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Patera en la playa de Zahora

Torre Pacheco: la Luna, el dedo y el laberinto de la inmigración [Con Mimunt Hamido, Ilya Topper y Saiba Bayo]

Siendo muchos los factores que juegan en la polarización social, nadie pide responsabilidad a la principal fuente de conflicto: quien da espacio a un trabajo semiesclavo

“¿Por qué no iba a pasar algo así? –dice desde La Línea el politólogo senegalés Saiba Bayo, en referencia a los sucesos de Torre Pacheco–. Al fin y al cabo, es algo que está pasando en todos los demás países. Ahí tenemos a Trump, diciendo que los inmigrantes hacen barbacoas de gatos”.

Todos sabemos, desde hace unos días, que Torre Pacheco es una localidad de Murcia que cuenta con un tercio de su población inmigrante, en su mayoría, marroquí. Que una paliza a un anciano provocó una respuesta violenta por parte de “ciudadanos hartos”. Que resultó que los atacantes eran de Marruecos, sí, pero que ni siquiera vivían en el pueblo. Que esta misma semana una adolescente era quemada viva en Las Palmas por un joven marroquí que tenía ya una orden de expulsión. Para más horror, la joven estaba tutelada.

El tema de la inmigración, y de si hay un problema, y de si podría ser un problema, salta de nuevo al discurso justo cuando se va a intentar el reparto de los menores que ahora están en Canarias a lo largo de la geografía española.

“En Ciencias Políticas –afirma Bayo, formado en esta especialidad por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctor en la misma por la Pompeu Fabra– hay una cosa que se llama el análisis de políticas públicas: por qué se hace una política, si es para responder a un problema de la sociedad. Hay veces que se crea el discurso, el problema, y la conveniente solución”.

En una ciudad como Cádiz, andando por la calle, uno no siente que existe una particular amenaza asociada a la inmigración. Ni a ninguna. “Nunca la vas a sentir, porque en Cádiz no hay trabajo –apunta la melillense de origen marroquí Mimunt Hamido–. Pero es distinto en ciertos lugares donde sí lo hay”. Sobre todo, asociado al sector agrícola, como ocurre en Torre Pacheco: un pueblo que ha visto aumentar su riqueza en los últimos años.

Para Mimunt Hamido, autora del libro No nos taparán, la mala gestión de la inmigración hunde sus raíces en las relaciones con Marruecos; y también en las redes mafiosas. “Hay muchas que llevamos mucho tiempo denunciando la creación de guetos en Cataluña, donde la administración, en vez de ayudar socialmente a la gente que llega, lo que entiende que ha de hacer es dar más poder a las mezquitas, y subvencionar actos religiosos. O clases de árabe, cuando en Marruecos –explica, cansada– no se habla árabe. En los años 90, por ejemplo, había un sindicato del Magreb que se quitaron de en medio”.

En su casa familiar, ella ha visto como sus primas en Bélgica, que salían vestidas con pantalón corto se casaban en sus países de destino y volvían veladas. “Parece que nadie tuviera idea de toda la cruzada wahabí que ha habido, que ha ido llegando a España y ha sido permitida por todos –indica–. Eso que les ocurre en Francia, con la segunda y tercera generación mucho más radicalizadas, era de cajón que ocurriera y es a lo que hay que prestar atención”.

TRES MEZQUITAS Y NINGUNA BIBLIOTECA

En Torre Pacheco hay tres mezquitas pero ninguna biblioteca. El dato lo aporta Ilya Topper, corresponsal de Efe en Estambuly conocedor del Mediterráneo islámico. “Aunque sea poco dinero el que se da a las mezquitas, me parece importante porque expresa una voluntad de usarla con pivote social de la inmigración –indica–. No pones otra cosa, y después te sorprendes de que las nuevas generaciones sean más religiosas. Esas nuevas generaciones se asombran, de hecho, de lo poco pegada a Dios que vive su familia en Marruecos”.

“La mezquita en estos contextos –continúa– no es perniciosa en sí, pero sí distingue entre musulmanes y no musulmanes. La diferenciación entre ellos y nosotros también es muy fuerte desde ese lado, en las chicas sobre todo, marcándose con el hiyab como distintivo y muestra”.

Topper cree que aún estamos lejos de crear guetos como en Francia pero piensa que, si las políticas siguen así, algún día van a llegar. Para Saiba Bayo, sin embargo, el escenario francés es intrínsecamente distinto al español: los guetos franceses se levantaron a partir de la guerra de independencia en Argelia. “Cuando construyes unos barrios y dejas abandonada allí a la gente, no puedes venir con la cantinela de los valores laicos y de que todos somos iguales”.

Los valores europeos, excelsos sobre el papel, ayudan a esconder la realidad, afirma, de que “Europa, si es algo, es inherentemente violenta”.

En Torre Pacheco, lo que se ha dado –quiere apuntar Topper– es precisamente el recorrido inverso al de Francia: “No ha sido un estallido de la comunidad musulmana, sino algo que se ha buscado para que sí se dé esa situación”.

Por redes sociales circula un TFG sobre la realidad social en Torre Pacheco, en el que se apuntan algunos datos que mueven a la reflexión. El aislamiento de las mujeres marroquíes, por ejemplo; o el fracaso de la integración lingüística en unos colegios públicos sin medios:“Es cierto que la educación es un punto fundamental –reflexiona al respecto Topper–. Pero si observas a los niños musulmanes, verás que se desenvuelven con los demás en español, aunque luego no controlen ortografía o gramática”. Aun así, un estudio a nivel andaluz señalaba que hasta dos tercios del alumnado marroquí se siente extranjero.Es que otra cosa –prosigue Hamido– es el sentirte excluido. Cuando te has pasado la infancia sin que te inviten a cumpleaños, a la adolescencia llegas sin querer saber nada de ese mundo que te rechaza. Un mundo que lleva toda la vida diciéndote, contra lo que tú piensas, que eres moro, que no eres de aquí”.

Y entonces te aferras a una cultura que nunca existió, que ni siquiera tus padres o abuelos reconocen, pero que parece furiosamente tuya. Defender la cultura, ¿les suena de algo?

“Aunque se hable de integración, esto son términos colonialistas que no tienen nada que ver con la realidad: en la Alemania nazi –explica Saiba Bayo–, quemaban las propiedades de los judíos y estaban perfectamente integrados”.

“Es importante reconocer –desarrolla– que una de las cosas en la sociedad por la que la gente está dispuesta a matar es la cultura, y los únicos que están dispuestos a dejar su vida por ello son los excluidos por el sistema. Quien está explotado o tiene que cerrar su negocio, en vez de dirigir su furia contra los oligarcas, la dirige contra el siguiente que está debajo de su escalón. Por eso, en un gran porcentaje, la gente que decimos de extrema derecha se sienten perdedores. Difícilmente veremos entre la gente que ha ido a Torre Pacheco al primo de Ortega Smith. ¿Quién se va a permitir cogerse unos días para hacer pogromos sino el que no tiene otra cosa que hacer? El fenómeno –insiste– no es otro que la jerarquía social y la mala distribución de la riqueza”. Bayo abre el foco: “Una persona que sale de Senegal cobra unos cinco euros trabajando de sol a sol, diez si tiene suerte –explica–. Aquí le dan cuatro euros la hora: no se siente explotado. Eso el empresario lo sabe perfectamente. Y, como diría Hegel, el empresario se vuelve dependiente del inmigrante porque oye, lo mismo tampoco tiene mucho margen.”

También se dan relaciones de explotación por supuesto, muy difíciles de controlar, dentro de la propia inmigración: “Algunos se quedan para siempre y son la mano derecha del jefe –indica–. O el paquistaní que pilla a otro, o el chino que contrata a otro”.

Curiosamente, la explotación y las condiciones semiesclavistas de trabajo en la que viven muchos marroquíes no han provocado ni una palabra desde “la Junta Islámica, tan preocupada por tantas cuestiones”, señala Mimunt Hamido.

“Cualquier jefe de patronal –indica Ilya Topper– te va a admitir que necesitamos mucha inmigración. Según la propia UE, para seguir funcionando, dado que no nos vamos a poner a tener un montón de hijos, en torno a un millón de inmigrantes anuales”.

Tal como está organizado el flujo migratorio actual, esto provoca que “lleguen los más fuertes, los que están dispuestos a todo, que ya es un perfil determinado –opina Ilya–. Luego, la mayoría te dicen que las condiciones en las que están son peores a las que estaban en su país de origen, pero no pueden volver, no pueden permitírselo” .

“Cerrar las fronteras –continúa– no es para que no entren: es para que no salgan. Para mí, habría que tener una política de puertas abiertas reglada, ordenada. Esa sería la forma en que se reduciría la mano de obra esclava: si vienen y pueden trabajar, bien; si no, se vuelven. Y los salarios no caen”. Hamido, que aboga por realizar contratos en origen, opina que las bolsas de migración actuales les convienen a partidos como Vox: “Les viene bien tener ilegales porque así pueden explotarlos mejor, tan tranquilamente”.

“Hablamos de los derechos humanos sólo cuando nos interesa pero, realmente, no existen –abunda Saiba Bayo–. Europa es un gran campeón a la hora de crear conceptos, y es cierto que gracias a ellos se consiguen avances importantes, pero de Europa también forman parte el imperialismo y el colonialismo”.

“Lo que precisamente tiene España y no tienen el resto de países –subraya el politólogo– es una historia de multiculturalidad por su propia posición geográfica. Pero, no sé por qué, hay un complejo de inferioridad respecto a Europa”.

Sobre el velo y la falsa multiculturalidad

Ni Mimunt Hamido ni otras mujeres de contexto magrebí consiguieron reunirse nunca con Irene Montero para hablar de sus problemáticas, como sí lo hicieron representantes del llamado «feminismo islámico». Para la melillense, “hay mucho torpe en el Gobierno” que asocia velo con inclusividad, cuando «va en contra de la coeducación y la igualdad. Aunque la educación sería el camino deseable, la educación lleva tiempo y, por ahora, lo que habría que hacer es prohibir este tipo de cosas que van contra los derechos del menor”. “En Melilla, por ejemplo –asegura– yo he visto condiciones de becas de estudios asociadas a la vestimenta islámica para chicas: una de las muchas cosas que se hacen, se denuncian, y no pasa nada”.

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