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Todos somos Francia

Cuando alguien es asesinado en nombre del terrorismo teológico, no importa cuál sea su dios ni qué profeta lo anuncie, es como si el ruido de unos tambores, anunciados por el sonido de una trompeta, nos anunciara la presencia, siniestra, del Apocalipsis. Allí donde las libertades son sustituidas por argumentos teológicos comienza el Apocalipsis. El reinado de dios es el Apocalipsis.

Ya hace tiempo que en la conciencia colectiva de los ciudadanos libres se ha ido fraguando, algunos han fraguado en sus conciencias, la debilidad mental de que frente al miedo hay que elegir la sumisión al que nos amenaza. Es una teoría tan vieja como el Leviatán de Hobbes, esa que da prioridad a la seguridad frente a la libertad. Ese pensamiento nos hace esclavos sin necesidad de ser pasados a cuchillo. Y luego ¿qué sentido tendrá vivir, si vivimos sin libertad? Los alemanes, en la década del nazismo, no todos pero sí muchos millones, prefirieron elegir, frente a la inseguridad, la protección del Estado totalitario. Al resignarse, acabaron siendo esclavos. ¿Tiene sentido vivir como esclavos?

Si somos libres, allí donde existen ciudadanos políticamente e ideológicamente libres, no es porque nazcamos libres, como diría Rousseau en “el Emilio”. Es porque, en algún momento, unas sociedades decidieron arriesgar su seguridad para crear la libertad y luego disfrutarla. Las libertades siempre están amenazadas porque son muchos sus enemigos. Mucho de ellos escondidos y justificados por argumentos teológicos.

Las libertades siempre están asediadas. Por eso vivir en libertad es vivir en beligerancia contra todos sus enemigos. Y la beligerancia no consiste en otra cosa que en ejercer, en cada momento, cualquiera de las múltiples formas de ser libres. Muchas de ellas contenidas en la Declaración de Universal de Derechos Humanos.

No existe mejor defensa de la libertad que el ejercicio de la libertad. A cualquier precio. Cualquier concesión que se haga a sus enemigos es interpretada por éstos como una muestra de debilidad. Esas concesiones resquebrajan el muro que nos protege.

En este momento, todos, cada uno de nosotros, somos Francia. Europa entera y los países libres, también, deberíamos hacer un gesto de identificación con la matanza del terrorismo teológico. No importa la cantidad. Es el detalle lo que nos indica que todos estamos amenazados. Porque no somos inocentes quienes nacemos y disfrutamos de los bienes de las libertades.

Todos los gobiernos democráticos del mundo debería proclamar un día y un minuto, el mismo para todos, en defensa de todas las libertades. Un minuto es importante porque es un momento en el que todos reflexionamos sobre nuestras propias libertades. Y tomamos conciencia de lo que está en juego. Es un acto, además, de insumisión contra el terrorismo teológico. Por eso, en este momento, todos somos Francia. Porque todos disfrutamos de lo mismo y la defendemos. En todas las capitales de los países libres se debería convocar una gran manifestación en defensa desafiante de las libertades.

La libertad guiando al pueblo Delacroix
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