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¿Tiene el ateísmo que ser antirreligioso?

Tendemos a pensar en el ateísmo como una guerra entre la religión y la ciencia, pero en tiempos antiguos, el ateísmo era más complejo y más rico, asegura el filósofo John Gray*.

En años recientes hemos empezado a pensar en el ateísmo como un credo evangélico no distinto del cristianismo.

Un ateo, tendemos a asumir, es alguien que cree que la ciencia debe ser la base de nuestras creencias e intenta convertir a otros a su forma de ver las cosas.

En el tipo de ateísmo más sonoro en la actualidad, la religión es una teoría primitiva de cómo funciona el mundo, un error intelectual sin valor humano del que sería mejor que prescindiéramos.

Pero esta no es la única clase de ateísmo.

La historia muestra que el ateísmo puede tener una complejidad que va más allá de nuestra actual versión dominante. Aunque parece que muchos todavía no son conscientes de este hecho, de ninguna manera es cierto que todos los ateos hayan querido convertir a otros a su falta de fe.

Algunos incluso han sido amistosos con la religión. Tampoco es que los ateos hayan recurrido siempre en el pasado a la ciencia para buscar inspiración. Ha habido varias variedades de ateísmo. Que esto haya sido así no debería ser sorprendente.

Un ateo, y aquí hablo en primera persona, es cualquiera que no se apoya en una idea de Dios.

Por supuesto hay diferentes ideas de Dios, pero en las culturas occidentales la deidad se entiende como una mente divina que es omnisciente, omnipotente y que ama a todos.

Los ateos rechazan esta idea, o simplemente no la necesitan. Pero eso es todo lo que tienen en común. Entre los tantos ateos que se diferencian de la cosecha actual, fijémonos en dos en particular.

Centrémonos en el italiano de comienzos del siglo XIX Giacomo Leopardi.

Conocido principalmente por su verso exquisito, Leopardi fue también un pensador muy original que en su Zibaldone –un “batiburrillo de pensamientos” de unas 4.500 páginas manuscritas de extensión- produjo un exhaustivo análisis de la vida moderna.

Criado en una pequeña ciudad de la colina para ser un buen católico por su padre, un hombre noble a la antigua usanza que todavía portaba una espada, Leopardi se hizo ateo en la adolescencia.

Para Leopardi, el universo estaba hecho de materia que obedece leyes físicas. Los humanos somos animales que llegaron al mundo y adquirieron autoconsciencia por una cuestión de suerte.

Anterior a Darwin, no adquirió su visión de las cosas de la ciencia sino al leer los clásicos y observar la vida a su alrededor. Leopardi nunca renunció a este materialismo no comprometedor.

Pero al mismo tiempo defendió la religión, que consideraba una ilusión necesaria para la felicidad humana.

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Giacomo Leopardi 1798-1837

Giacomo LeopardiImage copyrightALAMY
Image captionLeopardi nunca regresó a la religión en la que fue educado.
  • Nació en Recanati, Italia, en el seno de una familia aristocrática.
  • Académico temprano, dominó varios idiomas y a los 16 años ya había escrito temas propios.
  • Se convirtió en un poeta reconocido en Italia con obras como L’infinito y “A Silvia!.
  • Sufrió de mala salud durante toda su vida y falleció a los 38 años.

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Si el mundo moderno rechazara fes tradicionales, creía Leopardi, sólo sería para adoptar otras más dañinas.

No le gustaba particularmente el cristianismo, cuya idea de ser una revelación para toda la humanidad según Leopardi condujo a la intolerancia.

“Los hombres eran más felices antes del cristianismo que después”, escribió. Pero la alternativa al cristianismo, en tiempos modernos, era lo que llamó “la barbarie de la razón” –credos seculares como el Jacobinismo en la Francia revolucionaria, que intentó rehacer el mundo a la fuerza.

Estas religiones políticas serán incluso más intolerantes que el cristianismo, creía Leopardi, y si se toma en cuenta la historia del siglo XX, definitivamente tenía razón.

Leopardi defendió el catolicismo en el que fue criado como la mejor ilusión disponible. Pero él no regresó a la religión.

Pasó su corta vida –nació en 1798 y murió en 1837- leyendo y escribiendo, adquiriendo miopía y una joroba por pasar demasiado tiempo en la biblioteca de su padre.

Enfermo y pobre la mayor parte de su vida, sus principales apegos humanos fueron una mujer casada y un amigo en cuya casa falleció.

No compartió las ilusiones que creía que eran necesarias para la felicidad y mucha de su poesía tiene un tono melancólico. Aun así, no parece haber sido infeliz. Sus horas finales las pasó dictando tranquilamente los últimos versos de uno de sus poemas más bellos.

Un ateo hedonista

Un tipo de ateísmo bastante diferente fue la fuerza motora en la vida del ensayista y novelista Llewelyn Powys.

Nacido en 1884 como uno de los 11 hijos de un pastor de Somerset, Reino Unido, dos de los cuales –John Cowper Powys y Theodore Powys- también fueron conocidos escritores, Llewelyn rechazó el cristianismo de su padre con una férrea pasión.

Al igual que Leopardi, fue un conocido materialista.

Pero a diferencia de él, creía que la humanidad estaría mejor si renunciara a la religión. Pero no negaba que tuviera algún valor.

“A veces, temprano en una mañana de domingo”, escribió, “entraba en una vieja iglesia gris para tomar el sacramento… Según me arrodillaba con la cabeza gacha para participar en el bonito y antiguo ritual, intentaba concebir qué secreto interno había dentro de ese salvaje rumor… me sentía casi inclinado también a creer. ¿Por qué no?”.

Tal como Powys lo veía, el “salvaje rumor” del cristianismo era, como todas las religiones, una respuesta al hecho de la mortalidad.

Durante gran parte de su vida adulta, Powys vivió de cerca con la muerte.

En 1909, supo que padecía tuberculosis.

En tiempos en que el tratamiento con antibióticos no existía todavía, era una enfermedad que fácilmente podía resultar letal.

De hecho Powys vivió otros 30 años, nunca libre de la enfermedad, pero determinado a hacer lo mejor de una vida que siempre estaría en peligro.

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Llewelyn Powys 1884-1939

  • Novelista y ensayista, nació en Durset, Reino Unido, y vivió en distintos momentos en Kenia, Estados Unidos y Suiza.
  • Estudió en Sherborne School and Corpus Christi College, Cambridge.
  • Se casó con la escritora Alyse Gregory en 1924.
  • Lidió con la tuberculosis durante 30 años y finalmente murió por esta enfermedad.

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Ingresado en una clínica suiza en 1910 por más de un año, empleó su tiempo en sacudirse la moralidad timorata en la que fue educado.

Arriesgando su salud, tuvo varios encuentros eróticos con otras personas ingresadas. En un diario, registró una hemorragia que casi lo mató, escribiendo el dato con su propia sangre.

En 1914, Powys se fue a África oriental, donde pasó cinco años trabajando con uno de sus hermanos como pastor de ovejas.

Las duras realidades de la vida en el campo reforzaron su afinidad con el ateísmo.

En escritos después del regreso, decaró que África “contiene la sangre de todas las ilusiones delicadas que por tanto tiempo han bailado delante de los hombres y les han hecho felices. Sólo queda viva la verdad. Lo que sospechaba en Europa está claro aquí, la superficie lo es todo, debajo no hay nada”.

Tenía claro que la vida humana no tenía un significado o propósito intrínseco pero eso sólo hizo que estuviera más determinado a saborear la sensación de estar vivo.

Como un escritor autónomo nunca tuvo seguridad financiera y a menudo pasó apuros.

Pero con la compañía en los últimos años de su devota compañera Alyse Gregory, viajó por muchos lugares, visitando las Indias Occidentales, los territorios palestinos, América y Capri, entre otros.

Powys eligió vivir como un hedonista.

Una semana antes de morir por una úlcera perforada en Suiza en diciembre de 1939, le escribió a un amigo: “He tenido una vida feliz durante medio siglo en el sol”.

Dos visiones similares pero distintas

Los dos ateos de los que he hablado eran muy diferentes el uno del otro. Mientras Leopardi aceptó un universo sin dios con resignación tranquila, Powys acogió la idea con exultante alegría.

Pero para los dos, la religión era mucho más que una teoría pasada de moda.

Si Leopardi creía que la religión de uno u otro tipo era beneficiosa para la felicidad humana, Powys la valoraba como una suerte de poesía, que fortalecía el espíritu humano a las puertas de la muerte.

Pero cada uno de ellos también era muy diferente de la mayoría de no creyentes de tiempos recientes.

La ola predominante de la falta de fe contemporánea, que aspira a convertir el mundo en una visión científica de las cosas, es sólo una manera de vivir sin la idea de dios.

Merece la pena revisar otros tipos de ateísmo, mucho más ricos y sutiles que la versión a la que estamos acostumbrados, que no son sólo la religión evangélica dada la vuelta.

*John Gray, filósofo político y autor de False Dawn: The Delusions of Global Capitalism (“Falso amanecer: los delirios del capitalismo global”).

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