El Ministerio de Justicia rechazó su petición pero no se rinden y recurrirán a la Audiencia Nacional: «Lo siguiente, pedir una asignatura en la escuela»
Oh Tallarines que están en los cielos gourmet. Santificada sea tu harina. Vengan a nosotros tus nutrientes. Hágase su voluntad en la Tierra como en los platos. Danos hoy nuestras albóndigas de cada día y perdona nuestras gulas así como nosotros perdonamos a los que no te comen. No nos dejes caer en la tentación (de no alimentarnos de ti) y líbranos del hambre… Ramén.
La Oración principal al Monesvol, el Monstruo del Espagueti Volador, deja ya entrever dos de los principios que rigen el pastafarismo, la religión que venera los espaguetis con albondigas. El primero, el buen humor que desprende toda su filosofía. El segundo, la ironía de su propia existencia, que no hace sino cuestionar los principios de otras religiones, digamos, más ortodoxas.
De momento, lo de atacar al sistema desde dentro no les está funcionando en España. A finales de noviembre recibieron una notificación oficial del Ministerio de Justicia, en la que se les comunicaba que su solicitud para inscribir la Iglesia Pastafari en el Registro de Entidades Religiosas había sido denegada de nuevo.
La Comisión Asesora de Libertad Religiosa les ha negado cuatro veces. La primera, en 2010, «por la falta de credibilidad de sus fines y bases de fe y fines religiosos»; la segunda, en 2011 por el mismo motivo, pero añadiendo que esta «falta de credibilidad» afectaba también a «su régimen de organización»; la tercera, en 2013 al apreciar en «sus dogmas, ritos y régimen de funcionamiento» una «evidente falta de seriedad que reflejaba claramente su intención jocosa, por no decir ofensiva». El cuarto «no» llegó hace dos meses y hacía referencia a un «tono de burla» que les dejaba fuera de lo legalmente admitido.
«¿Quiénes son para cuestionar nuestra fe?»
Los fieles de Monesvol, sin embargo, son persistentes en su empeño, y estos pequeños obstáculos no los desvían de su objetivo. «No veo mucha diferencia entre nosotros y los odinistas, y ellos están inscritos», argumenta un beligerante Fergus Reig al teléfono desde Zaragoza, «no son quienes para juzgar la fe de una persona».
Reig esquiva las comparaciones -inevitables, por otro lado- «para no ofender», pero recuerda que se ve completamente normal adorar a «un ser volador que deja embarazada a una mujer sin tocarla». «Es absurdo», continúa, «en nuestra primera petición copiamos tal cual los estatutos de otra religión que sí había sido aceptada y, aún así, nos denegaron el registro».
Tras la última negativa, los pastafaris han decidido acudir a su última opción:recurrir la decisión del Ministerio de Justicia a la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional. Para eso, claro, hace falta dinero, así que el pasado día de Reyes pusieron en marcha un crowdfunding para sufragar los gastos en abogado y procurador, los desplazamientos a Madrid y el papeleo necesario. Ha sido todo un éxito. En apenas cinco días ya habían recaudado más de los 1.000 euros que habían estimado necesarios.
«Lo siguiente, la escuela»
En cualquier caso, los pastafaris españoles reconocen que, en el fondo, están donde querían estar. «En realidad, la idea es precisamente esa: llegar al punto en que nos digan que nuestra religión es ridícula y responder que las otras no lo son menos«, reconoce Reig, que cree que tienen todas las de ganar en la Audiencia Nacional. «Depende de qué juez nos toque, claro, pero en realidad hay poco que argumentar, las creencias de cada persona son incuestionables», dice.
El reconocimiento de la Iglesia Pastafari como culto oficial es sólo el primer paso. Lo siguiente, «pedir una asignatura de pastafarismo en las escuelas, un lugar de culto, exenciones fiscales… «. Emular a las religiones mayoritarias para dejar patente que su presencia fuera de la vida privada debería ser tan controvertida como desafiar al sistema con un monstruo hecho de espaguetis y un par de albóndigas.
Nacidos como protesta
El origen del pastafarismo se remonta a 2005 y se sitúa en Estados Unidos. Al entonces veinteañero físico Bobby Henderson le sentó realmente mal que el Consejo de Educación del Estado de Kansas diera luz blanca a que las escuelas pudieran impartir la teoría del diseño inteligente, una forma de creacionismo, junto a la teoría de la evolución. Así que, ni corto ni perezoso, tomó lo que más le gustaba en la vida, los espaguetis y las albóndigas, y lo convirtió en religión.
En una carta abierta, pidió formalmente que el pastafarismo recibiera el mismo trato que las «conjeturas lógicas basadas en abrumadoras evidencias observables» (la teoría de la evolución) y que el diseño inteligente (la idea de que el universo fue creado por un dios). La misiva de este profeta corrió rápidamente por Internet y en pocos meses había iglesias pastafaristas en países de todo el mundo.
En la última década, cada una de ellas ha ido desafiando sus sistemas nacionales y algunas han salido airosas. En Holanda, el Monstruo del Espagueti Volador se convirtió en religión legalmente reconocida a principios del pasado año. Por su parte, Nueva Zelanda celebraba ya bodas «legalmente vinculantes» por el rito pastafari desde unos meses antes. Algún rebelde especialmente insistente también ha logrado colar un gol a las instituciones. Así, en 2013 el pastafarista checo Lukas Novy consiguió aparecer en su DNI con un colador en la cabeza, uno de los rasgos distintivos de los fieles a este culto.
Una religión que ‘vive’ en Internet
Según Reig, es complicado saber cuántos fieles tiene su Iglesia en España, pero calcula que unas 400 personas. Se guía, sobre todo, por el grupo de Google vinculado a su blog, en el que los acólitos más activos organizan sus acciones. Sin embargo, el interés por su credo se deja notar en las redes sociales. El pastafarismo tiene más de 25.000 fans en Facebook, y son muchos los subgrupos en esta plataforma, así como en Twitter.
Tanta exposición podría atraer, a priori, a muchos haters, sobre todo cuando uno toca un tema tan sensible como la religión. Sin embargo, Reig apunta precisamente a lo contrario. «La gente se lo toma muy bien, los comentarios son siempre muy positivos», dice. Parece que, de momento, a los adoradores de Monesvol, ataviados con sus coladores en la cabeza, lo único que les para es la burocracia. Y ni eso.