para desempeñar el cargo asignado”, algo que fue secundado posteriormente por un buen número de fieles. Posteriormente, en 2014, otros 96 sacerdotes guipuzcoanos acusaron a Munilla de “dañar y dividir la Diócesis”, con denuncias incluidas de sacerdotes y laicos de dejar un agujero económico de más de un millón de euros.
Y es que, desde su llegada a San Sebastián, Munilla comenzó a protagonizar polémicas y acaparar la atención de los medios por sus continuas descalificaciones y declaraciones provocadoras, que llegaron, incluso, a ser desautorizadas por algunos de sus compañeros de la Conferencia Episcopal. Así sucedió con el cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, quien pidió a su colega José Ignacio Munilla que fuera mucho más prudente en sus comparaciones, tras haber afirmado que era más preocupante el materialismo que las consecuencias del terremoto de Haití, en el que murieron más de 300.000 personas. Muy llamativo para quien dice defender su amor sagrado por la vida, salvo que ese tierno sentimiento no llegue a los más desgraciados, claro.
Tampoco los refugiados han sido muy bien considerados por monseñor, contra quienes en plena crisis por la guerra en Siria llamó la atención por su posible invasión ante el peligro de que pudieran cometer atentados terroristas. Pero han sido feministas y personas del colectivo LGTBI las que han estado siempre en el ojo su particular huracán de ira y a quienes no ha parado de dirigir todo tipo de barbaridades. Son tantos los disparates que ha prodigado hacia las feministas, que su odio animal hacia ellas solo es comparable con el desprecio que siempre ha demostrado hacia los homosexuales.
Con esta mochila, su llegada a una provincia como Alicante, abierta, plural, moderna, intercultural y avanzada, no presagiaba nada bueno, como así ha sucedido. Desde el primer momento no ha dejado de lanzar sus mensajes incendiarios, destinados a llamar la atención y vomitar su ideología pastoral repleta de odios. Para una Diócesis repleta de buenas personas, que llevan generaciones trabajando con los más pobres y junto a los más desfavorecidos, que ha tenido como obispo a alguien de la humanidad, respeto y tolerancia de Victorio Oliver, a quien todos recordamos con enorme cariño, el obispado de Munilla no deja de echar basura sobre tanta gente de bien.
¿Cómo puede ser que no hable de pobres y vulnerables, con la importancia que tienen en esta Diócesis? Cuesta recordar sus primeras declaraciones negativas sobre la ordenanza contra la mendicidad, hasta que el alcalde Barcala le leyó la cartilla y se calló. ¿Cómo puede olvidarse de migrantes y refugiados forzosos en momentos de tantos dramas en el mundo? ¿Cómo puede llegar a mostrar desprecio hacia quienes viven y comparten cariño con sus perros, de quienes reciben una lealtad y un afecto ilimitado? Pero, sobre todo, ¿cómo puede llegar a llamar inmoral con desvergüenza a este Gobierno por ceder a la comunidad autónoma de Navarra las competencias de tráfico recogidas en su estatuto de autonomía, que el propio José María Aznar llegó a negociar en el año 2000 con el presidente navarro y que otros presidentes de su amado Partido Popular han pedido para sus comunidades?
Alicante no necesita más pirómanos empeñados en encender hogueras para quemar a mujeres abortistas, feministas, homosexuales o gobernantes de izquierdas, sino gente de bien que trabajen por el diálogo, la tolerancia y la convivencia.