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Un nuevo ‘tenente’ para Uxue

Voy a procurar ser en esto lo más ortodoxo posible. Siguiendo las pautas de alguien tan poco sospechoso de beligerancia contra la iglesia como pudiera ser la siempre autorizada opinión, bendecida y hasta se podría decir «bajo palio», de un aforado cristiano de pro como fuera la figura del finado ya hace algún tiempo director de Diario de Navarra, José Javier Uranga Santesteban (1925-2016), en su obra Ujué medieval, fortaleza, villa, santuario (1984). Y excuso de antemano el atrevimiento de conjeturar sobre estas cuestiones ante personas de considerable mayor competencia y conocimiento del lugar como, entre otros, viene siendo la del penúltimo cronista de la Villa, Mikel Burgui, y aun anteriormente la del historiador Jimeno Jurío, cuya divulgativa labor consigue continuar manteniendo viva la llama del recuerdo. Lo hago porque ante tamaño escándalo, como viene siendo este de las inmatriculaciones, algunos tienden a rasgarse las vestiduras cuando comprueban que monumentos que cuentan con la consideración de nacionales, como pueda ser, ejemplarizando, aquel de la Mezquita de Córdoba, han sido apropiados por parte de la Iglesia Católica al módico precio de una treintena de euros (más o menos la misma cantidad que consiguiera Judas Iscariote en su felonía). Traición que a pesar de una misma procedencia etimológica en este caso en modo alguno implica tradición, a no ser que tal y como algunos interpretan ambos términos tengan en común el hecho de que algo o alguien pasen de una situación a otra, de una mano a otra, tal y como se puede inferir de los últimos y más cercanos acontecimientos. Y por lo mismo, consecuentemente para todo navarro, el caso de Uxue –de igual condición que el del templo cordobés– no debiera ser menos lacerante.

El relato de los hechos dice mucho al respecto. Y sin ir más lejos, la iniciativa que diera lugar a la Gran Enciclopedia de Navarra, en el apartado referido al santuario, tras destacar la condición de hito de la arquitectura navarra románica y gótica, constata ser ante todo una promoción real. Primera fortaleza navarra ya por el siglo X, según recoge Jimeno Jurío, estando auspiciada por su vigilante estratégica localización sobre «… los caminos que desde los dominios musulmanes del valle del Ebro ascendían hacia el corazón del territorio cristiano de Pamplona por los valles del Aragón y del Zidacos». Con Sancho el Mayor era una de las tenencias del reino, lo que suponía estar gobernado por un senior o tenente, tal y como es recogido por Uranga. Y contar con esta figura, también denominada como «honor», de libre designación por el rey y de carácter no hereditario, implicaba la jurisdicción del mismo tanto sobre el territorio como de la población. En este sentido Uranga, recién iniciado su estudio, comentando «el privilegio de Ujué» basado en el fuero otorgado por Sancho Ramírez al haber sido esta población aliada primera en la lucha por su reconocimiento como monarca del por aquel entonces dividido reino tras la muerte de Sancho el de Peñalén, habrá de afirmar: «Lo más importante del privilegio es que Ujué quedaría para siempre dentro de la Corona, sin que pudiese enajenarse ni darse a nadie en señorío» (pp. 61-63). Como fuera de esperar, ello concernía también al complejo sacro-militar, castillo y basílica, que desde el año 1093 pasaría a formar parte de un priorato dependiente del monasterio bajo advocación de Jesús el Nazareno de Montearagón fundado por Sancho Ramírez en su dominio aragonés. «Mientras rigió en el reino la dinastía navarro-aragonesa, las iglesias (Ujué, Larraga y Funes ), absolutamente exentas de la jurisdicción del obispo de Pamplona, fueron regidas y administradas por los canónigos de Montearagón, que nombraban los priores»(p.68). Añadiendo, el que para nada sentase bien a la diócesis que se conformó, no obstante, al no contar con el apoyo ni de reyes ni de la Curia romana.

Fue este rey, por otra parte, quien mandara construir el templo románico del que queda la cabecera. Finalmente, durante esta época en la que todavía no era conocido nuestro reino como el de Navarra sino de Pamplona las luchas entre los intereses del monasterio aragonés y de la diócesis, abad y obispo, habría de prolongarse durante los reinados de García Ramírez y Sancho el Sabio mediando en ello el papado, que favoreciera al primero en detrimento de la segunda, aunque con algún tipo de compensación, tras la aceptación de la pertenencia de las iglesias en litigio al mencionado monasterio y panteón de reyes aragoneses. Uranga lo resume de la siguiente manera: «Hemos visto en un capítulo anterior cómo la iglesia de Ujué era un priorato perteneciente a Montearagón, dentro de la diócesis de Pamplona, en el que el obispo tenía también importantes atribuciones canónicas y pastorales»(p. 127).

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