Nota: Pese a las diversas circunstancias sobre todo coronavíricas – y tal vez precisamente por eso – se nos ofrecen en esta semana amplias y convincentes oportunidades para reflexionar acerca del turismo también religioso y más concretamente en el generado por los años santos. Estos – pura coincidencia – han sido proclamados con generosidad y holgura hasta darle la impresión al pueblo fiel de que no todos los años, los meses, las semanas, los días, las horas y los minutos no son santos de verdad si no explícitamente así lo definiera la Curia Romana en respuesta favorable a los peticionarios.
Personalmente creo que deberían ser más y mejor pensadas estas concesiones, sobre todo por el riesgo que se corre en la Iglesia de que se juegue con cosas tan sagradas como son las indulgencias, el perdón de los pecados y milagros y “milagrerías” que hicieron posible la sacralidad de algunos “años” en determinados lugares. Los milagros, así como las reliquias, jamás serán objetos de juego, ni de compraventa. Ni los milagros ni las reliquias debieran ser fuentes de ingresos por muchos déficits que registre la institución eclesiástica.
El turismo es también, y de modo eminente, religioso, tanto dentro como fuera de España. Las estadísticas así lo proclaman y demuestran con el aval de los datos. Por supuesto que su éxito y aceptación son aproximadamente idénticos en los diversos grupos de personas, sin que ni los mismos jóvenes constituyan excepción de ninguna clase.
Las justificaciones para la práctica de este tipo de turismo se fundamentan en infinidad de razones, de entre las que nos limitamos a reseñar las peregrinaciones, acontecimientos masivos de carácter piadoso, como beatificaciones, canonizaciones, Años Santos, conmemoraciones y fiestas, lugares de reconocida piedad, ermitas, santuarios, cementerios, monasterios, y más los que están dotados de sus correspondientes hospederías… El mapa de España, y los de otros países, ofrecen posibilidades placenteras para el ejercicio del turismo religioso, con aportaciones valiosas inherentes a los conceptos de “turismo “ y de “religioso”..
Aún más, con iniciales motivaciones cristianas, cualquier motivación viajera que efectuemos, siempre y cuando se intente en la misma satisfacer legítimos afanes de cultura, de relación con la naturaleza y de convivencia entre familiares y amigos, se torna oferta singularmente religiosa tanto en su planteamiento como en su realización.
Todo destino es –puede ser- religioso. Calificación idéntica requiere el tiempo, o los tiempos, del año en los que se efectúe el viaje, por la sencilla y testificante razón de que también el año es, o puede ser, “Año Santo, Cristiano o Litúrgico”, con referencias a festividades o solemnidades que se enmarquen en determinados días.
El descubrimiento y posibilidad de contacto con la naturaleza mediante los viajes, por citar un ejemplo, es tiempo y ocasión para calibrar la presencia y actividad de Dios en su obra creada. Precisamente en este contexto temporal urge destacar la celebración de las Semanas Santas y de no pocas romerías pletóricas de mensajes de renovación y de vida caracterizadamente pascuales, muy del agrado de la juventud en general y presumiblemente en mayor proporción con los bautizados que ejercen, o intenten ejercer, motivados por la inspiración y el compromiso inherentes a tal condición.
Toda práctica y programación de turismo “religioso”, por una u otra razón, son por sí mismos, otros tantos importantes capítulos de un catecismo, de un tratado de ascética y de un epítome de teología. El evangelio se redescubre, se vive y se practica en cualquiera de las rutas turísticas, siempre y cuando se cuide su preparación con los criterios propios de los miembros activos del Pueblo de Dios -comunidad de creyentes, a la búsqueda de la huella divina y con sensibilidad suficiente como para estar celebrando su “pascua” en la contemplación de cualquier paisaje, o en el conocimiento y trato con quienes de por vida habitan en su marco
En la configuración y vivencia de las programaciones turísticas elegidas o seleccionadas por cristianos, hay que dar por supuesta la realización de un proyecto similar al de unos Ejercicios Espirituales, Cursillos de Formación o estancias en hospederías de Órdenes contemplativas y de clausurara que contribuirán al mejor y más efectivo desarrollo de la fe, no dejando pasar oportunidad alguna para la conversión de las creencias en otras tantas obras que, en definitiva, son su prueba y su fundamento, como la participación en “Cáritas” y otras obras de misericordia.
La práctica turística con criterios similares a estos ayuda de manera convincente a vivir la Iglesia con criterios de universalidad -catolicismo-, tanto en el tiempo como en el espacio, con superación de fronteras y de cualquier limitación que dicten o impongan los localismos, las incomprensiones y la falta de respeto o de tolerancia.
Crear, re-crear y dar testimonio de Iglesia por la comunión, -común inió-, es meta obligada en cualquier actividad turística que se precie de cristiana, desde el feliz y sustantivo convencimiento de que, si su testimonio se encarna en los jóvenes, su eficacia será mucho más ejemplar y resplandeciente.
Los monumentos como tales, las ceremonias –“funciones sagradas”-, las procesiones y los ritos, con báculos y mitras, junto con las exhibiciones de riquezas… no son, hoy por hoy, elementos cabalmente justificadores del proclamado “turismo religioso”, que completa con autoridad y datos la oferta generosa y excepcional oferta española en el sector.