“… Yo soy Judas de Iscariote, y Jesús tuvo pena de él porque lo vio ahorcándose con sus propias manos de una higuera…”
El Evangelio según Jesucristo. José Saramago
Existe poca información sobre Judas Iscariote, el discípulo maldito de los textos oficiales de la Iglesia y sin duda el más interesante de los apóstoles que acompañaron al Nazareno durante el tiempo en que difundió su mensaje. El nombre de Judas ha servido para señalar al traidor, para castigar durante siglos al pueblo judío al encarnar la esencia del mal para el cristianismo antisemita, que encontró en el Iscariote el chivo expiatorio para la muerte de Jesucristo. Fue esta una conveniente explicación para el cristianismo, una secta judía a fin de cuentas separada de sus orígenes. Judas se convirtió en el arquetipo desleal y ladrón según destaca el Evangelio de Juan, no así el de Marcos, más antiguo. Sin embargo, no son pocos los estudios que empiezan a alumbrar la tesis de que Judas era uno de los más predilectos discípulos de Cristo, quien le encargó la tesorería de la organización. ¿Tal responsabilidad se concede a un delincuente? Tal vez Juan, de quien también se dice fue el más querido de los apóstoles, interpuso alguna cuestión de índole personal en sus apreciaciones. Y, del modo como se nos ha dado a conocer la historia, sin Judas la muerte, resurrección y ascensión de Cristo no hubiera sido posible.
En el año 2006 se autentificó un manuscrito del siglo III o IV conteniendo la única versión hasta hoy conocida del Evangelio según Judas, encontrada en Egipto en 1978. Lo anunció la revista National Geographic, que publicaba en inglés el texto de una copia que los expertos creen procede de otro material mucho más antiguo. En esta versión, el objetivo real de Judas era el de apoyar a Jesús para que hiciera efectiva la salvación de la humanidad. Judas obedecía órdenes de Jesús y era parte del plan divino.
Ajena a tal descubrimiento, la Iglesia se ha negado a investigar y reparar la fama de este guardián de las iniciales finanzas del colectivo de Dios en la tierra y, por el contrario, ha azuzado el odio hacia su persona durante dos mil años. La Iglesia ha lanzado la piedra escondiendo sus propias fechorías: la omisión de proteger al vulnerable, el exceso de afición por las riquezas; el apoyo al poderoso sobre el desfavorecido; la persecución del diferente y el mayor pecado, el que atenta contra la inocencia de la infancia y del que nunca podrá redimirse.
Jesús fue juzgado de manera injusta y renunció a su derecho a defenderse. Judas se declaró culpable, se suicidó y, de ese modo, impidió proceso alguno. Nada pudo, por tanto, alegar a su favor. ¿Cuáles fueron las razones? La historia no aporta justificación lógica. La Iglesia lo considera efecto directo de su avaricia e interés por el dinero. No conocemos voces amigas que justificaran lo sucedido. Lo dejé de manifiesto en 2009 en el prólogo al libro de Juan Bosch Judas Iscariote el calumniado.
Un móvil dudoso
La acusación es de traición. ¿Qué móvil le condujo a llevarla a cabo? En la instrucción de esta causa cabría preguntarse: ¿Quién planeó la muerte de Jesús y por qué? ¿Quién fue el inductor? ¿A quién le interesaba? ¿Quiénes ejecutaron la detención, tortura y muerte de Jesús? No fue Judas, obviamente, pero ¿quién facilitó la información que dio lugar a la detención? Judas en apariencia. Esa acusación debería acreditarse mediante las pruebas correspondientes porque, aplicando las garantías de cualquier proceso judicial, la imputación puede quedar en entredicho, y sin duda, hoy carecería de validez suficiente para condenar a nadie como autor de la delación.
En primer lugar, el propio Cristo habló con frecuencia de su muerte, que ya estaba de antemano decidida como paso previo a su resurrección y ascensión a los cielos, elementos obligatorios para dotar de una base sólida a la doctrina cristiana que, durante muchos años, se instaló en la tradición oral. No sabemos aún lo suficiente, no obstante. A partir de mediados del siglo XX, comenzaron a aparecer documentos que han aportado nueva luz sobre esta historia antigua. Tenemos los de Nag Hammadi en el Alto Egipto, descubiertos en 1945; los manuscritos de Qumran más conocidos como Rollos del Mar Muerto; el Evangelio de Tomás que se ha considerado el Quinto Evangelio, incluso anterior a Marcos, y este último documento de Judas al que hacía referencia y que arroja otras posibilidades.
“Uno de vosotros me traicionará, dijo Jesús, refrendando ese conocimiento previo de lo que había de acontecer. De ser así, ¿existiría un plan B para el caso de que Judas no hubiera abordado este papel? Y surgen dudas del tipo de si Jesús advirtió a su discípulo de las graves consecuencias que tal acción podría provocar en su propia salvación o, más aún, si, pese a todo, y de acuerdo a la idea de que Judas fuera un instrumento necesario para dar el paso de la esencia humana a la divinidad, si Cristo le acogió en su seno.
Estas dudas no se han visto en la Iglesia, que ni siquiera ha atendido al mensaje final en la cruz de “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Es de entender que el Salvador se refería a inductores, a instigadores y al delator. Pero, para la jerarquía eclesiástica, el perdón del Maestro no afectó ni al pueblo judío, de quien se tornó enemiga declarada –como bien se comprobó mediante los terribles tormentos que propició la Inquisición– durante siglos; ni a Judas, a quien hasta la actualidad se le sigue señalando como el gran malvado, como lo demostraba el propio papa Francisco en su homilía de miércoles santo de 2020. Decía así: “… Judas se fue, pero dejó discípulos, que no son discípulos suyos, sino del diablo”. O “… Cada uno de nosotros tiene la capacidad de traicionar, de vender, de elegir según sus propios intereses. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de dejarse guiar por el amor al dinero, de los bienes, o del bienestar futuro. ‘Judas, ¿dónde estás?’. Pero la pregunta la hago a cada uno de nosotros: ‘Tú, Judas, pequeño Judas que tengo dentro: ¿dónde estás?‘».
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