Las mujeres afganas no solo deben llevar el velo sino también cubrir su rostro. Esta es la última orden de los talibanes, después de que les privaran de ser atendidas por doctores masculinos, ir al hospital solas, trabajar en público, estudiar en la escuela segundaria, salir de casa si «no es necesario», coger taxi o autobús sin un varón familiar, montar en bicicleta, cantar, bailar, hablar en voz alta, reír, usar cosméticos o zapatos con tacón, hacer deporte, asomarse a las ventanas y balcones, elegir a su marido, organizarse en asociaciones políticas, feministas o gremiales, aspirar al poder, etc., etc. El burka solo es el símbolo del poder de esta fuerza de extrema derecha, que cohabitó con la OTAN en Afganistán, durante las dos últimas décadas.
Los «seminaristas» afganos han sido coherentes con su ideología, lo que es incomprensible es que el mundo les pidiera un trato humano y civilizado hacia los hombres y mujeres del sufrido país.
Pregunta 1: ¿Pedirían los demócratas a los nazis, por ejemplo, respetar la prensa libre, la igualdad entre los seres humanos, los derechos económicos, políticos, y sociales de los ciudadanos, cuando lo primero que hicieron los talibanes (y fue ignorado por la prensa europea) fue desmantelar de forma más violenta los partidos políticos, sindicatos, las libertades sociales, de prensa, reunión, expresión, para justamente privar a la sociedad afgana de voz y voto? ¡Hasta este punto se ha normalizado la persecución de las fuerzas progresistas en el mundo!
Pregunta 2: ¿Por qué la prensa de masas afirmaba que los talibanes del 2022, que recibieron el poder en Kabul a mano de EEUU, se habían transformado en «moderados» y no eran los mismos bárbaros de los años 90? ¿Cómo podían cambiar de actitud teniendo la misma ideología?
Pregunta 3: Puesto que el fundamentalismo es el ejercicio intransigente de una doctrina (religiosa o secular), ¿qué tipo de sistema político establece cuando toma el poder? ¿Fue el franquismo un simple régimen de católicos conservadores?
En líneas generales, el totalitarismo más agresivo y la economía de mercado son los dos puntos de unión entre el fascismo clásico y el fundamentalismo en el poder, fenómeno que apareció de repente a finales de la década de los ochenta cuando EEUU decidió patrocinarlo y armarlo como una herramienta política para contener el avance del socialismo en Oriente Próximo y América Latina. Así, son instalados, de forma sutil y sigilosamente, los primeros regímenes de extrema derecha después de su espectacular derrota en la Segunda Guerra Mundial, para luego como movimiento respaldado por EEUU extenderse por gran parte del mundo, con el mismo discurso, pero con distintos ropajes y acentos.
Los medios de masas interesados han conseguido despolitizar dicho movimiento presentándolo como el despertar de las tradiciones y culturas autóctonas no globalistas.
La nueva extrema derecha es el fascismo de siempre
Los totalitarismos religiosos en Turquía, Afganistán o Irán, a pesar de sus singularidades (al igual que los fascismos clásicos), comparten una serie de elementos entre sí y también con sus antecesores europeos. La República Islámica de Irán es el Estado más similar al prototipo de este sistema político, que además ha sido capaz de tomar prestados algunos elementos de la Santa Inquisición, pues, su Código Penal está basado en los textos abrahámicos.
Aquí algunos aspectos comunes entre el fascismo y el totalitarismo religioso:
– Son reacciones a la modernidad y el progreso: Mussolini anunció la muerte de la Revolución Francesa, y los fundamentalistas equiparan las conquistas sociales de los ciudadanos europeos con el colonialismo de sus gobiernos (de allí el término del «feminismo blanco«), para así, justificar su afán de resucitar el orden medieval del dominio sobre los ciudadanos convertidos en «rebaños».
– La existencia de un Führer, Caudillo, Líder Espiritual carismático, capaz de concentrar la totalidad del poder en su persona (Jomeini y Erdogan).
– Un Estado centralista, antifederal, contrario a las «autonomías» locales, porque reduce el poder de la autoridad central.
– Resucitar e incluso inventar mitos y leyendas del pasado para fascinar a las masas, en torno a un discurso familiarizado del Líder: decir que «Madrid tiene 2000 años de historia» es igual de falso que afirma que en el siglo VII nació el feminismo islámico en lo que hoy son tierras de Arabia Saudí, el único país del planeta donde las mujeres aún ni pueden ni votar, por la venia de Dios.
– La militarización de la sociedad, mediante la creación de numerosos cuerpos armados y de seguridad, y su presencia pública. Formar organizaciones paramilitares de los lumpen, e individuos desclasados, sin escrúpulos y capaces de cometer barbaries a cambio de tener poder, dinero y estatus. Los Basiy (Reclutas) de Irán es la viva imagen de los Escuadristas ( los Camicie Nere italianos). Las patrullas antivicios que controlan hasta la vestimenta y conducta moral de los ciudadanos en el espacio público. La coerción para los «antisistema» y la recompensa para los obedientes, al igual que en el «Cielo».
– Uso sistemático de la violencia y de la pedagogía del terror contra los críticos (redadas, lapidaciones, ahorcamientos públicos, latigazos, etc.). La fe hace que el terror se banalice: En aquel tiempo tomamos todas sus ciudades, y exterminamos a hombres, mujeres y niños de cada ciudad. No dejamos ningún sobreviviente (Deuteronomio, 2 :34). La normalización del odio y la venganza (ojo por ojo) contra otros, como muestra de valentía y el reclamo de justicia, en vez de justicia civilizada, comprensión y solidaridad.
– Nutrirse de la ira y los sentimientos de marginación entre las clases sociales «inferiores ofreciéndoles soluciones mágicas que pasan por delatar, oprimir o matar (en guerras) a personas como ellos, que ni conocen: el trabajador «ario» es como el «musulmán» o el «judío» contra sus hermanos de otros grupos étnicos y de otros credos a beneficio de los que mueven el negocio.
– El control y vigilancia de las masas, a través de los templos, los vecinos, las instituciones, etc.
– La primacía del concepto de «nación» o «comunidad» (racial o religiosa) para desdibujar las diferencias entre las clases sociales, evitando la solidaridad nacional e internacionalista de los oprimidos.
– Una visión social tribal: nosotros contra ellos.
– Un feroz anticomunismo: por ser un sistema económico socialista, y políticamente igualitario entre los hombres de cualquier credo, color de piel, estatus social, y entre los hombres y las mujeres.
– Rechazo hacia las democracias liberales, que no hacia el capitalismo, por las conquistas sociales de sus ciudadanos en cuanto a limitar el poder de los mandatarios, las libertades individuales y colectivas, y de que su autoridad emana de la «Demo», el pueblo y puede ser revocada, que no del «Teo», el Dios, un ente absolutista.
– Establecer el control, no solo sobre las actividades políticas y sociales, sino también sobre el pensamiento de los ciudadanos. Tener ideas distintas es considerado delito, aunque no se pongan en práctica ni se divulguen.
– La imposición de la uniformidad tanto entre los hombres pero sobre todo entre las mujeres (de allí el velo y la gabardina o el chador y el burka), eliminando las singularidades entre los «ciudadanos», con el objetivo de convertirles en una «masa» a la que se pueda dar la forma que desea el poder.
– Se basan en los dogmas de fe, las certezas inventadas, que no en la razón y el racionalismo, apelando a las emociones.
– Usan la represión sexual como método de manipulación y el control social: duros castigos para las relaciones entre personas del mismo sexo, adulterio, fornicación, etc. creando personas psicológicamente desequilibradas
– Al contrario de las dictaduras que se apoyan en el respaldo de una pequeña élite, los fascismos cuentan con una base social, a menudo amplia, y con millones de pobres y desheredados entre sus filas. En su desgaste y por la decepción de las masas por expectativas incumplidas, los totalitarismos pierden esta base para convertirse en una simple dictadura.
– Supremacía de hombres sobre mujeres, de elites sobre plebeyos, militares (mártires vivientes) sobre civiles, y creyentes sobre ateos. Los judíos afirman ser el «pueblo elegido por Yahvé» y los musulmanes que «su religión es la última, la más perfecta», por lo que consideran blasfemia y perseguibles los creados nacidos después del siglo VII. Esta ideología, que considera untermenschen (infrahumanos) a los integrantes de otros grupos, genera la llamada «fascismo social»: no solo inculca en los hombres ser superiores a las mujeres, sino que consigue que ellas mismas asimilen esta creencia como una realidad biológica. Ellas no podrán contraer matrimonio con un hombre fuera del grupo, hecho llamado por los nazis «ley de bronce»: el rechaza del apareamiento entre dos seres de distinta raza, porque reduce la calidad biológica de los descendientes. Para justificar el sistema de Apartheid contra las mujeres que se estableció en Irán a partir del 1978, el expresidente de la República Islámica Hashemi Rafsenyani argumenta que «La diferencia de tamaño, vitalidad, voz, desarrollo, calidad muscular y fuerza física entre un hombre y una mujer demuestran que los hombres son más fuertes y más capaces en todos los campos (…) el cerebro de los hombres es mayor (…) Estas diferencias afectan a la delegación de responsabilidades, deberes y derechos». Aquí, las diferencias se convierten en desigualdades.
– Discursos populistas, término que significa manipular, estafar a las «masas»: Hitler utilizó las palabras «socialista» y «obrero» para denominar a su partido, cuando sus objetivos eran justamente antisocialistas y burgueses, mientras la versión religiosa del fascismo roba las consignas «antiimperialistas» a las fuerzas progresistas y llama «desheredados» a la clase trabajadora. Intenta, de este modo, hacerse con la bandera de la defensa de los explotados, que ha sido exclusivamente de la izquierda y sigue siendo la única fuerza con programa viable para poner fin a las injusticias sociales.
– Afán de expansionismo, para exportar su ideología mediante patrocinio de grupos afines, e incluso ocupando territorios de otros estados, bajo el pretexto de la «hermandad internacional» «Liberar a hermanos oprimidos», etc.
– Sus guerras, por muy santas y justas que sean siempre son por los recursos, fortunas y mercados.
– Son profundamente misóginos. Hacen exaltación del patriarcado, glorifican la maternidad, y mandan que la mujer debe ser esposa obediente y subordinada, madre sacrificada y depositaria de los valores del grupo, y ser la ama de casa perfecta, por lo que prohíben la educación mixta. Paralelamente, establecen un sistema de Apartheid prohibiendo el acceso de la mujer al poder y a ciertos espacios, y consideran al feminismo y el derecho a la igualdad una aberración antinatural y demoniaco.
La violencia contra la mujer y su discriminación en las religiones semíticas, no sólo consolidan el sistema patriarcal basada en la superioridad jurídica del hombre, sino las santifican (Corán, 4:34; Biblia 11.2–16); les excluyen del poder (Corán 17-40) que niegan la existencia de ángeles del sexo femenino «Dios nunca envió a una profeta«, y eso a pesar de que el cielo de Oriente Próximo está repleto de las diosas. La exclusión y opresión de las mujeres es una táctica política, dentro de «divide y vencerás»: luego irán a por la otra mitad de la sociedad, los hombres. Cuando deciden incluir a mujeres en sus equipos, por propaganda o por la presión social, lo hacen sin permitir su emancipación. No deja de ser una paradoja o un elitismo que mujeres como Marine Le Pen, cuya ideología está basada en la «incapacidad natural» de la mujer, luche por ocupar el lugar que su creencia ha reservado a los hombres.
– Formular mensajes simplistas y primitivas a las masas, desactivando su intelecto e impidiendo que la audiencia tenga acceso a términos capaces de expresar la complejidad de los fenómenos. El uso de términos como «el Gran Satán», en vez de EEUU, un país muy complejo, o el «Eje del Mal» para llamar a los supuestos enemigos es simplemente despreciar la inteligencia de los receptores del discurso.
Que se respeten los «límites de la libertad religiosa«: no confundir el respeto a los creyentes y sus derechos como ciudadanos a respetar su credo. La religión, un complejo sistema de creencias metafísicas con normas establecidas hace siglos, cuando se encuentra en el poder es peligrosamente totalitaria.